Centenario de Fátima (7)
SEGUNDA APARICIÓN
Llegaba el 13 de junio. Los padres de Francisco y Jacinta no se oponían a que sus hijos fueran a la cita. La familia de Lucía, por el contario, era opuesta. En el ambiente social muchos eran partidarios de repetir el experimento. La madre de Lucía caía en la cuenta de que los castigos no eran convincentes. Coincidía con San Antonio de Padua, santo Portugués por excelencia. La víspera Jacinta se acercó cariñosa a su madre para que la acompañara a Cova de Iría. Le dijo que no irían. Fueron a la feria de Porto de Mos para comprar una yuta de bueyes. A última hora la familia Santos se mostró neutral. María Rosa, la madre de Lucía, siguió los acontecimientos desde lejos y encomendó el cuidado de su hija a los hermanos mayores.
Como se acostumbraba en las fiestas, salieron muy temprano con el rebaño y vinieron más pronto para encerrarlo. Al medio día ya llevaban un rato en Cova de Iría rezando el Rosario. Les acompañaban unas 50 personas y unas amigas de Lucía. Al poco tiempo de terminar el Rosario, Lucía exclamó: ¡El relámpago! ¡La Señora llega! Descendieron hacia la carrasca de las Apariciones.
- ¿Qué quiere de mí?
- Quiero que vengáis aquí el 13 del mes que viene; que recéis el Rosario todos los días y que aprendas a leer. Después diré lo que quiero.
La aparicíón y el diálogo duraron unos 10 minutos. Hubo más; no se descubrió hasta muchos años después. Lucía continuó:
- “Quería pedirle que nos llevase al cielo.
– Sí; A Jacinta y a Francisco me los llevaré en breve; pero tú te quedas aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirte de ti para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón; a quien la abrazare le prometo la salvación, y serán predilectas de Dios estas almas, como flores puestas por mí para adornar su trono.
Fátima fue la comidilla de todas las conversaciones. Los sacerdotes eran especialmente incrédulos. En casa de los Marto se les amenazó con castigos por decir mentiras; la madre de Lucía, irritada, no le hablaba y la castigaba pegándola. El Párroco le pidió moderación.
Se entrevistaron con el Párroco. Lucía salió contenta; no le prohibieron ir a Cova de Iría. Pero un interrogante quedó en su alma: ¡Sería el demonio? La alusión hecha por el Párroco, le atormentó demasiado.
Llegaba el 13 de junio. Los padres de Francisco y Jacinta no se oponían a que sus hijos fueran a la cita. La familia de Lucía, por el contario, era opuesta. En el ambiente social muchos eran partidarios de repetir el experimento. La madre de Lucía caía en la cuenta de que los castigos no eran convincentes. Coincidía con San Antonio de Padua, santo Portugués por excelencia. La víspera Jacinta se acercó cariñosa a su madre para que la acompañara a Cova de Iría. Le dijo que no irían. Fueron a la feria de Porto de Mos para comprar una yuta de bueyes. A última hora la familia Santos se mostró neutral. María Rosa, la madre de Lucía, siguió los acontecimientos desde lejos y encomendó el cuidado de su hija a los hermanos mayores.
Como se acostumbraba en las fiestas, salieron muy temprano con el rebaño y vinieron más pronto para encerrarlo. Al medio día ya llevaban un rato en Cova de Iría rezando el Rosario. Les acompañaban unas 50 personas y unas amigas de Lucía. Al poco tiempo de terminar el Rosario, Lucía exclamó: ¡El relámpago! ¡La Señora llega! Descendieron hacia la carrasca de las Apariciones.
- ¿Qué quiere de mí?
- Quiero que vengáis aquí el 13 del mes que viene; que recéis el Rosario todos los días y que aprendas a leer. Después diré lo que quiero.
La aparicíón y el diálogo duraron unos 10 minutos. Hubo más; no se descubrió hasta muchos años después. Lucía continuó:
- “Quería pedirle que nos llevase al cielo.
– Sí; A Jacinta y a Francisco me los llevaré en breve; pero tú te quedas aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirte de ti para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón; a quien la abrazare le prometo la salvación, y serán predilectas de Dios estas almas, como flores puestas por mí para adornar su trono.
- ¿Y me quedo aquí sola?
- No, hija,. ¿Sufres mucho? No te desalientes. Yo nunca te abandonaré. Mi inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.
Fátima fue la comidilla de todas las conversaciones. Los sacerdotes eran especialmente incrédulos. En casa de los Marto se les amenazó con castigos por decir mentiras; la madre de Lucía, irritada, no le hablaba y la castigaba pegándola. El Párroco le pidió moderación.
Se entrevistaron con el Párroco. Lucía salió contenta; no le prohibieron ir a Cova de Iría. Pero un interrogante quedó en su alma: ¡Sería el demonio? La alusión hecha por el Párroco, le atormentó demasiado.
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