Viernes, 10 de enero de 2025

Religión en Libertad

El poder de las palabras

Una escena de la versión cinematográfica de '1984' dirigida ese mismo año por Michael Radford.
Nuestro tiempo visto hecha realidad, con la corrección política y el 'wokismo' y su 'neolengua', la distopía que dibujó George Orwell en '1984'. En la imagen, una escena de la versión cinematográfica dirigida ese mismo año por Michael Radford. (Ingsoc es el nombre de la ideología dominante en la novela, acrónimo de 'socialismo inglés'.)

por Angélica Barragán

Opinión

El lenguaje, vehículo de nuestros pensamientos, es de capital importancia. De ahí que la manipulación de éste se haya utilizado, a través de la historia, como una poderosa arma política capaz de influir y transformar el pensamiento de la sociedad. Como bien lo ejemplificase George Orwell en su famosa novela 1984, la imposición de un “neolenguaje” (formado con la creación artificial de nuevas palabras y la deformación del sentido natural de varias de las existentes) tiene el poder de manipular las mentes de la sociedad haciendo parecer razonables y normales comportamientos, deseos y actitudes que solían ser considerados nocivos y perjudiciales por la mayoría.

Así, con la repetición constante, a través de diferentes medios, de determinadas palabras y frases ambiguas y engañosas, se logra infiltrar en la sociedad conceptos hasta entonces inadmisibles transformando, por obra y magia del lenguaje, nuestra manera de percibir y entender la realidad. Pues si bien una mentira repetida mil veces no puede cambiar la realidad, sí tiene el poder de falsear la percepción de ésta, trocando lo malo en bueno, lo dudoso en cierto, lo inmoral en moral y lo vergonzoso en loable. Pues, como bien lo señalase Orwell, “si los pensamientos corrompen el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”.

El lenguaje impuesto hábilmente a la población está diseñado, como ya lo señalase Orwell, “para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez”. De ahí que nuevos conceptos tales como 'contenido dañino', 'discurso de odio', 'falta de inclusión', 'lucha contra la desinformación' y 'emergencia climática' se hayan introducido en la sociedad a través de numerosas medidas políticas, la mayoría de las instituciones educativas y varios medios de comunicación a fin de promover los falsos y dañinos postulados de las ideologías en boga.

En consecuencia, a la perversión orquestada de niños y jóvenes se le llama educación sexual; al suicidio asistido se le disfraza de muerte digna; el ser humano concebido, si es deseado por su madre, es un bebé, pero en caso contrario es sólo un conglomerado de células. Se oculta la atrocidad del aborto bajo el término interrupción voluntaria del embarazo y al abortorio se le llama clínica de salud reproductiva.

A su vez, se han redefinido de manera artificial los conceptos de matrimonio, de familia y, en algunos lugares, hasta de hombre y de mujer. Mientras que los términos fascista, machista, homófobo, xenófobo y un largo etcétera son utilizados arbitrariamente a fin de silenciar al disidente sin argumento alguno.

El fin del lenguaje es expresar el pensamiento de un modo veraz, lo cual presupone que las palabras no tienen un significado arbitrario, sino que corresponden a la realidad. Por ello la manipulación de las palabras, a través de la difusión de lo que se conoce como lenguaje políticamente correcto, está destruyendo la capacidad crítica de una parte de la sociedad que acepta, sin cuestionar apenas, el discurso imperante. 

Si en la distopía imaginada -o, mejor dicho, vaticinada- por Orwell se mantenía a las masas bajo control mediante el uso de lemas tan absurdos como “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”, actualmente, mediante la frase "mi cuerpo, mi elección", se justifica el asesinato de un cuerpo distinto al propio; con la consigna de "seguir la ciencia", se imponen ideologías anticientíficas; y bajo un disfraz de "inclusión y tolerancia" se empujan agendas perversas que, además, se apoyan en nuevos derechos.

El sistema imperante detesta la verdad. De ahí que busque manipular y transformar a la sociedad a través de la difusión de un nuevo lenguaje que redefine y subvierte la realidad a fin de imponer una agenda anticristiana y por ende antinatural. Por ello, cada vez es más difícil distinguir entre la verdad y la mentira, entre lo bueno y lo malo, entre la luz y las tinieblas. Pues, como bien advierte un refrán francés, Quien pierde su lengua, pierde también su alma. A lo que los quebequenses han añadido: Quien pierde su lengua, pierde también su fe.

Atrevámonos, con claridad, caridad y valentía, a expresar la verdad a través de nuestro lenguaje. No cedamos ni a las presiones ni a las amenazas. Llamemos al pan, pan y al vino, vino. El lenguaje importa, y mucho, pues como nos recuerda G.K. Chesterton: “¿Por qué no deberíamos pelear por una palabra? ¿De qué sirven las palabras si no son lo suficientemente importantes como para pelear? La Iglesia y las herejías solían pelear por las palabras, porque son las únicas cosas por las que vale la pena pelear”.

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