Francisco y el milagro del icono
La tradición sostiene que es una copia, pintada por el evangelista Lucas, de una imagen de María con el Niño aparecida de forma milagrosa en Lydda
por Sandro Magister
A distancia de pocos días, es cada vez más perceptible lo extraordinario de la vigilia presidida por Papa Francisco en la plaza San Pedro, el sábado 7 de septiembre, por la tarde.
En primer lugar, el motivo: una jornada de ayuno y oración para pedir la paz en Siria, en Oriente Medio y allí donde hay guerra, con la participación no sólo de los católicos, sino también de hombres de cada religión o, simplemente, "de buena voluntad". Y no sólo en Roma, sino también en numerosas ciudades del mundo.
En segundo, la duración. No se recuerda una vigilia pública de oración de cuatro horas seguidas, desde el atardecer hasta bien entrada la noche, con la constante presencia del Papa.
En tercer lugar, el silencio. Durante todo el tiempo de su duración, el recogimiento de las cien mil personas que abarrotaban la plaza San Pedro y las zonas circundantes fue intenso y lleno de emoción, en sintonía con la acentuada austeridad de la presencia misma del Papa.
Después, sobre todo, la forma que ha tenido la oración. Ha empezado con el rosario, la más evangélica y universal de las oraciones "populares", y con una meditación de Papa Francisco. Ha proseguido con la adoración del sacramento de la eucaristía. Ha continuado con el oficio de lecturas – es decir, la salmodia nocturna de los monjes – con la lectura de fragmentos de Jeremías, de San León Magno y del Evangelio de Juan. Se ha concluido con el canto del "Te Deum" y con la bendición eucarística impartida por el Papa.
Pero, tal vez, lo que más ha impresionado a los presentes ha sido la entrada en la plaza, al inicio de la celebración, del ícono mariano de la "Salus Populi Romani", sostenida por cuatro alabarderos de los Guardias Suizos y precedida por dos niñas con flores. El ícono ha sido entronizado delante del Papa Francisco, que lo ha venerado con devoción, siendo además punto de referencia de toda la vigilia, al lado del altar.
*
La datación de este ícono de la Madre de Dios, conservado en la basílica de Santa Maria la Mayor y denominada desde el siglo XIX "Salus Populi Romani", es controvertida, oscilando entre los siglos VII y XII.
La tradición sostiene que es una copia, pintada por el evangelista Lucas, de una imagen de María con el Niño aparecida de forma milagrosa en Lydda, en una iglesia construida por los apóstoles Pedro y Juan.
Conservado inicialmente en Bisancio, se cuenta que el ícono llegó a Roma por mar, siendo acogido por el Papa Gregorio Magno a orillas del Tíber.
El cardenal Cesare Baronio, historiador de la Iglesia, escribió que fue el Papa Gregorio quien llevó el ícono a la basílica de Santa María la Mayor, en el año 590, al final de una procesión para invocar el cese de una de las pestes más graves de la urbe. En esa ocasión se vio al arcángel Miguel sobre la Mole Adriana enfundando su espada. La peste terminó y la Mole Adriana tomó el nombre de Castel Sant´Angelo.
Otra peste terminó en el siglo XVI gracias a la intercesión de la Virgen representada en este ícono, cuando San Pio V la llevó en procesión a la basílica de San Pedro.
Los jesuitas acompañaron sus primeras misiones con reproducciones de este ícono, muy venerado por ellos.
Pio XII le rindió homenaje cuando proclamó el dogma de la Asunción en 1950 y la coronó de nuevo en San Pedro en 1954, en el centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada.
Juan Pablo II asoció una copia de este ícono a la Jornada Mundial de la Juventud del año 2000, en Roma.
Y a partir de la Jornada de Colonia de 2005, celebrada por Benedicto XVI, todas las siguientes Jornadas Mundiales de la Juventud han llevado en peregrinación, junto a la Cruz, una copia del ícono de la "Salus Populi Romani".
También Papa Francisco ha querido que estuviera en la Jornada Mundial de la Juventud de Rio de Janeiro, el pasado mes de julio. Tras ser elegido Papa, su primera salida fue a la basílica de Santa María la Mayor, para arrodillarse en oración ante este ícono.
La imagen en él representada es la llamada "Odigitria": la Virgen tiene entre sus brazos al Niño, que la mira amorosamente mientras con la derecha, en el gesto de bendecir, parece indicar la vía, de la cual la madre conoce bien la dirección y el camino.
En este ícono impresiona la mirada intensa de María, que invita a recorrer el camino indicado por el Hijo. Ella mira a lo lejos, precisamente en la dirección que Él indica. Su mano derecha, que sostiene al Niño, repite el gesto de Jesús y lo amplifica.
En el antiguo ritual romano, en la fiesta de la Asunción de María al cielo, el ícono de la "Salus Populi Romani" acogía en la puerta de la basílica de Santa María la Mayor al ícono de Cristo "acheropita" (no pintado por mano de hombre), conservado en el "Sancta Sanctorum" de la residencia del Papa en el Laterano, llevado hasta allí en procesión. En una especie de danza entre dos íconos, el Hijo rendía homenaje a la Madre.
*
La decisión de Papa Francisco de poner en el centro de la vigilia por la paz este ícono de la Madre de Dios – no una copia, sino el original – lleva por lo tanto en sí toda la fuerza del significado de su historia. En él, el Papa ve la fe del pueblo de Dios que, durante siglos, en todos los momentos de crisis, se ha estrechado alrededor de este ícono para impetrar un signo de gracia del cielo, porque "lo que es imposible para los hombres, no es imposible para Dios".
En la nota que sigue, el padre Innocenzo Gargano cuenta en profundidad el significado de la presencia del ícono de la "Salus Populi Romani" en la vigilia convocada por Papa Francisco.
Padre Gargano, monje camaldulense, ha sido prior del monasterio romano de San Gregorio en el Celio, fundado por el Papa del que toma el nombre, y es un gran estudioso de los Padres de la Iglesia y, en particular, de este insigne pontífice, al cual la historia de este ícono está particularmente vinculada.
SALVACIÓN, NO SÓLO DE LOS ROMANOS, SINO DEL MUNDO ENTERO
de Innocenzo Gargano
La ostensión del ícono auténtico de la "Salus Populi Romani" como conclusión del ayuno convocado por Papa Francisco para obtener del Señor, mediante la intercesión de la Virgen María Madre de Dios, la paz en Siria, en Oriente Medio y en toda la faz de la tierra, ha interrogado a muchísimo fieles.
¿Qué sentido podía tener la ostensión de este ícono, situado junto al altar y al Santísimo Sacramento, con un Papa Francisco casi constantemente arrodillado?
Sólo se puede responder recordando que nunca se puede reducir un icono a un cuadro pictórico, sea el que fuere el genio artístico que lo haya realizado, porque a diferencia de un simple cuadro que atrae la mirada del espectador para verificar la armonía y la belleza, el ícono hace presente, a su manera, a la persona misma que es representada.
No solo. Al estar el ícono lleno de la energía de la fe que le ha sido entregada por todos aquellos que frente a él, y gracias a él, han dirigido su corazón al Señor, el ícono distribuye, a todos aquellos que se acercan con fe, lo que él ha recibido.
En especial el ícono, este ícono – reconocido por la Iglesia como origen de particulares "mirabilia Dei", que nosotros habitualmente llamamos "milagros" – refleja, reproduce y vierte en el corazón de quien se dirige a él, con sencillez y con total disponibilidad a la voluntad de Dios, esas mismas gracias de las cuales fue plenamente gratificada la Virgen Madre de Dios, según la medida de la fe de cada uno.
El auténtico ícono de la "Salus Populi Romani" – y, por tanto, no una reproducción cualquiera, como las que a menudo llevamos en nuestras carteras – está repleto de todo esto. Efectivamente, lleva con él la herencia de fe de las generaciones cristianas que, animadas por el arquetipo al que este ícono hace referencia, es decir, a la Virgen Madre de Dios, han pedido y obtenido por la fe: paz, seguridad y salud, como garantía de la salvación prometida a todos por Jesús Su Hijo, el Salvador.
Por esto, la particular importancia que ha tenido la presencia y la ostensión, el sábado 7 de septiembre, del ícono de la "Salus Populi", que de este modo se ha convertido en garantía de salvación no sólo para los romanos, sino para el mundo entero, como conclusión del ayuno pedido y obtenido por Papa Francisco y al que han participado millones de católicos, de cristianos, de creyentes y de hombres de buena voluntad, amantes de la armonía del mundo y de la paz.
Solamente la basílica de Monreale, con sus maravillosos mosaicos, habría podido soportar la comparación con la visión paradisiaca de plaza San Pedro, en esta vigilia vivida por los pueblos del mundo entero alrededor del altar y la Palabra de Dios, con el Santísimo Sacramento, en compañía del ícono y en presencia del Papa.
_
La referencia a Monreale hecha por el padre Innocenzo Gargano en sus últimas líneas hablan de una absoluta obra maestra del arte cristiano: la basílica erigida en el siglo XII por el rey de los normandos en Monreale, en los montes sobre Palermo, totalmente cubierta en su interior por mosaicos que ilustran el cumplido diseño de Dios sobre el mundo y la historia.
Los mosaicos que en Monreale ilustran la creación son la cumbre artística y teológica de todo el ciclo. En la primera de estas representaciones, el Espíritu de Dios rasga el abismo con una energía impresionante, creando "armonía" donde antes había caos.
Y es precisamente la armonía originaria impresa por la sabiduría de Dios a la creación y entre los seres humanos – a los que hace de contraste la irrupción del pecado y el asesinato de Abel, del que las guerras son una trágica herencia – el primer tema de la meditación desarrollada por el Papa Francisco en la vigilia del 7 de septiembre:
En primer lugar, el motivo: una jornada de ayuno y oración para pedir la paz en Siria, en Oriente Medio y allí donde hay guerra, con la participación no sólo de los católicos, sino también de hombres de cada religión o, simplemente, "de buena voluntad". Y no sólo en Roma, sino también en numerosas ciudades del mundo.
En segundo, la duración. No se recuerda una vigilia pública de oración de cuatro horas seguidas, desde el atardecer hasta bien entrada la noche, con la constante presencia del Papa.
En tercer lugar, el silencio. Durante todo el tiempo de su duración, el recogimiento de las cien mil personas que abarrotaban la plaza San Pedro y las zonas circundantes fue intenso y lleno de emoción, en sintonía con la acentuada austeridad de la presencia misma del Papa.
Después, sobre todo, la forma que ha tenido la oración. Ha empezado con el rosario, la más evangélica y universal de las oraciones "populares", y con una meditación de Papa Francisco. Ha proseguido con la adoración del sacramento de la eucaristía. Ha continuado con el oficio de lecturas – es decir, la salmodia nocturna de los monjes – con la lectura de fragmentos de Jeremías, de San León Magno y del Evangelio de Juan. Se ha concluido con el canto del "Te Deum" y con la bendición eucarística impartida por el Papa.
Pero, tal vez, lo que más ha impresionado a los presentes ha sido la entrada en la plaza, al inicio de la celebración, del ícono mariano de la "Salus Populi Romani", sostenida por cuatro alabarderos de los Guardias Suizos y precedida por dos niñas con flores. El ícono ha sido entronizado delante del Papa Francisco, que lo ha venerado con devoción, siendo además punto de referencia de toda la vigilia, al lado del altar.
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La datación de este ícono de la Madre de Dios, conservado en la basílica de Santa Maria la Mayor y denominada desde el siglo XIX "Salus Populi Romani", es controvertida, oscilando entre los siglos VII y XII.
La tradición sostiene que es una copia, pintada por el evangelista Lucas, de una imagen de María con el Niño aparecida de forma milagrosa en Lydda, en una iglesia construida por los apóstoles Pedro y Juan.
Conservado inicialmente en Bisancio, se cuenta que el ícono llegó a Roma por mar, siendo acogido por el Papa Gregorio Magno a orillas del Tíber.
El cardenal Cesare Baronio, historiador de la Iglesia, escribió que fue el Papa Gregorio quien llevó el ícono a la basílica de Santa María la Mayor, en el año 590, al final de una procesión para invocar el cese de una de las pestes más graves de la urbe. En esa ocasión se vio al arcángel Miguel sobre la Mole Adriana enfundando su espada. La peste terminó y la Mole Adriana tomó el nombre de Castel Sant´Angelo.
Otra peste terminó en el siglo XVI gracias a la intercesión de la Virgen representada en este ícono, cuando San Pio V la llevó en procesión a la basílica de San Pedro.
Los jesuitas acompañaron sus primeras misiones con reproducciones de este ícono, muy venerado por ellos.
Pio XII le rindió homenaje cuando proclamó el dogma de la Asunción en 1950 y la coronó de nuevo en San Pedro en 1954, en el centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada.
Juan Pablo II asoció una copia de este ícono a la Jornada Mundial de la Juventud del año 2000, en Roma.
Y a partir de la Jornada de Colonia de 2005, celebrada por Benedicto XVI, todas las siguientes Jornadas Mundiales de la Juventud han llevado en peregrinación, junto a la Cruz, una copia del ícono de la "Salus Populi Romani".
También Papa Francisco ha querido que estuviera en la Jornada Mundial de la Juventud de Rio de Janeiro, el pasado mes de julio. Tras ser elegido Papa, su primera salida fue a la basílica de Santa María la Mayor, para arrodillarse en oración ante este ícono.
La imagen en él representada es la llamada "Odigitria": la Virgen tiene entre sus brazos al Niño, que la mira amorosamente mientras con la derecha, en el gesto de bendecir, parece indicar la vía, de la cual la madre conoce bien la dirección y el camino.
En este ícono impresiona la mirada intensa de María, que invita a recorrer el camino indicado por el Hijo. Ella mira a lo lejos, precisamente en la dirección que Él indica. Su mano derecha, que sostiene al Niño, repite el gesto de Jesús y lo amplifica.
En el antiguo ritual romano, en la fiesta de la Asunción de María al cielo, el ícono de la "Salus Populi Romani" acogía en la puerta de la basílica de Santa María la Mayor al ícono de Cristo "acheropita" (no pintado por mano de hombre), conservado en el "Sancta Sanctorum" de la residencia del Papa en el Laterano, llevado hasta allí en procesión. En una especie de danza entre dos íconos, el Hijo rendía homenaje a la Madre.
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La decisión de Papa Francisco de poner en el centro de la vigilia por la paz este ícono de la Madre de Dios – no una copia, sino el original – lleva por lo tanto en sí toda la fuerza del significado de su historia. En él, el Papa ve la fe del pueblo de Dios que, durante siglos, en todos los momentos de crisis, se ha estrechado alrededor de este ícono para impetrar un signo de gracia del cielo, porque "lo que es imposible para los hombres, no es imposible para Dios".
En la nota que sigue, el padre Innocenzo Gargano cuenta en profundidad el significado de la presencia del ícono de la "Salus Populi Romani" en la vigilia convocada por Papa Francisco.
Padre Gargano, monje camaldulense, ha sido prior del monasterio romano de San Gregorio en el Celio, fundado por el Papa del que toma el nombre, y es un gran estudioso de los Padres de la Iglesia y, en particular, de este insigne pontífice, al cual la historia de este ícono está particularmente vinculada.
SALVACIÓN, NO SÓLO DE LOS ROMANOS, SINO DEL MUNDO ENTERO
de Innocenzo Gargano
La ostensión del ícono auténtico de la "Salus Populi Romani" como conclusión del ayuno convocado por Papa Francisco para obtener del Señor, mediante la intercesión de la Virgen María Madre de Dios, la paz en Siria, en Oriente Medio y en toda la faz de la tierra, ha interrogado a muchísimo fieles.
¿Qué sentido podía tener la ostensión de este ícono, situado junto al altar y al Santísimo Sacramento, con un Papa Francisco casi constantemente arrodillado?
Sólo se puede responder recordando que nunca se puede reducir un icono a un cuadro pictórico, sea el que fuere el genio artístico que lo haya realizado, porque a diferencia de un simple cuadro que atrae la mirada del espectador para verificar la armonía y la belleza, el ícono hace presente, a su manera, a la persona misma que es representada.
No solo. Al estar el ícono lleno de la energía de la fe que le ha sido entregada por todos aquellos que frente a él, y gracias a él, han dirigido su corazón al Señor, el ícono distribuye, a todos aquellos que se acercan con fe, lo que él ha recibido.
En especial el ícono, este ícono – reconocido por la Iglesia como origen de particulares "mirabilia Dei", que nosotros habitualmente llamamos "milagros" – refleja, reproduce y vierte en el corazón de quien se dirige a él, con sencillez y con total disponibilidad a la voluntad de Dios, esas mismas gracias de las cuales fue plenamente gratificada la Virgen Madre de Dios, según la medida de la fe de cada uno.
El auténtico ícono de la "Salus Populi Romani" – y, por tanto, no una reproducción cualquiera, como las que a menudo llevamos en nuestras carteras – está repleto de todo esto. Efectivamente, lleva con él la herencia de fe de las generaciones cristianas que, animadas por el arquetipo al que este ícono hace referencia, es decir, a la Virgen Madre de Dios, han pedido y obtenido por la fe: paz, seguridad y salud, como garantía de la salvación prometida a todos por Jesús Su Hijo, el Salvador.
Por esto, la particular importancia que ha tenido la presencia y la ostensión, el sábado 7 de septiembre, del ícono de la "Salus Populi", que de este modo se ha convertido en garantía de salvación no sólo para los romanos, sino para el mundo entero, como conclusión del ayuno pedido y obtenido por Papa Francisco y al que han participado millones de católicos, de cristianos, de creyentes y de hombres de buena voluntad, amantes de la armonía del mundo y de la paz.
Solamente la basílica de Monreale, con sus maravillosos mosaicos, habría podido soportar la comparación con la visión paradisiaca de plaza San Pedro, en esta vigilia vivida por los pueblos del mundo entero alrededor del altar y la Palabra de Dios, con el Santísimo Sacramento, en compañía del ícono y en presencia del Papa.
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La referencia a Monreale hecha por el padre Innocenzo Gargano en sus últimas líneas hablan de una absoluta obra maestra del arte cristiano: la basílica erigida en el siglo XII por el rey de los normandos en Monreale, en los montes sobre Palermo, totalmente cubierta en su interior por mosaicos que ilustran el cumplido diseño de Dios sobre el mundo y la historia.
Los mosaicos que en Monreale ilustran la creación son la cumbre artística y teológica de todo el ciclo. En la primera de estas representaciones, el Espíritu de Dios rasga el abismo con una energía impresionante, creando "armonía" donde antes había caos.
Y es precisamente la armonía originaria impresa por la sabiduría de Dios a la creación y entre los seres humanos – a los que hace de contraste la irrupción del pecado y el asesinato de Abel, del que las guerras son una trágica herencia – el primer tema de la meditación desarrollada por el Papa Francisco en la vigilia del 7 de septiembre:
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