Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Beber al Sediento

por Creo, Señor, aumenta mi fe

Nos estamos acostumbrando a poner en primer plano el hambre en el mundo. Sin embargo, la sed es una plaga mayor y de consecuencias más trágicas. Incluso las cifras de las personas afectadas son mayores. 2.800 millones de personas no disponen de suficiente agua y 1.500 millones no tienen agua potable salubre.
   Las causas son variadas: cambio climático, acuíferos sobreexplotados, etc. África sufre el mayor número de países  con escasez de agua. Unos 1. 000 metros cúbicos por persona y año se necesitan para un abastecimiento normal.
   Nuestro cuerpo está formado en un 70% de agua. La sed reclama el equilibrio interior orgánico. Sin ella no puede funcionar de una manera correcta. No beber implica un riesgo mortal.
   Las personas necesitamos saciar nuestra sed. La bebida ha sido y es signo de otra realidad más interior. Cuando visitamos una casa y nos ofrece algo para beber, es signo de hospitalidad. La solicitud en una conferencia pide poner delante de cada interveniente una botella y un vaso. Cuando encontramos un persona amiga la invitamos a tomar algo. Lo fundamental no es la bebida sino el conversar, el interés de uno por otro, crear un ambiente propicio para la charla y la intimidad.
   El salmo 63 es un ejemplo precioso de la sed profunda que necesita sacar el hombre “mi alma está sedienta de ti”. Y cuando no sentimos esta sed, amores extraños al querer de Dios nos están invadiendo.
   Al menos, en dos ocasiones, Jesús implica la sed física como mediación para descubrir otra sed más profunda que anida en el corazón de las personas. Su primer milagro se realiza para saciar la sed de unos convidados; para no dejar en ridículo a unos novios. Convirtió el agua en vino. La Virgen, que como mujer y madre estaba en todo, aprovechó la ocasión para lanzar a su Hijo al primer signo.
  En la Samaritana descubre  una sed dormida en el brocal de un  
   En el grito de la Cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28) es dónde se manifiesta trágicamente la sed física y la sed espiritual. El cuerpo de Jesús sin beber y desangrándose durante tantas horas, tenía un sed física indudable. También una sed moral de cada uno de nosotros. Allí apuro en su persona tod la capacidad de odio y rencor de los seres humanos. Nos ofreció, a cambio, la sangre y el agua de su costado.
   ¿Cómo podemos reaccionar ante esta obra de misericordia? No desperdiciando el agua. Cuando unos Monitores explicaban en una escuela el posible ahorro de agua, les indicaban a los niños que no dejaran el grifo abierto cuando se lavaban los dientes. Un niño ingenuamente dijo: mi padre nunca lo cierra. Y pudo oírse un eco. Ni el mío, ni el mío.
 Cuidar nuestros productos de aseo: Elegir los que no contaminan. No dejar residuos sólidos en los montes cuando vamos de excursión. Arrastrados por la corriente contaminan el agua de nuestros ríos.
   En la vida ordinaria no toda bebida es saludable. No celebremos nuestra amistad  ofreciendo bebidas drogas que pueden destruir las personas, especialmente a los jóvenes. Seamos responsables.
   Que en nuestras conversaciones encuentren siempre nuestros hermanos bebida fresca y reconfortante, no avinagrada.
   “No reprimamos la sed que tenemos en lo más profundo de nuestro ser. Tenemos el cántaro vacío como la Samaritana. Solo Jesús puede llenarlo”. Papa Francisco.
 
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