San Ambrosio de Milán ( II )
Muerte y riquezas
Por tanto, se le dice: «Los bienes que allegaste, ¿para quién serán?». ¿Por qué todos los días mides, cuentas y pones sello a tu dinero? ¿Por qué pesas diariamente el oro y la plata? ¡Cuánto más te valdría ser dispensador liberal que guarda solícito! ¡Cuánto más te aprovecharía para la gracia que tuvieras selladas tus muchas balanzas en un saco! Pues el dinero lo dejamos en este mundo, pero la gracia de las buenas obras nos acompañará como mérito en el Juicio final…
¿Qué otra cosa se quiere describir en esta historia a no ser la avaricia del rico, que es un torrente que todo lo arrolla y destroza? Jezabel representa esta avaricia, y no hay una sola, sino muchas, ni es solamente de una época, sino de todos los tiempos. Ella dice a todos, como la Jezabel de la historia dijo a su marido, Ajab: «Levántate, come y vuelve en ti; yo te daré la viña de Nabot de Jezrael.»
Y escribió ella unas cartas en nombre de Ajab y las selló con el sello de éste y se las mandó a los ancianos y a los magistrados que vivían con Nabot. He aquí lo que escribió en las cartas: «Promulgad un ayuno y traed a Nabot delante del pueblo y preparad dos malvados que depongan contra él diciendo: Tú has maldecido a Dios y al rey; y sacadle luego y lapidadle hasta que muera.»
¡Cuán vivamente expresa la Sagrada Escritura el modo de obrar de los ricos! Se entristecen si no pueden robar lo ajeno: dejan de comer, ayunan, no para reparar sus pecados, sino para preparar el crimen. Y tal vez les ves venir a la iglesia oficiosos, humildes, asiduos, para obtener que se lleve a efecto su delito. Pero les dice Dios: «El ayuno que me agrada no es encorvar la cabeza como junco y acostarse en saco y ceniza. No llaméis a este ayuno aceptable. ¿Sabéis qué ayuno quiero yo? —dice el Señor—. Romper todas las ataduras de la injusticia, deshacer los vínculos opresores, dejar ir libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo inicuo; que partas tu pan con el hambriento, que acojas en tu casa al pobre sin techo, que si ves al desnudo le vistas y no desprecies a tus hermanos. Entonces brillará tu luz como la aurora y se dejará ver pronto tu salud y te precederá la justicia y la gloria de Dios te rodeará; entonces llamarás al Señor y te oirá. Aún no habreis acabado de hablar y te dirá: Aquí estoy».
¿Oyes, rico, lo que dice el Señor? Y tú vienes a la iglesia, no para distribuir algo al pobre, sino para quitárselo; ayunas, no para que el gasto de tu comida vaya en beneficio de los pobres, sino para apoderarte incluso de sus despojos. Tú dices: «Destruiré mis graneros»; pero Dios dice: «Despréndete más bien de lo que encierra el granero, dalo a los pobres, que aprovechen estos recursos los necesitados.» Tú dices: «Los haré mayores y reuniré en ellos mis cosechas por grandes que sean.» Pero el Señor te dice: «Parte tu pan con el hambriento.» Tú dices: «Quitaré a los pobres su casa.» Pero el Señor te dice: «Recibe en tu casa a los necesitados que no tienen techo.» ¿Cómo quieres, rico, que Dios te oiga, cuando tú no piensas que debes escuchar a Dios? …
«Nabot ha maldecido —dice— a Dios y al rey.» Equipara a las personas para que parezca igual la ofensa. «Maldijo —dice— a Dios y al rey.» Se buscaron dos testigos inicuos. También por dos testigos fue apetecida Susana, y dos testigos encontró también la Sinagoga que depusieron contra Jesús falsamente, y con dos testimonios es asesinado el pobre. «Luego sacaron a Nabot fuera de la ciudad y le lapidaron.» ¡Si al menos hubiese podido morir entre los suyos! Pero el rico quiere quitar al pobre hasta la sepultura.
«Y sucedió que como oyese Ajab la muerte de Nabot, rasgó sus vestiduras y se vistió de cilicio. Y después de esto se levantó y descendió a la viña de Nabot de Jezrael para tomar posesión de ella.» Los ricos, si no obtienen lo que desean, para hacer daño se aíran y calumnian. Después fingen pesar; sin embargo, tristes y como afligidos, no de corazón, sino de rostro, marchan al lugar de la rapiña a tomar posesión inicua del fruto de su agresión.
Este hecho conmueve a la justicia divina, que condena al avaro con merecida severidad. «Mataste —se le dice— y te adueñaste de la heredad. Por eso en el lugar en el que los perros lamieron la sangre de Nabot lamerán también la tuya propia y las meretrices se lavarán en ella.» ¡Cuán justa y cuán severa sentencia, que la muerte acerba que el rey causó la sufriera él mismo con todo su horror! Dios ve al pobre insepulto y establece que quede también sin sepultura el rico; Él quiere que pague, también muerto, sus iniquidades, porque no tuvo piedad ni siquiera de un muerto. El cadáver del rey, empapado en la sangre de sus heridas, muestra, con este género de muerte violenta, la crueldad de su vida. Cuando sufrió esta muerte el pobre fue inculpado el rico; cuando la recibió el rico fue vengada la muerte del pobre.
¿Y qué significa que las meretrices se lavaran en su sangre, sino la perfidia propia de las prostitutas en que cayó el rey con su egoísmo salvaje, o la lujuria cruenta de él, que fue tan lujurioso hasta desear las hortalizas y tan sanguinario que por ellas mató a Nabot? Digna pena castiga al avaro y a la avaricia. En fin, también a Jezabel la devoraron los perros y las aves del cielo para dar a entender qué fin espera al rico en su sepultura. Huye, pues, rico, de las muertes de esta clase. Pero huirás de ellas si huyes de estos crímenes. No quieras ser otro Ajab, de modo que ambiciones la posesión del vecino. No cohabite contigo Jezabel, aquella avaricia feroz, pues te persuadirá para que mates, no refrenará tu codicia, sino la excitará; te hará más desgraciado aunque logres alcanzar lo que desea, te hará desnudo aunque seas rico…
Considera, rico!, en qué incendio estas metido. Tu voz es la de aquél que decía: «Padre Abrahán, di a Lázaro que moje el extremo de su dedo en agua y humedezca mi lengua»31.
A ti mismo te aprovecha lo que dieres al necesitado; para ti mismo aumenta lo que disminuye tu hacienda. Te alimenta a ti el pan que dieres al pobre, porque quien se compadece del pobre se sustenta a sí mismo de los frutos de su humanidad. La misericordia se siembra en la tierra y germina en el cielo. Se planta en el pobre y se multiplica delante de Dios. «No digas —te ordena el Señor— mañana daré». Quien no sufre que tú digas «Mañana daré», ¿como podrá soportar que contestes «No daré»? No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común y ha sido dado para el uso de todos, lo usurpas tú solo. La tierra es de todos, no sólo de los ricos; pero son muchos menos los que gozan de ella que los que gozan. Pagas, pues, un débito, no das gratuitamente lo que no debes. «Presta atención, sin enojarte, al pobre, y paga tu deuda, y respóndele con benignidad y mansedumbre».
¿Por qué, pues, rico!, eres soberbio? ¿Por qué dices al pobre: «No me toques»? ¿Acaso no has sido concebido y has nacido como él? ¿Por qué te jactas de la nobleza de tu progenie? …Ten cuidado, rico, no deshonres en ti los méritos de tus mayores, para que no se les pueda decir: «¿Por qué elegisteis a tal heredero?» No consiste el mérito del heredero en los artesonados dorados ni en las mesas de pórfido. Este mérito no es de los hombres, sino de las minas, en las cuales los hombres son castigados. Son los pobres quienes excavan el oro, a quienes después se les niega. Pasan fatigas para buscar y descubrir lo que después nunca podrán poseer.
Me admiro, ricos, de que creáis poder envaneceros tanto en el oro, pues es más materia de tropiezo que don recomendable. «Piedra de escándalo es el oro, ¡y ay de los que van tras él! Bienaventurado es el rico que es hallado sin mancha y no corre tras el oro ni espera en los tesoros»…
¿Os enorgullece acaso la amplitud de vuestros palacios, la cual más bien os debiera afligir, porque aunque pudieran albergar a todo el pueblo os aíslan de los clamores de los pobres? Si bien de nada os serviría oírlos, ya que, una vez oídos, nada hacéis. Vuestros mismos palacios deberían ser motivo de vergüenza para vosotros, porque, edificando, queréis superar vuestras riquezas y, sin embargo, no las vencéis. Vosotros revestís vuestras paredes y desnudáis a los hombres. El pobre desnudo gime ante tu puerta, y ni le miras siquiera. Es un hombre desnudo quien te implora y tú sólo te preocupas de los mármoles con que recubrirás tus pavimentos. El pobre te pide dinero y no lo obtiene; es un hombre que busca pan y tus caballos tascan el oro bajo sus dientes. Te gozas en los adornos preciosos, mientras otros no tienen qué comer. ¡Qué juicio más severo te estás preparando, oh rico! El pueblo tiene hambre y tú cierras los graneros; el pueblo implora y tú exhibes tus joyas. ¡Desgraciado quien tiene facultades para librar a tantas vidas de la muerte y no quiere! Las vidas de todo un pueblo habrían podido salvar las piedras de tu anillo.
Escucha qué modo de hablar conviene al rico: «Libré al pobre de la mano del poderoso y ayudé al huérfano que no tenía quien mirara por él. Caía sobre mí la bendición del miserable y la boca de la viuda me glorificaba. Vestíame de justicia; era ojo para los ciegos y pies para el cojo». Y continúa un poco después: «No se quedaba fuera de mi casa el extranjero y abría mi puerta al viandante…
Mas, ¿por qué repetir que él confesó que lloraba con los que lloraban y se dolía cuando veía a un hombre necesitado y a sí mismo lleno de bienes? Entonces se sentía más desdichado, cuando veía que él poseía y los demás estaban en la indigencia. Si esto dijo aquel que nunca hizo llorar a las viudas, ni comió su pan solo, sin dar parte de él al huérfano, al cual desde su juventud cuidó, aumentó y educó con el afecto de un padre; que nunca menospreció al desnudo, que enterró al muerto, que calentó a los enfermos con los vellones de sus ovejas, que no oprimió al huérfano, que nunca se deleitó en las riquezas ni se congratuló en la caída de sus enemigos; si quien esto hizo se vio necesitado teniendo tan grandes riquezas y nada sacó de tan gran patrimonio, excepto el fruto de la misericordia, ¿qué puedes esperar tú, que no sabes usar tu patrimonio, que en tantas riquezas llevas una vida miserable, porque a nadie socorres ni ayudas?
Tú, que entierras el oro, eres, por tanto, guardia de tu hacienda, no señor de ella; eres administrador de él, no árbitro. Pero donde está tu tesoro allí está tu corazón. Por eso con el oro entierras tu corazón. Vende más bien el oro y compra la salvación; vende la piedra preciosa y compra el reino de los cielos; vende tu campo y asegúrate la vida eterna. Te propongo la verdad, atestiguada por las palabras del Señor: «Si quieres ser perfecto —dice—, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Procura no entristecerte al oír estas palabras para que no se te diga como a aquel joven rico: «Cuán difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen dinero». Cuando leas estas palabras considera más bien que la muerte te puede arrebatar todo lo que posees y que puede quitártelo quien está sobre ti, porque aspiras a cosas pequeñas en lugar de grandes, a caducas en vez de eternas, a tesoros de dinero en lugar de tesoros de gracia. Aquéllos se corrompen, éstos son eternos.
Considera que no posees tú solo estos tesoros; los posee también la carcoma y el orín que consume al dinero. Estos son los compañeros que te proporciona la avaricia. Mira, por el contrario, a quienes te ofrecen la generosidad como deudores: «Muchos serán los labios de los justos que te bendigan como espléndido en pan, y los que darán testimonio de tu bondad»… Hazte deudor al Hijo de Dios, que dice: «Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me cubristeis»
Tú, hombre, no sabes atesorar riquezas. Si quieres ser rico, sé pobre en este mundo para que seas rico en Dios. Es rico en Dios quien es rico en la fe; es rico en Dios quien es rico en misericordia; es rico en Dios quien es rico en simplicidad; es rico en Dios quien es rico en sabiduría y en ciencia. Hay quienes son ricos en la pobreza, y quienes son pobres en la riqueza. Son ricos los pobres cuya extrema pobreza abundó en la riqueza de su simplicidad; pero los ricos padecieron necesidad y tuvieron hambre. Pues no en vano está escrito: «Los pobres serán antepuestos a los ricos y los siervos darán prestado a sus propios señores», porque los ricos y los señores siembran lo malo y superfluo, de lo cual no recogen frutos, sino espinas. Por eso los ricos serán súbditos de los pobres y los siervos prestarán a sus dueños en lo espiritual, como aquel rico que suplicaba al pobre Lázaro le diera una gota de agua. Puedes hacer tú también, ¡oh rico!, que se cumpla el sentido de esta sentencia: da con largueza al pobre y prestarás a Dios, pues quien es liberal con el pobre da prestado a Dios…
El Señor Jesús no se complace en los que le hacen ofrendas vestidos de púrpura, sino en los que dominan sus propios movimientos, a la sensualidad del cuerpo con la fuerza del espíritu. Por tanto, orad, ricos. No poseéis en vuestras obras lo que agrada a Dios. Orad por vuestros pecados y crímenes y restituid los dones a Dios nuestro Señor. Restituidle en el pobre, pagadle en el necesitado, prestadle en el indigente, pues no podéis aplacarle por vuestros delitos de otra forma. A quien teméis como vengador, hacedle deudor. «Yo no recibiré becerros de tu casa, ni machos cabríos de tus rebaños, porque son mías todas las bestias de los bosques». Lo que me ofrecieres, mío es, porque todo el universo es mío. No os exijo lo que es mío, sino lo que me podéis ofrecer vuestro, el afecto de devoción y de fe. No me deleito en el deseo de sacrificios: únicamente, ¡oh hombre!, «ofrece a Dios sacrificios de alabanza y cumple tus votos al Altísimo».