Vigilia de Oración

El papa Francisco tiene muy claro que el Sínodo de la Familia no puede ser un Parlamento sino un signo de gracia a la escucha del Espíritu Santo.
   El enemigo acechaba con fuerza en la misma cabeza de la Curia. A bombo y platillo se anuncia que un alto cargo de la misma tiene atracción al mismo sexo. Y convive con su pareja. En siglas se llama AMS. Es muy importante el leguaje. No caigamos en la trampa del enemigo. No existen homosexuales. Nadie nace así., salvo enfermedad como en otra situaciones humanas. Tener AMS, no implica ninguna maldad. Puede curarse; y de hecho existen personas dedicadas a este menester con muy buenos resultados. Por eso, como dice el Catecismo de la Iglesia católica, nunca deben ser despreciados sino tratados con cariño.
   Volvamos a la Vigilia.
   El Cardenal Ángelo Bagnasco, Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, recibió al Papa con unas palabras sobre la importancia del Sínodo y pidió su bendición sobre la lámpara de aceite preparada. Símbolo de un mundo de amor que fue colocada a los pies del cuadro de la sagrada Familia que presidía el acto. Antes de las palabras del Papa varias personas dieron testimonio sobre la importancia de la familia en sus vidas.
   El Papa en sus palabas resaltó diversos aspectos del Sínodo que se iniciaba.
   El Sínodo necesita fuerza del Espíritu santo. Sin él, como decí el Patriarca Atenágoras: “Sin el Espíritu Santo, Dios resulta lejano, Cristo permanece en el pasado, la Iglesia se convierte en una simle organización, la autoridad se transforma en dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación y el actuar de los cristianos en una moral de esclavos”.
   Que el Sínodo que se abre: “sepa reorientar la experiencia conyugal y familiar hacia una imagen pena del hombre y abrazar la situaciones de vulnerabilidad”. Que los padres sepan sacar del tesoro de la tradición viva, palabras de consuelo y orientaciones esperanzadoras para las familias, que están llamadas en este tiempo a construir el futuro de la comunidad eclesial y de la ciudad del hombre. Siendo siempre una luz, por más débil que sea, en medio de la oscuridad del mundo”.
   Recordando a Charles de Foucauld que intuyó la imagen que procede de Nazaret, señaló: “La familia es un lugar de santidad evangélica, llevada a cabo en las condiciones más ordinarias. Se ahondan las raíces que permiten ir más lejos. Es el lugar de gratuidad, de presencia discreta, fraterna, solidaria, que nos enseña a salir de nosotros mismos para acoger al otro, a perdonar y ser perdonados”
   Terminó invitando a encontrar una Iglesia “que es madre, capaz de engendrar la vida y atenta a comunicar continuamente la vida, a acompañar con decisión con dedicación, ternura y fuerza moral. Una iglesia que es familia sabe presentarse con la proximidad y el amor de un padre, que vive la responsabilidad del custodio, que protege sin reemplazar, que corrige sin humillar, que educa con el ejemplo y la paciencia. A veces con el simple silencio de una espera orante y abierta”. De hijos que se reconocen hermanos, y que nunca llega a considerar al otro como un peso, un problema, un coste, una preocupación o un riesgo: el otro es esencialmente un don, que sigue siéndolo aunque recorra caminos diferentes”.
   “La iglesia siempre es una casa abierta, lejos de grandezas exteriores, acogedora en el estilo sobrio de sus miembros y, precisamente por ello, accesible a la esperanza de paz que hay dentro de cada hombre, incluidos aquellos que-probados por la vida- tienen el corazón lacerado y dolorido”.