Centenario de Fátima (6)
PRIMERA APARICIÓN
El trece de mayo de mayo amaneció un día espléndido. Era el domingo antes de la Ascensión. Lucía, Francisco y Jacinta participaron en la Eucaristía en la Iglesia del caserío de Boleiros. En el zurrón, que llevaba Francisco, colocaron su sencilla comida y salieron con sus rebaños. Aquel día tomaron el sendero de Gouveia. De repente, Lucía determinó dirigirse a Cova de Iría, donde sus padres tenían una porción de tierra. Llegaron a mediodía.
Mientras las ovejas pastaban, los pastorcitos tomaron su comida, rezaron el Rosario y comenzaron su juego favorito de constructores. En este caso, edificar un muro alrededor de una mata de bezo blanco. Lucía y Jacinta traían los materiales y Francisco los colocaba. Allí se levante hoy la primera Basílica donde descansan los restos de los tres primos. A esa misma hora en Roma era consagrado Eugenio Pacelli, más tarde Pío XII. Esta Providencia la recordó en sus discursos con ánimo agradecido.
Un rayo de luz deslumbró a los primos. No se veía ninguna nube. Recogieron su rebaño y bajaron con rapidez de la colina. A media ladera un rayo más potente les deja paralizados. Avanzan unos pasos más y sobre una pequeña encina vieron una señorita (así la llamaron al principio) de un blanco más brillante que el sol. Bajo la aureola de luz que envuelve a la Señora, ellos también quedaron cobijados. Intentaron huir asustados. Ella les dijo:
-No tengáis miedo, yo no os hago mal.
- ¿De dónde es usted?
- Soy del cielo.
- Y ¿qué es lo que quiere de mí?
- He venido para pediros que volváis a aquí seis meses seguidos en el día 13 a esta misma hora; después os diré quién soy y qué es lo que quiero. Y volveré aquí aún una séptima vez.
- ¿Y yo también iré al cielo?
- Sí irás.
- ¿Y Jacinta?
- También
- ¿Y Francisco?
- También; pero antes tendrá que rezar muchos Rosarios”.
Lucía le pregunta por varias personas muertas recientemente.
La Virgen tenía una propuesta que provocaría su generosidad: “¿Queréis ofreceros a Dios para hace sacrificios y aceptar voluntariamente todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en reparación de tantos pecados con que la divina Majestad es ofendida, para obtener la conversión de los pecadores y en desagravio de las blasfemias y ultrajes hechos al Inmaculado Corazón de María?
Sí: queremos –respondió Lucía generosamente.
Vais a tener que sufrir mucho; pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza”.
La virgen se despidió con esta consigna: “Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.
Volvieron a Ajustrel absortos y entusiasmados. Lucía les repitió la consigna de guardar silencio. En casa de Lucía todo transcurrió con normalidad. Jacinta, en cambio contó todo lo sucedido. Su madre fue a la casa de Lucía para hablar de on la suya. Durante ocho días hubo silencia entre madre e hija. Lucía sabía por Francisco lo que había sucedido. Le dijo a su madre lo que había visto. La noticia se corrió rápidamente por los alrededores.
El trece de mayo de mayo amaneció un día espléndido. Era el domingo antes de la Ascensión. Lucía, Francisco y Jacinta participaron en la Eucaristía en la Iglesia del caserío de Boleiros. En el zurrón, que llevaba Francisco, colocaron su sencilla comida y salieron con sus rebaños. Aquel día tomaron el sendero de Gouveia. De repente, Lucía determinó dirigirse a Cova de Iría, donde sus padres tenían una porción de tierra. Llegaron a mediodía.
Mientras las ovejas pastaban, los pastorcitos tomaron su comida, rezaron el Rosario y comenzaron su juego favorito de constructores. En este caso, edificar un muro alrededor de una mata de bezo blanco. Lucía y Jacinta traían los materiales y Francisco los colocaba. Allí se levante hoy la primera Basílica donde descansan los restos de los tres primos. A esa misma hora en Roma era consagrado Eugenio Pacelli, más tarde Pío XII. Esta Providencia la recordó en sus discursos con ánimo agradecido.
Un rayo de luz deslumbró a los primos. No se veía ninguna nube. Recogieron su rebaño y bajaron con rapidez de la colina. A media ladera un rayo más potente les deja paralizados. Avanzan unos pasos más y sobre una pequeña encina vieron una señorita (así la llamaron al principio) de un blanco más brillante que el sol. Bajo la aureola de luz que envuelve a la Señora, ellos también quedaron cobijados. Intentaron huir asustados. Ella les dijo:
-No tengáis miedo, yo no os hago mal.
- ¿De dónde es usted?
- Soy del cielo.
- Y ¿qué es lo que quiere de mí?
- He venido para pediros que volváis a aquí seis meses seguidos en el día 13 a esta misma hora; después os diré quién soy y qué es lo que quiero. Y volveré aquí aún una séptima vez.
- ¿Y yo también iré al cielo?
- Sí irás.
- ¿Y Jacinta?
- También
- ¿Y Francisco?
- También; pero antes tendrá que rezar muchos Rosarios”.
Lucía le pregunta por varias personas muertas recientemente.
La Virgen tenía una propuesta que provocaría su generosidad: “¿Queréis ofreceros a Dios para hace sacrificios y aceptar voluntariamente todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en reparación de tantos pecados con que la divina Majestad es ofendida, para obtener la conversión de los pecadores y en desagravio de las blasfemias y ultrajes hechos al Inmaculado Corazón de María?
Sí: queremos –respondió Lucía generosamente.
Vais a tener que sufrir mucho; pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza”.
La virgen se despidió con esta consigna: “Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.
Volvieron a Ajustrel absortos y entusiasmados. Lucía les repitió la consigna de guardar silencio. En casa de Lucía todo transcurrió con normalidad. Jacinta, en cambio contó todo lo sucedido. Su madre fue a la casa de Lucía para hablar de on la suya. Durante ocho días hubo silencia entre madre e hija. Lucía sabía por Francisco lo que había sucedido. Le dijo a su madre lo que había visto. La noticia se corrió rápidamente por los alrededores.
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