Centenario de Fátima (9)
TRECE DE AGOSTO
Lucía recuperó la paz después de la aparición de julio. Al descubrir los pastorcitos que habría una señal que manifestaría la verdad de las apariciones, había multiplicado el número de creyentes en Portugal.
La madre de Lucía se rendía a la evidencia: Fingía exteriormente incredulidad; más y más gente acudía ante la encina para orar. La despojaron de sus hojas como reliquias. Los campos de Cova de Iría eran pisoteados y los propietarios protestaban, y las protestas venían sobre la madre de Lucía. El señor Cura y la prensa católica mantenían sus reservas.
En el municipio de Vila Nova de Ourem regía un hombre sectario que era el terror de toda la comarca: Antonio Oliveira Santos, el Hojalatero. Tenía 30 años. Estaba inscrito en la Logia Gomes Freire de Leiría; fundó otra en Vila Nova de la que fue Presidente. Su mujer bautizó secretamente a sus hijos, a quienes él había puesto los nombres de: Democracia, República… Se enteró d elos acontecimientos e intentó acabar con ellos con hipocresía. Desde el primer momento se mantuvo alerta con tanto celo como astucia. La prensa masónica logró, indirectamente, una gran propaganda.
El 13 de agosto había en Fátima una inmensa multitud. Los periódicos hablan de 20.000 personas. Llegó mediodía; los niños no se presentan. Se corre la voz de que los pastorcitos han sido llevados a Vila Nova de Ourem. Se percibe el relámpago previo a la aparición y una nubecilla se posa en la encina.
¿Qué había sucedido? Unos días antes del 13 de agosto, los padres de los pastorcitos fueron citados por la autoridad. Lucía fue con su padre. Manuel no llevó a los pequeños. Al despedirse Lucía, le dio Jacinta:
El señor Oliveira se presentó en Ajustrel el 13 por la mañana, acompañado del Deán de Porto Moros. Después de un diálogo en casa del Párroco, hace subir a su carruaje a los niños para llegar a tiempo a las apariciones. Al poco tiempo el vehículo toma la dirección de Vila Nova. Su mjer da de comer a los pequeños. El intenta, por todos los medios que descubran el secreto que la Virgen les había comunicado. Ante la negativa los encierra en una habitación. Su esposa, la señora Santos, los atiende maternalmente. Pasan unas horas en el calabozo; allí, rezan el Rosario con los presos. Conducidos a las oficinas del Concejo; fueron examinados por el médico Antonio Rodrigues. El señor Oliveira quería declararlos enfermos mentales. Nunca se conoció ni una palabra de seste informe.
Airado, da orden, en presencia de los niños, de que pusiesen fuego a una caldera de aceite. Jacinta es la primera que sale para el suplicio, según dice uno d elos guardianes a los otros dos. A continuación va Francisco. Lucía llega a la habitación con la convicción de que sus primos habían muerto. Pasaron la noche en la casa del Subprefecto bajo la tutela de su mujer. Nuevo interrogatorio; nada consiguió. El Administrador decidió llevar los niños a la casa Rectoral de Fátima. No había nadie; estaban en la Misa Mayor. A la salida hubo un pequeño motín contra el Señor Cura. Pensaban que había entregado a los niños. Con una carta abierta salvó su responsabilidad.
Lucía recuperó la paz después de la aparición de julio. Al descubrir los pastorcitos que habría una señal que manifestaría la verdad de las apariciones, había multiplicado el número de creyentes en Portugal.
La madre de Lucía se rendía a la evidencia: Fingía exteriormente incredulidad; más y más gente acudía ante la encina para orar. La despojaron de sus hojas como reliquias. Los campos de Cova de Iría eran pisoteados y los propietarios protestaban, y las protestas venían sobre la madre de Lucía. El señor Cura y la prensa católica mantenían sus reservas.
En el municipio de Vila Nova de Ourem regía un hombre sectario que era el terror de toda la comarca: Antonio Oliveira Santos, el Hojalatero. Tenía 30 años. Estaba inscrito en la Logia Gomes Freire de Leiría; fundó otra en Vila Nova de la que fue Presidente. Su mujer bautizó secretamente a sus hijos, a quienes él había puesto los nombres de: Democracia, República… Se enteró d elos acontecimientos e intentó acabar con ellos con hipocresía. Desde el primer momento se mantuvo alerta con tanto celo como astucia. La prensa masónica logró, indirectamente, una gran propaganda.
El 13 de agosto había en Fátima una inmensa multitud. Los periódicos hablan de 20.000 personas. Llegó mediodía; los niños no se presentan. Se corre la voz de que los pastorcitos han sido llevados a Vila Nova de Ourem. Se percibe el relámpago previo a la aparición y una nubecilla se posa en la encina.
¿Qué había sucedido? Unos días antes del 13 de agosto, los padres de los pastorcitos fueron citados por la autoridad. Lucía fue con su padre. Manuel no llevó a los pequeños. Al despedirse Lucía, le dio Jacinta:
- ¿Y si me matan?
- Si te matan, les dirás que yo y Francisco, somos igual que tú, y que también queremos morir>.
El señor Oliveira se presentó en Ajustrel el 13 por la mañana, acompañado del Deán de Porto Moros. Después de un diálogo en casa del Párroco, hace subir a su carruaje a los niños para llegar a tiempo a las apariciones. Al poco tiempo el vehículo toma la dirección de Vila Nova. Su mjer da de comer a los pequeños. El
Airado, da orden, en presencia de los niños, de que pusiesen fuego a una caldera de aceite. Jacinta es la primera que sale para el suplicio, según dice uno d elos guardianes a los otros dos. A continuación va Francisco. Lucía llega a la habitación con la convicción de que sus primos habían muerto. Pasaron la noche en la casa del Subprefecto bajo la tutela de su mujer. Nuevo interrogatorio; nada consiguió. El Administrador decidió llevar los niños a la casa Rectoral de Fátima. No había nadie; estaban en la Misa Mayor. A la salida hubo un pequeño motín contra el Señor Cura. Pensaban que había entregado a los niños. Con una carta abierta salvó su responsabilidad.
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