Sor Josefa Menéndez (II)
Escribe aún para las almas que amo: Quiero que entiendan bien el deseo que me consume de su perfección y cómo esta perfección consiste en hacer en íntima unión conmigo las acciones comunes y ordinarias. Si mis almas lo comprenden bien, pueden divinizar sus obras y su vida y ¡cuánto vale un día de vida divina!
Cuando un alma arde en deseos de amar, no hay para ella cosa difícil; mas cuando se encuentra fría y desalentada, todo se le hace arduo y penoso... Que venga entonces a cobrar fuerzas en mi Corazón... Que me ofrezca su abatimiento, que lo una al ardor que me consume y que tenga la seguridad de que un día así empleado, será de incomparable precio para las almas. ¡Mi Corazón conoce todas las miserias humanas y tiene gran compasión de ellas! No deseo tan sólo que las almas se unan a Mí de una manera generosa: quiero que esta unión sea constante, íntima como es la unión de los que se aman y viven juntos; que aun cuando siempre no están hablando, se miran y se guardan mutuas delicadezas y atenciones de amor.
Si el alma está en paz y en consuelo, le es fácil pensar en Mí; pero si está en desolación o angustia, que no tema. ¡Me basta una mirada! ... La entiendo y, con sólo esta mirada, alcanzará que mi Corazón la colme de las más tiernas delicadezas. Yo iré diciendo a las almas cómo las ama mi Corazón: quiero que me conozcan bien y así me hagan conocer a aquéllas que mi amor les confíe. Deseo con ardor que todas las almas fijen en Mí los ojos para no apartarlos ya más, que no haya entre ellas medianías cuyo origen, la mayor parte de las veces, es una falsa comprensión de mi amor. No; amar a mi Corazón no es difícil ni duro; es fácil y suave.
Para llegar a un alto grado de amor no hay que hacer cosas extraordinarias; pureza de intención en la acción más pequeña como en la más grande; unión íntima con mi Corazón y el amor hará lo demás... Mi Corazón no es solamente un abismo de amor, es también un abismo de misericordia; y conociendo todas las miserias del corazón humano de las que no están exentas las almas que más amo, he querido que sus acciones, por pequeñas que sean en sí, puedan por Mí alcanzar un valor infinito, en provecho de los pecadores y de las almas que necesitan ayuda. No todas pueden predicar ni ir a evangelizar en países salvajes. Pero todas, sí, todas pueden hacer conocer y amar a mi Corazón, todas pueden ayudarse mutuamente y aumentar el número de los escogidos, evitando que muchísimas almas se pierdan eternamente; y todo esto por efecto de mi amor y de mi misericordia.
Cuando un alma tiene generosidad bastante para darme gusto en todo lo que le pido, recoge un gran tesoro para sí y para las almas y aparta a muchas del camino de la perdición. Las almas que mi Corazón escoge están encargadas de distribuir al mundo mis gracias, por medio de su amor y de sus sacrificios. Sí, el mundo está lleno de peligros... ¡Cuántas almas arrastradas al mal, necesitan de una ayuda constante, ya visible, ya invisible! ¡Ay!, lo repito: ¿Se dan cuenta mis almas escogidas de cuánto bien se privan y privan a las almas por falta de generosidad? Ofrece tu vida aunque sea imperfecta, para que todas entiendan qué misión tan hermosa pueden realizar, con sus obras ordinarias, con su trabajo cotidiano. Que sepan a qué grado de intimidad las llamo, y cómo quiero que sean celadoras de mi gloria y de mis intereses; hay muchas que lo comprenden, pero otras no lo saben bastante...
Mi amor transforma sus menores acciones dándoles un valor infinito. Pero va todavía más lejos: mi Corazón ama tan tiernamente a las almas que se sirve aún de sus miserias y debilidades y muchas veces hasta de sus mismas faltas, para la salvación de otras almas.
Efectivamente, el alma que se ve llena de miserias, no se atribuye a sí misma nada de bueno y sus flaquezas la obligan a revestirse de cierta humildad, que no tendría si se encontrase menos imperfecta. Así, cuando en su trabajo, o en su cargo apostólico se siente incapaz y hasta experimenta repugnancia para dirigir a las almas hacia una perfección, que ella no tiene, se ve como forzada a anonadarse; y si conociéndose a sí misma recurre a Mí, me pide perdón de su poco esfuerzo e implora de mi Corazón valor y fortaleza... ¡Ah!, entonces ¡no sabe esta alma con cuánto amor se fijan en ella mis ojos, y cuán fecundos hago sus trabajos!...
Hay otras almas que son poco generosas para realizar con constancia los esfuerzos y sacrificios cotidianos. Pasan su vida haciendo promesas, sin llegar nunca a cumplirlas. Aquí hay que distinguir: si esas almas se acostumbran a prometer pero no se imponen la menor violencia ni hacen nada que pruebe su abnegación ni su amor, les diré esta palabra: ¡cuidado; no prenda el fuego en toda esa paja que habéis amontonado en los graneros o que el viento no se la lleve en un instante! ...
Hay otras almas y a ellas me refiero, que al empezar el día, llenas de buena voluntad, y con gran deseo de mostrarme su amor, me prometen abnegación y generosidad en esta o aquella circunstancia; y cuando llega la ocasión, su carácter, su salud, el amor propio, les impide realizar lo que con tanta sinceridad prometieron horas antes. Sin embargo, reconocen su falta, se humillan, piden perdón, vuelven a prometer. ¡Ay!, que estas almas sepan que me han agradado tanto como si nunca me hubiesen ofendido. No me importan las miserias, lo que quiero es amor. No me importan las flaquezas, lo que quiero es confianza. El amor todo lo transforma y diviniza y la misericordia todo lo perdona.
Mi Corazón es todo amor y el fuego que me abrasa consume todas las miserias. ¡Quiero perdonar! ¡Quiero reinar! ... Deseo derramar mi paz por todas las partes del mundo. Este es el fin que quiero realizar, esta es mi obra de Amor. Para reparar las ofensas de los hombres, elegiré víctimas que alcancen el perdón... sí, el mundo está lleno de almas que desean complacerme... Aún hay almas generosas que me dan cuanto tienen, para que me sirva de ello según mi deseo y voluntad.
Quiero conquistar los corazones por la fuerza de mi amor. Quiero que las almas se dejen penetrar por la verdadera luz. Quiero que los niños, esos corazones inocentes, que no me conocen y crecen en el hielo de la indiferencia, ignorando lo que vale su alma….sí, quiero que esas almitas que son mis delicias, encuentren un asilo donde les enseñen a conocerme y donde crezcan en el temor de mi ley y el amor de mi Corazón.
Mi deseo es el que seáis el combustible de este fuego que quiero derramar sobre la tierra, porque de nada sirve encender la llama si no hay con qué alimentarla. Por eso quiero formar una cadena de almas encendidas en el amor, en ese amor que se confía y lo espera todo de mi Corazón, a fin de que, inflamadas ellas, lo comuniquen al mundo entero.
No penséis que voy a hablaros de otra cosa que de la Cruz. Por ella he salvado a los hombres, por ella quiero atraerlos ahora a la verdad de la fe y al camino del amor. Os manifestaré mis deseos: He salvado al mundo desde la Cruz, o sea, por medio del sufrimiento. Ya sabéis que el pecado es una ofensa infinita; por eso os pido que ofrezcáis vuestros trabajos y sufrimientos, unidos a los méritos infinitos de mi Corazón... Inculcad a las almas, con quienes estáis en contacto, el amor y la confianza... Empapadlas en amor, en confianza, en la bondad y misericordia de mi Corazón. Y cuando tengáis ocasión de darme a conocer decidles que no me teman porque soy Dios de amor.
Tres cosas especialmente os pido:
1ª El ejercicio de la Hora Santa; por él se hace a Dios Padre, reparación infinita, en unión y por medio de Jesucristo su Divino Hijo.
2.ª La devoción de los Cinco Padrenuestros a mis llagas, pues por ellas ha recibido el mundo la salvación.
3.ª En fin, la unión constante, o sea, el ofrecimiento cotidiano de los méritos de mí Corazón, porque así lograréis que vuestras acciones tengan valor infinito. Valerse continuamente de mi Sangre, de mi vida, de mi Corazón; confiar incesantemente y sin temor en mi Corazón; he aquí un secreto desconocido para muchas almas... Quiero que lo conozcáis y que sepáis aprovecharlo.