Sábado, 29 de junio de 2024

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La conversación necesaria

La conversación necesaria

por Familia, Educación y Cultura

Conversar para cultivar el espíritu

El pensamiento que late debajo de este primer epígrafe está presente en las ideas de Rob Riemen (Países Bajos, 1960). Ideas que este autor neerlandés vierte en su libro Nobleza de espíritu. Una idea olvidada.  Un libro que fue publicado en castellano en 2017 y que en pocos años se ha convertido casi en un libro de referencia. Riemen es un humanista, un gran lector de los clásicos, y un ensayista valiente que afronta muchos de los retos intelectuales que tienen planteadas las sociedades de este siglo XXI: la vulgaridad, la superficialidad, la desorientación y el aislamiento ante un mundo en constante cambio.

Rob Riemen es el fundador y director del Nexus Instituut (Tilburg, Países Bajos, 1994). Es esta una institución que fomenta, entre otros fines, el debate filosófico-cultural. Riemen cree en la conversación como un debate racional, moral, encaminado a dar con la verdad en un mundo desencantado, escéptico y demasiado pragmático. Un mundo donde la nobleza de espíritu escasea. Donde no se trasciende pensando en el bien común, el bien de la sociedad, sino que a menudo se vive a ras de suelo aspirando a las migajas del último placer material.

Ante esta desidia Riemen reivindica el coraje moral de alcanzar el bien, la verdad, la belleza. No de un modo ostentoso sino desde la sencillez y la humildad de unos conversadores que piensan sobre los hechos, se ceden el turno, se encuentran en un tono apacible, se escuchan, y, respetuosamente, descubren sendas -a menudo nada sencillas- hacia la verdad.  Estamos ante la defensa del cultivo del espíritu que nos hace más humanos, sabios y virtuosos como querían los clásicos. Es decir, tal como defendía Cicerón (106-43 a. C) cuando decía que la conversación, la oratoria, el diálogo abierto tiene como objetivo ganar una sociedad más civilizada y humana. La democracia polarizada necesita el cultivo del alma: cultura autem animi philosophia est: la filosofía es el cultivo del espíritu (Disputas tusculanas: II, 13). Conversar bien a menudo es filosofar.

El tema es la recuperación de una conversación con propósito

El tema no es exclusivamente Rob Riemen ni el Nexus Instituut que desde luego son un gran ejemplo de lo que nos interesa: volver a conversar bien. El asunto que nos interesa es saber qué ha pasado con la muy humana afición a dialogar y, consecuentemente, recuperar aquella conversación con una cierta ambición de alcanzar acuerdos y descubrir horizontes. Y no solo hablamos de la conversación cultural elevada de Riemen y el Nexus Instituut, sino también de la conversación en muchos más planos.

Por ejemplo, en la familia, en la sobremesa sin pantallas, en las tertulias más informales, pero siempre planteadas desde la calma y con el sosiego que da saber que vamos a disfrutar, aprender y conocernos mejor porque comenzamos con un propósito, aunque sea muy pequeño y así avanzamos. Una conversación que vale más que la última serie de Netflix porque nos da la palabra para llevarla a su uso más noble: entendernos, alcanzar fines, dilucidar cuestiones, unirnos como familia, amigos, profesionales, docentes.  Por ejemplo, en un club de lectura que también se conoce como tertulia literaria. Cinco personas han leído un libro y quieren intercambiar sus impresiones. Es su afición. Estamos ante una tertulia con un fin. Es una conversación con miga: hablar de personajes y probablemente de las claves de la misma naturaleza humana. Tertulias que también se puede plantear después de ver una buena película que tiene un mensaje que nos toca y nos ayuda en nuestra reflexión moral.

Conversaciones en el pasado

Por supuesto que nos interesa la raíz de la conversación que probablemente encuentra su primer gran capítulo en los diálogos platónicos, en el método mayéutico que utilizaba Sócrates. O en los concurridos salones literarios y filosóficos de muchas cortes aristocráticas de la Francia ilustrada. Quizá debamos mencionar también las conversaciones como un arte plagado de etiqueta y protocolo en la Gran Bretaña de la Era Victoriana.  O los decimonónicos debates académicos entre dos expertos que exponen sus posturas sobre un tema prefijado. Debates hoy presentes en escuelas, en universidades, en los medios de comunicación donde el objetivo es, entre dos personas o dos grupos, contrastar ideas, argumentos, refutar los principios del otro participante de un modo civilizado, desde las evidencias y el respeto. Debates que deben ofrecer una conclusión que a menudo consiste en obtener más saber sobre un concreto asunto.

Pero también la conversación en su realidad más cotidiana. En latín, conversari originalmente significaba vivir o estar en compañía de otros, con el propósito de pasar tiempo juntos y relacionarse socialmente. Etimológicamente, conversari, es compartir (con-) el tiempo juntos dándole vueltas a las cosas (-versari). Creo que en todos los casos anteriores hablamos de la conversación, de darle vueltas, en distintas intervenciones, a asuntos más o menos humanos o divinos, pero siempre con apertura, flexibilidad y alguna conclusión. Desde luego nunca desde el fanatismo o la mentira.

Sin embargo, a continuación, nos parece oportuno señalar qué no es una conversación y a la vez escudriñar porque son tan difíciles las conversaciones hoy.

Conversación, griterío, murmuración

La conversación de las últimas décadas, junto a la palabra, el lenguaje entendido como logos, se ha deteriorado. La sociedad se ha acelerado (Hartmut Rosa, 2019, Remedio a la aceleración: Ensayos sobre la resonancia) y con ella la conversación. Se habla rápido, con interrupciones, sin argumentos o con argumentos que consisten en desacreditar al contertulio ofendiéndolo. Son los argumentos ad hominem. Se disputa desde la carencia de argumentaos racionales y evidentes desviando la atención hacia las contradicciones (reales o supuestas) del contendiente. Y el modelo es también el mundo audiovisual (cine, televisión, series…) y desde luego el mundo del móvil donde X (antiguo Twitter) es el peor ejemplo. Entonces ya no hablamos de conversación sino de disputas, de batallas verbales en las que no se le deja al otro desarrollar su reflexión. Y el conflicto puede acabar en gritos o insultos.

Un mal modelo y los malos resultados

Luego entre amigos puede pasar lo mismo. Y los que eran amigos pueden dejan de serlo pues el recurso a la ofensa menudea y las palabras no se las lleva el viento. Hay tanto orgullo que la contraargumentación se convierte en una agresión. Se disputa de tal forma para apropiarse de la razón que los gritos se convierten en el peor argumento. Todos quieren, infantilmente, ganar y eso no es pensar. Es la algarabía y a menudo, insistimos, el reino de la falsedad.

Y otra modalidad de conversación que deja de serlo tal como nosotros la entendemos -porque no es noble ni respetuosa-, es la murmuración. La murmuración se llena de difamaciones y calumnias. Entre risas y bromas se pone en juego la fama y la verdad de la vida de los que no están presentes. Es como una cacería solo con palabras donde no queda nadie vivo. Es el recurso a la mentira sin escusas ni datos y puede hacer mucho daño pues el ofendido no puede defenderse y quizá aquel clisé falso se convierte en un lastre que le va a perseguir toda la vida si se publica. Hay más tipos de no-conversaciones en las que el contenido sexual degrada a los participantes que desdibujan su propia intimidad y quizá la de personas no presentes.

No nos han enseñado a conversar: el reloj de arena

Es una asignatura pendiente y urgente en el estricto sentido de la palabra. La primera y fundamental escuela de conversación es el hogar: padres que hablan con sus hijos, que les dan cancha y que los espolean a expresarse en público sin amordazarlos o aislarlos con un móvil o una tableta. Padres que inician a sus hijos en el uso de estructuras gramaticales complejas y vocabulario progresivamente más culto. Historias de la familia que nos explican quiénes somos y de dónde venimos, verdadera formación moral que nos enseña a desentrañar qué es el mundo, y a conformar también la propia identidad personal y familiar.

El tema es la conversación escolar-familiar (también universitaria) y destacamos que es un bien cognoscitivo y ético. En la conversación se aprende a hablar, a construir frases, a argumentar: en una palabra, a pensar. La Paideia griega, la Humanitas romana, lo repiten constantemente: los niños deben aprender a hacer el mejor uso de la palabra ya desde el hogar y luego en la escuela para disertar dialogadamente en el ágora ateniense o en el foro romano.  Estamos proponiendo solo un par de ejemplos. Cicerón, de nuevo nos ilustra pues él, en su obra De Oratore. nos explica los elementos de la oratoria eficaz y justa alejada de las trampas y subterfugios de los sofistas.

Debemos aprender a conversar con fundamento

Ante una modernidad que a veces se ha convertido en un diálogo de sordos, la conversación, tal como la entiende el filósofo y profesor en diversas universidades Rémi Brague (nacido en París en 1947), es un encuentro que permite enfrentar y superar los desafíos de esta modernidad contradictoria, redescubrir nuestra herencia cultural  (grecolatina y judeocristiana) y construir una sociedad más cohesiva y justa (El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno, 2017).  

Hay que enseñar a conversar a los menores y los jóvenes y disfrutar conversando reflexiva y éticamente. A gustar de la sabia conversación. A desde la conversación amar el saber. Y reconocer cuando la verdad está en manos de quien conversa con nosotros. Una conversación de la escucha en la que se aprende y se ejercita la urbanidad, el autodominio, la templanza que son virtudes necesarias para entendernos y apuntar alto. Pero también otras habilidades más cognitivas como la atención, la memoria y la formulación de preguntas sobre asuntos que se desconocen.

Y es vital aprender  a respetar el turno, a esperar a que el otro que debate con nosotros agote sus argumentos. Y si somos muchos el ideal para pautar los turnos es el clásico reloj de arena que, con tres minutos de limite, visible para todos, da para que sepamos cuando callar y cuando hablar. Debate, conversación, tertulia en la familia, en la escuela y la universidad. Qué gran escuela de la vida pues también, progresivamente, hay que presentarse al debate preparado, informado y documentado. Y cargado de paciencia y empatía. Al final los pequeños, los adolescentes, los jóvenes aprenden a expresarse en público que es un arte que enseña a vivir mejor.

La conversación verdadera y la falsa

Hay pues una conversación verdadera y otra falsa. A las primeras les debemos exigir unas condiciones, unas maneras, un modus operandi, que las haga provechosas, nobles, placenteras y capaces de ilustrar nuestras vidas. Estas conversaciones pueden ser variadísimas pero un aspecto las distingue: respetan la verdad, buscan el bien del otro, y sucede que si los pasos se dan bien orientados acaba emergiendo el esplendor de la belleza. Es así: una conversación sosegada, donde cada uno da lo mejor de sí mismo, donde se afinan los argumentos, donde se adopta un talante positivo y constructivo llega a ser una conversación llena de belleza.

La familia y la escuela tienen un papel en la conversación de la vida

No tengo ninguna duda de que la familia y la escuela deben ser los primeros ámbitos (informal o formalmente) para aprender a conversar. Entonces hay que aprender desde pequeños qué es la no-conversación. Una no-conversación que se hace evidente al momento pues algunos quieren monopolizar la palabra y, sobre todo, vencer en ese verbal combate. Imponerse, ser los más listos o quizá cortar más cabezas (de los ausentes o quizá presentes). Esas no-conversaciones presentan una violencia psicológica (que alguna vez puede desencadenar violencia física), unos insultos intolerables y sobre todo los elementos básicos de la no-conversación: las invenciones, la demagogia, los engaños.

Uno de los componentes éticos de la conversación es la integridad del conversador. Lo señalan muchos clásicos pero ahí tenemos a Aristóteles señalando como el ethos en el orador, implícitamente conversador, es su credibilidad moral (Retórica, Libro 1. Cap. 2). Es un argumento que en los clásicos estaba implícito: el conversador es veraz. Hoy, el conversador mendaz y cínico, en la no-conversación, es quien lo destruye todo y le arrebata a la conversación su propio significado. Un conversador que si no dice la verdad deja de ser una persona que se vale del logos para pasar a ser un agitador, o un demagogo o, simplemente, un bárbaro en el sentido más profundo e histórico de la palabra: aquel a quien la civilidad de la vida no le importa. Ni la cohesión social ni la búsqueda de sentido. Porque la verdad le trae al pairo.

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