Sor Josefa Menéndez (IV)
Ahora quiero hablar a mis almas consagradas, para que puedan darme a conocer a los pecadores y al mundo entero, Muchas no saben aún penetrar mis sentimientos: me tratan como a alguien con quien no se tiene confianza y que vive lejos de ellas. Quiero que aviven su fe y su amor y que su vida sea de confianza y de intimidad con Aquél a quien aman y que las ama. De ordinario el hijo mayor es el que mejor conoce los sentimientos y los secretos de su padre; en él deposita su confianza más que en los otros que, siendo más pequeños, no son capaces de interesarse en las cosas serias y no fijan la atención sino en las superficiales; si el padre muere, es el hijo mayor el que transmite a sus hermanos menores los deseos y la última voluntad del padre...
En mi Iglesia hay también hijos mayores; son las almas que yo me he escogido. Consagradas por el sacerdocio o por los votos religiosos viven más cerca de Mí y Yo les confío mis secretos... Ellas son, por su ministerio o por su vocación, las encargadas de velar sobre mis hijos más pequeños, sus hermanos: y unas veces directa, otras indirectamente, de guiarlos, instruirlos y comunicarles mis deseos. Si esas almas escogidas me conocen bien, fácilmente podrán darme a conocer; y si me aman, podrán hacerme amar... Pero, ¿cómo enseñarán a las demás si ellas me conocen poco? ...
Ahora bien, Yo pregunto: ¿es posible amar de veras a quien apenas se conoce?... ¿Se puede hablar íntimamente con aquél de quien vivimos alejados o en quien no confiarnos bastante? ... Esto es precisamente lo que quiero recordar a mis almas escogidas... nada nuevo, sin duda, pero ¿no necesitan reanimar la fe, el amor, la confianza?
Quiero que me traten con más intimidad, que me busquen en ellas, dentro de ellas mismas, pues ya saben que el alma en gracia es morada del Espíritu Santo; y allí que me vean como soy, es decir, como Dios, pero Dios de amor... Que tengan más amor que temor, que sepan que Yo las amo y que no lo duden; pues hay muchas que saben que las escogí porque las amo; pero cuando sus miserias y sus faltas las agobian se entristecen creyendo que no les tengo ya el mismo amor que antes. Estas almas no me conocen; no han comprendido lo que es mi Divino Corazón... porque precisamente sus miserias y sus faltas son las que inclinan hacia ellas mi bondad. Si reconocen su impotencia y su debilidad, y se humillan y vienen a Mí llenas de confianza, me glorifican mucho más que antes de haber caído.
Lo mismo sucede cuando me piden algo para sí o para los demás... si vacilan, si dudan de Mí, no honran a mi Corazón. Cuando el Centurión vino a pedirme que curase a su criado, me dijo con gran humildad: "Yo no soy digno de que Vos vengáis a mi casa": mas, lleno de fe y de confianza añadió: "Pero, Señor, decid sólo una palabra y mi criado quedará curado..." Este hombre conocía mi Corazón. Sabía que no puedo resistir a las súplicas del alma que todo lo espera de Mí. Este hombre me glorificó mucho, porque a la humildad añadió firme y entera confianza. Sí, este hombre conocía mi Corazón, y sin embargo, no me había manifestado a él como me manifiesto a mis almas escogidas.
Por medio de la confianza, obtendrán copiosísimas gracias para sí mismas y para otras almas. Quiero que profundicen esta verdad porque deseo que revelen los caracteres de mi Corazón a las pobres almas que no me conocen.
Entre las almas que me están consagradas hay pocas que tengan verdadera fe y confianza en Mí, porque son pocas las que viven en unión íntima conmigo. Quiero que sepan cuánto deseo que cobren nuevo aliento y se renueven en esta vida de unión y de intimidad... Que no se contenten con hablarme en la iglesia, ante el Sagrario --es verdad que allí estoy, pero también vivo en ellas, dentro de ellas y me deleito en identificarme con ellas.
Que me hablen de todo: que todo me lo consulten; que me lo pidan todo. Vivo en ellas para ser su vida y habito en ellas para ser su fuerza. Allí en el interior de su alma, las veo, las oigo y las amo; ¡y espero correspondencia al amor que les tengo!
Hay muchas almas que por la mañana hacen oración, pero es más una fórmula que una entrevista de amor. Luego oyen o celebran Misa, me reciben en la Comunión y, cuando salen de la iglesia, se absorben en sus quehaceres hasta tal punto, que apenas me vuelven a dirigir una palabra. En esta alma estoy como en un desierto. No me habla, no me pide nada y ocurre muchas veces, que si necesita consuelo, antes lo pedirá a una criatura a quien tiene que ir a buscar, que a Mí, que soy su Creador, que vivo y estoy en ella. ¿No es esto falta de unión, falta de vida interior, o, lo que es lo mismo, falta de amor?
También quiero recordar a las almas consagradas, que las escogí de un modo especial para que, viviendo en íntima unión conmigo, me consuelen y reparen por los que me ofenden. Quiero recordarles que están obligadas a estudiar mi Corazón para participar de sus sentimientos y poner por obra sus deseos, en cuanto les sea posible.
Cuando un hombre trabaja en campo propio, pone empeño en arrancar todas las malas hierbas que brotan en él y no ahorra trabajo ni fatiga hasta conseguirlo. Así quiero que trabajen las almas escogidas cuando conozcan mis deseos; con celo y con ardor, sin perdonar trabajo ni retroceder ante el sufrimiento, con tal de aumentar mi gloria y de reparar las ofensas del mundo.
Escribe, pues, para mis almas consagradas, mis sacerdotes, mis religiosos y religiosas, todos están llamados, a una íntima unión conmigo, a vivir a mi lado, a conocer mis deseos, a participar de mis alegrías, de mis tristezas. Ellas están obligadas a trabajar en mis intereses, sin perdonar esfuerzo ni sufrimiento. Ellas, sabiendo que tantas almas me ofenden, deben reparar con sus oraciones, trabajos y penitencias. Ellas, sobre todo, deben estrechar su unión conmigo y no dejarme solo.
Esto no lo entienden muchas almas. Olvidan que a ellas corresponde hacerme compañía y consolarme. Ellas han de formar una liga de amor que, reuniéndose en torno de mi Corazón, implore para las almas luz y perdón. Y cuando, penetradas de dolor por las ofensas que recibo de todas partes, ellas, mis almas escogidas, me pidan perdón y se ofrezcan para reparar y para trabajar en mi Obra, que tengan entera confianza, pues no puedo resistir a sus súplicas, y las despacharé del modo más favorable.
Que todas se apliquen a estudiar mi Corazón... Que profundicen mis sentimientos, que se esfuercen en vivir unidas a Mí, en hablarme, en consultarme... Que cubran sus acciones con mis méritos y con mi Sangre, empleando su vida en trabajar por la salvación de las almas y en acrecentar mi gloria. Que no se empequeñezcan considerándose a sí mismas, sino que dilaten su corazón al verse revestidas del poder de mi Sangre y de mis méritos.
Si trabajan solas, no podrán hacer gran cosa; mas si trabajan conmigo, a mi lado, en mi nombre y por mi gloria, entonces serán poderosas. Que mis almas consagradas reanimen sus deseos de reparar y pidan con gran confianza que llegue el día del Divino Rey, el día de mi reinado universal. Que no teman, que esperen en Mí, que confíen en Mí. Que las devore el celo y la caridad hacia los pecadores. Que les tengan compasión, que rueguen por ellos y los traten con dulzura. Que publiquen en el mundo entero mi bondad, mi amor y mi misericordia. Que en sus trabajos apostólicos, se armen de oración, de penitencia y, sobre todo, de confianza, no en sus esfuerzos personales, sino en el poder y en la bondad de mi Corazón que las acompaña. En vuestro nombre, Señor, obraré, y sé que seré poderoso. Esta es la oración que hicieron mis apóstoles, pobres e ignorantes, pero ricos y sabios, con la riqueza y sabiduría divinas.