El nombre de Jesús (I)
LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE ( I )
Por el Rvdo. Paul O`Sullivan, O.P. (E. D. M.)
“Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doblen la rodilla todas las criaturas del cielo, tierra e infierno . . .” -Filipenses 2:9-10
La frecuente repetición de este Nombre te salvará de muchos sufrimientos y grandes peligros.
El mundo ahora está amenazado con las más graves calamidades. Cada uno de nosotros puede hacer mucho para salvarse de los males que van a venir, y ayudar mucho al mundo, a la Iglesia, y a nuestro Santo Padre, el Papa, simplemente repitiendo con frecuencia “Jesús, Jesús, Jesús.” (El autor)
Capitulo 1
LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE
He oído y repetido desde la infancia el Santo Nombre de Jesús, pero muchos, demasiados, no tienen una idea adecuada de las grandes maravillas de este Santo Nombre.
¿Qué sabes, querido lector, del nombre de Jesús? Sabrás que es un nombre santo y que habría que inclinar la cabeza cada vez que se dice. Es muy poca cosa. Es como si uno viera un libro cerrado y se fijara solamente en el titulo de la portada. No sabes nada de los preciosos pensamientos que el libro contiene.
Así es, cuando pronuncias el nombre de Jesús, sabes muy poco de los tesoros que en Ello se oculta.
Este divino nombre, en verdad, es una mina de riquezas, es un manantial de la más alta santidad y el secreto de la felicidad más grande que un hombre puede esperar y gozar en esta tierra. Lee, y lo verás.
Es tan poderoso, tan seguro, que nunca deja de producir en nuestras almas los más maravillosos resultados. Consuela al más triste corazón y hace fuerte al más débil pecador.
Nos obtiene todo tipo de favores y gracias, tanto espirituales como temporales.
Debemos hacer dos cosas.
Primero, entender claramente el significado y el valor del Nombre de Jesús.
Segundo, debemos habituarnos a decirlo devota y frecuentemente cientos y cientos de veces todos los días. Lejos de ser algo aburrido, será algo de inmenso gozo y consolación.
Capitulo 2
¿QUÉ SIGNIFICA EL NOMBRE DE JESÚS?
El santo Nombre de Jesús es, primero que todo, una oración todopoderosa. El mismo Nuestro Señor solemnemente promete que todo aquello que pidiéramos al Padre en Su Nombre lo recibiríamos. Dios nunca falla en Su palabra.
Cuando decimos “Jesús”, pedimos a Dios todo lo que necesitamos con la absoluta confianza de ser oídos.
Por esta razón, la Iglesia termina sus oraciones con estas palabras: “Por Jesucristo”, que da a la oración una nueva eficacia divina.
Pero, el Santo Nombre es algo aún más grande.
Cada vez que decimos “Jesús”, glorificamos a Dios con un gozo y gloria infinito porque le ofrecemos todos los infinitos méritos de la Pasión y Muerte de Jesucristo.
San Pablo nos dice que Jesús mereció el nombre de “Jesús” por su Pasión y Muerte.
Cada vez que decimos: “Jesús”, claramente deseamos ofrecer a Dios todas las Misas dichas en todo el mundo por nuestras intenciones. Nosotros verdaderamente participamos en aquellas cientos de misas.
Cada vez que decimos: “Jesús” ganamos indulgencias que podríamos aplicar por las ánimas del Purgatorio, con lo que se verán muchas de estas ánimas aliviadas y liberadas de sus horribles penas. Ellas serán verdaderamente nuestras mejores amigas y rezarán por nosotros con increíble fervor.
Cada vez que decimos: “Jesús”, es un acto de perfecto amor, por el cual ofrecemos a Dios el infinito amor de Jesús.
El Santo Nombre de Jesús nos salva de innumerables males, y nos rescata especialmente del poder del demonio que está constantemente buscando la ocasión de hacernos daño.
El Nombre de Jesús gradualmente irá llenando nuestras almas con una paz y un gozo que nunca tuvimos antes.
El Nombre de Jesús nos refuerza de una manera tal, que nuestro sufrimientos parecen ligeros y fáciles de soportar.
¿QUÉ DEBEMOS DE HACER?
San Pablo nos dice que debemos de hacer todo lo que hacemos tanto sea en palabras o en trabajo en Nombre de Jesús. “Todo cuanto hacéis, sea de palabra o de obra, todo en nombre de nuestro Señor Jesucristo . . .* (Col. 3:17).
De esta manera todos los actos se hacen en un acto de amor y mérito. Y más aún, recibimos la gracia y la ayuda para hacer todas nuestras acciones perfectamente bien.
Debemos, sin embargo, hacer lo que mejor podamos en acostumbrarnos en decir “Jesús, Jesús, Jesús” muy a menudo, todos los días. Podemos hacerlo cuando nos vestimos, en el trabajo –no importa lo que estamos haciendo- paseando, en momentos de tristeza, en casa y en la calle, en todas partes.
No hay nada más fácil si nos esforzamos en hacerlo con regularidad. Lo podemos hacer muchísimas veces al día.
Piensa en cada vez que decimos “Jesús” devotamente, 1) damos gran gloria a Dios, 2) recibimos grandes gracias, 3) y ayudamos a las almas del purgatorio.
Pongamos ahora algunos ejemplos que demuestran el poder del Santo Nombre.
Capítulo 3
EL MUNDO EN PELIGRO SALVADO POR EL SANTO NOMBRE
En el año 1274 grandes males amenazaron al mundo. La iglesia fue asaltada por furiosos enemigos desde adentro y fuera. Fue tan grande el peligro que el Papa Gregorio X, que reinaba por entonces, convocó un concilio de obispos en Lyon para determinar la mejor manera de salvar a la sociedad de la ruina en la que estaba cayendo. Entre las muchas formas propuestas, el Papa y los obispos eligieron la que ellos consideraron más fácil y eficaz de todas, es decir, la frecuente repetición del Santo Nombre de Jesús.
El Santo Padre entonces pidió a los obispos del mundo y a sus sacerdotes que invocaran el Nombre de Jesús y urgieran a sus fieles el poner su confianza en éste poderoso Nombre, repitiéndolo constantemente con ilimitada confianza. El Papa encargó especialmente a la Orden de Santo Domingo la gloriosa tarea de predicar las Maravillas del Santo Nombre, trabajo que ellos cumplieron con ilimitado celo.
Sus hermanos Franciscanos les secundaron. San Bernardino de Siena y San Lorenzo de Puerto-Mauricio fueron ardientes apóstoles del Santo Nombre de Jesús.
Sus esfuerzos fueron coronados con el éxito. Fueron barridos los enemigos de la Iglesia y desaparecieron los peligros que amenazaban a la sociedad y la paz reinó una vez más.
Esta es la lección más importante para nosotros porque, en nuestros días, terribles sufrimientos están aplastando muchas naciones. Y aún mayores tribulaciones están amenazando a todas las demás.
Ningún gobierno o gobiernos parecen lo bastante fuertes y hábiles como para detener este tremendo torrente de males. No hay más que un remedio y es la oración.
Todo cristiano debe volver a Dios y pedirle misericordia. La oración más fácil de todas las oraciones, como hemos visto, es el Nombre de Jesús.
Todos, sin excepción, pueden invocar este Santo Nombre cientos de veces al día, no solamente por sus propias intenciones, sino también para pedir a Dios que libere al mundo de una inminente ruina.
Es asombroso lo que una persona que reza puede hacer para salvar a su país y a la sociedad.
Leemos en la Sagrada Escritura cómo Moisés salvó por sus oraciones al pueblo de Israel de la destrucción y cómo una piadosa mujer, Judit de Betulia, salvó su ciudad y su gente cuando los gobernadores estaban desesperados y a punto de rendirse a sus enemigos.
De nuevo notamos, que las dos ciudades Sodoma y Gomorra, que Dios destruyó con fuego, por causa de sus pecados y crímenes, les hubiera perdonado si hubieran habido solamente diez personas que rezaran por ellos!
Una y otra vez leemos de reyes, emperadores, hombres de estado y famosos comandantes militares que pusieron toda su confianza en la oración, y así obraron maravillas. Si las oraciones de un hombre pueden hacer tanto, ¿cuánto más harán las oraciones de muchos?
El Nombre de Jesús es la más corta, más fácil, y más poderosa de las oraciones. Todos pueden decirlo incluso en medio de su trabajo diario. Dios no puede rehusar de oírlo.
Invoquemos el nombre de Jesús pidiéndole que nos salve de las calamidades que nos amenazan.
Capitulo 4
LA PLAGA DE LISBOA: LA CIUDAD SALVADA POR EL SANTO NOMBRE
Una devastadora plaga aparece en Lisboa en 1432. Todos los que pudieron hacerlo, huyeron aterrorizados de la ciudad y de este modo se extendió por todos los rincones del país de Portugal.
Miles de hombres, mujeres y niños de todas clases fueron barridos por la cruel enfermedad.
Fue tan virulenta la epidemia que los hombres caían muertos en todas partes, en la mesa, en las calles, en sus casa, en las tiendas, en los mercados, en las iglesias. Usando las palabras de los historiadores, estalló como rayo de hombre a hombre, por un abrigo, un sombrero, o cualquier prenda que hubiera sido tocada por la sacudida plaga. Sacerdotes, médicos y enfermeras fueron arrastrados en tal número que muchos cuerpos yacían en las calles, sin enterrar. Los perros lamían la sangre de los muertos, como resultado fueron estos contagiados con la terrible enfermedad que se extendió aún más entre la infortunada gente.
Entre aquellos que asistieron a los moribundos con inquebrantable tenacidad, fue un venerable obispo, Monseñor André Días, que vivió en el Convento o Monasterio de Santo Domingo. Este santo varón, viendo que la epidemia, lejos de disminuir, crecía a diario en intensidad y perdiendo la esperanza en la ayuda humana, urgió a la infeliz gente a que invocaran el Santo Nombre de Jesús. Donde quiera que la enfermedad fuera más furiosa, se le había visto, urgiendo, implorando a los enfermos y moribundos y a aquellos a los cuales no les había tocado la enfermedad, el repetir: “Jesús, Jesús”. “Escribidlo en estampas” decía “y guardadlas dentro de vosotros. Ponedlas por la noche debajo de las almohadas. Ponedlas en las puertas, pero por encima de todo, invocad constantemente con vuestros labios y en vuestros corazones este Nombre que es de lo más poderoso”.
Él fue como ángel de paz, llenando a los enfermos y moribundos con coraje y confianza. Los pobres dolientes sentían dentro de ellos una nueva vida, y nombrando a Jesús, ponían las estampas en sus pechos o en sus bolsillos.
Entonces citándoles en la gran iglesia de Santo Domingo, les habló una vez más del poder del Nombre de Jesús y bendijo agua en el mismo Santo Nombre. Ordenando que toda la gente se salpicara con ella y que salpicaran las cara de los enfermos y moribundos. ¡Maravilla de maravilla! Los enfermos sanaron, los moribundos resucitaron de sus agonías, la plaga cesó y la ciudad fue librada en pocos días del más espantoso azote que jamás la había visitado.
Las noticias se extendieron por todo el país y todos empezaron al unísono a invocar el Nombre de Jesús. En un increíble y corto período de tiempo, todo Portugal se vio libre de la horrorosa enfermedad.
La gente agradecida, teniendo presente las maravillas que había presenciado, continuaron su amor y confianza en el Nombre de nuestro Salvador. Así que en sus problemas, en todos los peligros, cuando males de cualquier clase les amenazaban, ellos invocaban el Nombre de Jesús. Fueron fundadas confraternidades en las iglesias, fueron hechas procesiones del Santo Nombre mensualmente, fueron levantados altares en honor de este bendito nombre. Así que la mayor maldición que jamás había caído en el país fue transformada en una de las más grandes bendiciones.
Por siglos, esta confianza en el Nombre de Jesús continuó en Portugal y así mismo se extendió a España, Francia y al resto del mundo.
Capitulo 5
GENSERIC EL GODO
En el reino de Genseric, el Rey arriano de los Godos, uno de los favoritos cortesanos del Rey, el Conde de Armogasto, fue convertido del arrianismo a la Iglesia Católica.
El Rey, oyendo el hecho, se enfureció de tal manera que llamó al joven noble a su presencia y trató por todos los medios en su poder, inducirle a rechazar su Fe y volver a la secta arriana.
Ni las amenazas, ni las promesas le importaron. El Conde rehusó toda insinuación y conservó su nueva Fe. Genseric dio rienda suelta a su furia y ordenó que ataran al joven con fuertes cuerdas y que los fornidos verdugos las apretaran con todas sus fuerzas. El tormento era inmenso pero la víctima no mostraba señales de dolor. Repitió por dos o tres veces “Jesús, Jesús, Jesús”, y las cuerdas se ablandaron como telas de araña y cayeron a sus pies.
Enfurecido sin medida el tirano, ordenó ahora que fueran traídos tendones de bueyes, tan fuertes como el alambre. El Conde fue atado de nuevo y el rey pidió a los verdugos que usaran todas sus fuerzas. Una vez más, su víctima invocó el nombre de Jesús. Y las nuevas ligaduras como las viejas se aflojaron como hilos. Echando espuma por la boca de odio, ordenó que el mártir fuera atado por los pies y colgado de la rama de un árbol, cabeza abajo.
Sonriendo a esta nueva moda de tortura, el Conde Armogasto cruzó los brazos en su regazo y repitiendo el Santo Nombre, se durmió tranquilamente como si estuviera echado en el más suave y cómodo sofá.
Capitulo 6
MELCHIOR SONRÍE A SUS VERDUGOS
Tenemos otro incidente parecido de la misma clase narrado por el mártir chino, el Venerable Dominico y obispo, Don Melchior.
En una de las muchas persecuciones que atacaron a China, y que dio tantos santos a la Iglesia, este santo obispo fue perseguido y después de haber resistido los más brutales tormentos, era condenado a una muerte cruel.
Fue arrastrado al mercado en medio del populacho, los cuales vinieron a satisfacerse con sus sufrimientos.
Le desnudaron y cinco verdugos armados con afiladas espadas empezaron a cortar sus dedos, uno por uno, coyuntura por coyuntura, después sus brazos, luego sus piernas, causándole una agonía extremadamente dolorosa. Finalmente rajaron su encarnadura y le rompieron los huesos.
Durante ese prolongado martirio, sin visibles signos de dolor por parte del obispo, sonreía y decía despacio y en alta voz, “Jesús, Jesús, Jesús”. Esto le daba una maravillosa fuerza ante el asombro de sus verdugos.
No hubo una lágrima o queja que se escapara de sus labios, hasta que finalmente, después de horas de tortura, calladamente, expiró con la misma dulce y pacifica sonrisa en su cara.
Que maravillosa consolación no sentiríamos cuando, confinados en cama por una enfermedad o desgarrados por el dolor, repitiéramos el Nombre de Jesús.
Muchas gentes que no pueden dormir encontrarán ayuda y consolación si invocan en estos momentos de insomnio el Santo Nombre y muy probablemente caerían en un tranquilo sueño.
SAN ALEJANDRO Y LOS FILOSOFOS PAGANOS
Durante el reinado del Emperador Constantino, la religión cristiana estaba progresando constante y rápidamente.
En Constantinopla, los filósofos paganos se sintieron agraviados al ver que muchos de sus adeptos desertaban de su vieja religión y se unían a la nueva. Ellos rogaron al mismo Emperador pidiendo, en justicia, deberían de ser escuchados y permitirles convocar una conferencia publica con el obispo de los cristianos, San Alejandro, que por aquel entonces gobernaba la sede de Constantinopla. Era un hombre santo pero no un agudo lógico.
No tuvo miedo, por esta razón, de conocer al representante de los filósofos paganos que era un astuto dialéctico y un elocuente orador. En el día señalado, delante de una vasta asamblea de hombres doctos, el filósofo empezó muy cuidadosamente preparado a atacar las enseñanzas cristianas. El santo obispo escuchó por algún tiempo y entonces pronunció el Santo Nombre de Jesús, el cual confundió al filósofo de tal manera, que no solamente perdió el hilo de su discurso, sino que le fue inútil, aun con la ayuda de sus colegas, volver al ataque.
Santa Cristiana era una joven esclava en el Kurdistan, una región casi enteramente pagana.
Era costumbre en ese país que, cuando un niño estaba gravemente enfermo, su madre le llevaba en brazos a la casa de sus amigos y preguntaba si ellos sabían de algún remedio que pudiera beneficiar al pequeño. En una de esas ocasiones, una madre trajo a su hijo enfermo a la casa donde Cristiana vivía.
Preguntándole si sabía de algún remedio de esa enfermedad, miró al niño y dijo: “Jesús, Jesús”.
En un instante, el niño moribundo sonrió y se levantó con gozo. Estaba completamente curado.
Este extraordinario hecho pronto fue conocido y llegó a los oídos de la reina que estaba invalida. Dio órdenes para que trajeran a Cristiana a su presencia.
Llegando a palacio, la reina paciente preguntó a Cristiana si podía, con el mismo remedio, curar su enfermedad en la que habían fallado los médicos. Una vez más Cristiana pronunció con gran confianza: “Jesús, Jesús”. Y de nuevo, ese divino Nombre fue glorificado. La reina recobró instantáneamente la salud.
Una tercera maravilla más estaba por suceder. Algunos días después de la cura de la reina, el rey se encontró cara a cara con una muerte certera. La escapatoria parecía imposible.
Sabiendo el poder del Divino Nombre, el cual él había sido testigo con la cura de su esposa, su Majestad invocó: “Jesús, Jesús”, y sucedió que fue arrebatado de tan horrible riesgo.
Llamando de la misma manera a la pequeña esclava, aprendió de ella las verdades del cristianismo. Él, así como una gran multitud de su gente, abrazó la Fe.
Cristiana es santa y su fiesta se celebra el 15 de Diciembre.
San Gregorio de Tours relata que cuando él era un muchacho su padre cayó gravemente enfermo y se estaba muriendo. Gregorio, rezó fervientemente por su recuperación. Cuando Gregorio estaba durmiendo por la noche, su Ángel de la Guarda se le apareció y le dijo:
Escribe el Nombre de Jesús en una tarjeta y colócalo debajo de la almohada del enfermo.
A la mañana siguiente, Gregorio contó a su madre el mensaje del Ángel, la cual le aconsejó que obedeciera. Así lo hizo, poniendo la tarjeta debajo de la cabeza de su padre. Para regocijo de la familia, el paciente se mejoró rápidamente.
Podríamos llenar páginas y páginas con los milagros y maravillas que ha obrado el Santo Nombre en todos tiempos y lugares, no solamente por los Santos, sino por todo el que invoque este Divino Nombre con reverencia y Fe.
Marchese decía: “Intervengo aquí para relatar las maravillas obradas y las gracias concedidas por Nuestro Señor a aquellos que son devotos a su Santo Nombre porque San Juan Crisóstomo me recuerda que Jesús es siempre nombrado cuando los milagros están hechos
por los hombres santos; enumerarlos desde aquí sería tratar de dar una lista de los incontables milagros que Dios ha hecho a través de todos los siglos, para incrementar la gloria de Sus Santos o para crear y reforzar la Fe en los corazones de los hombres”.
ESTAMPAS DEL SANTO NOMBRE
Estampas con el Santo Nombre en ellas inscritas han sido usadas y recomendadas por los grandes amantes del Santo Nombre como Monseñor André Días, San Leonardo de Puerto-Mauricio y San Gregorio de Tours arriba mencionados.
Nuestros lectores harían bien en usar estas estampas, llevándolas consigo durante el día y poniéndolas debajo de la almohada por la noche, colocándolas en las puertas de las habitaciones.
Capítulo 7
LOS SANTOS Y EL SANTO NOMBRE
Todos los Santos tienen un inmenso amor y confianza en el Nombre de Jesús. Ellos vieron en este Nombre con una clara visión, todo el amor de Nuestro Señor, todo su poder, todas las cosas bellas que dijo e hizo en la tierra.
Hicieron todas sus obras maravillosas en el Nombre de Jesús. Obraron milagros, echaron demonios, curaron enfermos y confortaron a todos usando y recomendándoles que se acostumbraran a invocar al Santo Nombre. San Pedro y los Apóstoles convirtieron al mundo con este Nombre Todopoderoso.
El Príncipe de los Apóstoles empezó su gloriosa carrera predicando el Amor de Jesús a los judíos en las calles, en el Templo, en sus sinagogas. Su primer gran milagro ocurrió el primer domingo de Pentecostés cuando iba a entrar en el Templo con San Juan. Un hombre cojo, bien conocido por los judíos que frecuentaba el Templo, estrechaba su mano esperando recibir limosna. San Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: En el Nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda”. (Hechos 3-6).
Instantáneamente, el cojo se levantó y brincó de júbilo.
Los judíos estaban atónitos, pero el gran apóstol les dijo: “¿Por qué os maravilláis de esto . . . como si por nuestro propio poder o piedad le hubiésemos hecho andar? El Nombre de Jesús por la Fe en él, ha devuelto la fuerza a este hombre”.
Innumerables veces desde esos días de los Apóstoles el Nombre de Jesús ha sido glorificado.
Citaremos algunos de los incontables ejemplos que nos muestran cómo los Santos derivan toda su fuerza y consolación en el Nombre de Jesús.
SAN PABLO
San Pablo era de una manera muy especial, el predicador y el doctor del Santo Nombre. Al principio, fue un furioso perseguidor de la Iglesia, movido por un falso celo y odio hacia Cristo.
Nuestro Señor se le apareció en el camino de Damasco y le convirtió, haciendo de él el apóstol de los gentiles y dándole su gloriosa misión, que era predicar y dar a conocer su Santo Nombre a príncipes y reyes, a judíos y gentiles, a todas las gentes y naciones.
San Pablo, lleno con ardiente amor por Nuestro Señor, empezó su gran misión –desarraigando el paganismo, derribando falsos ídolos, confundiendo a filósofos de Grecia y Roma, temiendo a enemigos y conquistando todas las dificultades- todo en el Nombre de Jesús.
Santo Tomas de Aquino dice de él: “San Pablo llevó el Nombre de Jesús en su frente porque se gloriaba en proclamarlo a todos los hombres. Él lo llevaba en sus labios porque adoraba invocarlo, en sus manos ya que le encantaba escribirlo en sus Epístolas; en su corazón, porque su corazón ardía por su amor. Él mismo nos dice: “Yo no vivo, es Cristo quien vive en mí”.
San Pablo nos dice en su propia y bella manera las dos grandes verdades acerca del Nombre de Jesús.
Primero que todo, nos dice el infinito poder de Su Nombre. “Al Nombre de Jesús doblan las rodillas todas las criaturas del cielo, la tierra e infierno”.
Todas las veces que decimos “Jesús”, damos una infinita alegría a Dios, a todo el Cielo, a la Bendita Madre de Dios y los Ángeles y a los Santos.
En segundo lugar, nos dice cómo usarlo. “Lo que sea que hagas, cuando hablas o trabajas, hazlo todo en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo”, y añade: si comes o bebes o cualquier cosa que hagas, hazlo todo en el Nombre de Jesús.
Este consejo lo siguieron todos los Santos, así que todos sus actos fueron hechos por amor a Jesús y por esto todos sus actos y pensamientos ganaban o les hacían ganar gracia y méritos.
Era por este Nombre que ellos se hacían santos. Si seguimos este mismo consejo del Apóstol, nosotros también podemos alcanzar un grado muy alto de santidad.
¿Cómo lo haremos todo en Nombre de Jesús? Acostumbrándonos, como ya hemos dicho, a repetir el Nombre de Jesús frecuentemente durante el día. Esto no presenta dificultad, solamente se necesita buena voluntad.
San Agustín, el gran Doctor de la Iglesia, encontró sus delicias en repetir el Santo Nombre. Él mismo nos dice que encontraba mucho placer en los libros que hacían mención frecuente de este Nombre todo-consolador.
San Bernardo sentía un maravilloso gozo y consolación en repetir el Nombre de Jesús. Lo sentía, dice, como miel en su boca y una deliciosa paz en su corazón. Nosotros también sentiremos paz aun, en nuestra alma si imitamos a San Bernardo y repetimos frecuentemente el Santo Nombre.
Santo Domingo pasó sus días predicando y discutiendo con herejes. Él siempre fue a pie de sitio en sitio, tanto en los opresivos calores del verano como en el frío y la lluvia del invierno.
Los herejes Albigenses, a quienes él trataba de convertir, eran más como demonios salidos del infierno que hombres mortales. Sus doctrinas eran infames y sus crímenes innumerables. Aun así, como otro San Pablo, convirtió cien mil de estos hombres malvados, así que muchos de ellos, se hicieron destacados por su santidad. Cansado por las noches por sus trabajos, él pidió solamente un premio que era pasar la noche delante del Santísimo Sacramento derramando su alma en amor de Jesús. Cuando su pobre cuerpo no pudo resistir más, apoyó la cabeza en el altar y descansó un poco, después, empezó una vez más su íntima conversación con Jesús.
A la mañana siguiente, celebró Misa con el ardor de un serafín, así que a veces su cuerpo se levantaba del suelo en un éxtasis de amor. El Nombre de Jesús llenaba su alma de gozo y deleite.
Beato Jordan de Sajonia, que sucedió a Santo Domingo como Padre General de la Orden, era un predicador de gran renombre. Sus palabras iban directas al corazón de sus oyentes pero sobre todo cuando les hablaba de Jesús.
Sabios profesores de ciudades universitarias venían con deleite a oírle y muchos de ellos se hacían Dominicos.
Otros frailes temían venir porque serían inducidos también a unirse a su Orden. Tantos fueron arrastrados por la irresistible elocuencia del Beato Jordán que cuando su visita era anunciada en una ciudad el prior del Convento traía enseguida gran cantidad de tela blanca para hábitos para aquellos que solicitarían, por seguro, entrar en la Orden. El mismo Beato Jordán recibió mil postulantes al hábito, además de los más destacados profesores de las universidades europeas.