Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El sínodo alemán contagia a toda la Iglesia

Camino sinodal alemán.
Salvo algunas breves alusiones personales de Francisco, la declaración no firmada de este jueves es la primera reacción oficial de la Santa Sede ante la heterodoxia del 'camino sinodal' alemán.

por Sandro Magister

Opinión

En la reciente conversación con los editores de las revistas europeas de la Compañía de Jesús, transcrita y publicada por La Civiltà Cattolica, el Papa Francisco dijo lo suyo también sobre el “camino sinodal” en curso en Alemania. A su juicio, “el problema surge cuando el camino sinodal parte de las élites intelectuales y teológicas, y está muy influido por presiones externas”, cuando en cambio se debe hacer “con los fieles, con el pueblo”.

Lo malo es que cuando esto sucede, es decir, cuando se recogen las exigencias de la base o se sondea la opinión de los fieles, los resultados son prácticamente los mismos que los dictados por las élites dominantes o por las presiones externas, con la inevitable letanía de pedidos que van desde los sacerdotes casados ​​hasta las sacerdotisas, desde la nueva moral sexual y homosexual hasta la democratización del gobierno de la iglesia.

Francisco expresó sus temores sobre el sínodo de Alemania en una carta de junio de 2019 que “escribió solo”. Pero después lo dejó avanzar sin ponerle freno y sin dar señal alguna de escuchar los crecientes gritos de alarma del cardenal Walter Kasper, quien al comienzo de su pontificado fue su teólogo reformador de referencia, pero que del sínodo alemán -lo definió como un “intento de golpe de Estado”- incluso duda de que sea “verdaderamente católico”.

No solo eso. Es cada vez más palpable el riesgo de que la agenda del “camino sinodal” de Alemania termine dentro de ese otro sínodo de la Iglesia universal que el Papa convocó en 2021, haciéndolo partir, precisamente, desde las periferias y desde las bases, y que tendrá su sesión culminante en Roma, en octubre de 2023.

Inicialmente, la convocatoria de este sínodo general ni siquiera fue noticia. El tema que le había asignado Francisco, la “sinodalidad”, parecía tan abstracto y aburrido como para desalentar cualquier interés en los medios.

Pero después, tan pronto como las diócesis comenzaron a palpar el estado de ánimo de los sacerdotes y fieles, se vio inmediatamente con qué material estaba hecha la letanía de las solicitudes. Con el resultado de que ahora las conferencias episcopales, al hacer el balance de la primera fase descentralizada del sínodo, encuentran en sus manos un duplicado del “camino sinodal” de Alemania, también invocado por sus fieles.

El caso de Francia es ejemplar. A mediados de junio, la Conferencia Episcopal Francesa se reunió en una sesión especial, precisamente para desarrollar una Collecte des synthèses sinodales producida en las diversas diócesis, y transmitirla a Roma. Al votar el documento, la conferencia episcopal no aprobó su contenido, se limitó a buscar su adhesión a las peticiones de los miles de sacerdotes y fieles entrevistados. Pero las peticiones enviadas a Roma incluyen precisamente la superación del celibato del clero, la ordenación de mujeres al diaconado y al presbiterado o al menos, “como un primer paso”, encomendarles las homilías de las Misas, una reforma radical de la liturgia y de sus lenguajes “ahora inadmisibles”, la admisión generalizada a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar y de las parejas homosexuales.

En Irlanda sucede lo mismo. Además de los informes de las consultas en cada diócesis, los obispos también se sirvieron de una amplia encuesta de opinión entre los fieles. Y resultó de ello que la casi totalidad de los católicos irlandeses quieren sacerdotes casados ​​y mujeres sacerdotes, el 85% quiere que se suprima cualquier condena de los actos homosexuales, el 70% quiere que también los laicos tengan poder de decisión en la Iglesia, y aún otros quieren que se eliminen de la Misa las lecturas del Antiguo Testamento "que chorrean sangre”.

En la reunión de la Conferencia Episcopal Irlandesa a mediados de junio también estuvo presente la hermana Nathalie Becquart, subsecretaria en Roma del sínodo sobre la sinodalidad, quien dijo que en dos mil años de historia es la primera vez que la Iglesia da vida a una consulta tan universal, que Francisco quiso empezar desde las bases. Nadie sabe dónde terminará este sínodo, concluyó, pero precisamente por eso debemos estar abiertos a las “sorpresas del Espíritu Santo”.

Sor Becquart, que en el sínodo tendrá derecho a voto como los obispos, forma parte del trío marcadamente progresista que Francisco ha puesto al frente del sínodo sobre la sinodalidad, junto al secretario general, el cardenal maltés Mario Grech, y el relator general, el cardenal luxemburgués y jesuita Jean-Claude Hollerich.

Y como si eso no fuera suficiente, con estos dos cardenales Francisco ha puesto en marcha un grupo de trabajo sobre cómo conciliar el sínodo alemán con el de la Iglesia universal. La noticia la dio a conocer el pasado 3 de febrero el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, el obispo de Limburgo, monseñor Georg Bätzing, cuyos deseos revolucionarios son aún más apremiantes que los ya temerarios del propio Hollerich, hasta el punto de decir recientemente que está “decepcionado” por el paso demasiado lento del Papa.

En vano, no pocos obispos y cardenales golpearon las puertas del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, pidiendo que se desautorizaran las tesis más atrevidas del cardenal Hollerich, especialmente las que anulan la doctrina sobre la sexualidad y la homosexualidad. El Dicasterio guarda silencio y todos están convencidos de que es el Papa quien impone la mordaza.

Entre los nuevos cardenales anunciados por Francisco el domingo de la Ascensión hay al menos un par de paladines de esta revolución doctrinal: el obispo de San Diego, monseñor Robert McElroy, y el arzobispo de Manaos, monseñor Leonardo Ulrich Steiner.

El efecto del práctico dejar pasar concedido por el Papa al “camino sinodal” alemán es que cada vez son más en la Iglesia los que se sienten autorizados a comportarse en consecuencia.

En Alemania han causado impresión los trescientos frailes franciscanos que a mediados de junio eligieron como superior provincial a Markus Fuhrmann, quien unas semanas antes había sido noticia por haber declarado públicamente que era homosexual, además de ferviente partidario de las más atrevidas innovaciones en danza en el “camino sinodal” alemán.

Y unos días después, de nuevo en Alemania, volvía por enésima vez a reclamar las mismas novedades -incluida la bendición de las uniones homosexuales en el templo, prohibidas sólo de palabra por el Vaticano- el número uno de la jerarquía alemana, el cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y miembro prominente del selecto Consejo de Cardenales creado por el Papa para ayudarlo en el gobierno de la Iglesia universal.

En Suiza, en la diócesis de Chur, el obispo Joseph Maria Bonnemain ha obligado a los sacerdotes y empleados diocesanos a firmar un código arcoíris que, entre otras cosas, les compromete a “renunciar a las evaluaciones generalmente negativas sobre supuestos comportamientos no bíblicos en materia de orientación sexual”.

En Italia, en la arquidiócesis de Bolonia, el 11 de junio una pareja masculina se unió civilmente en el ayuntamiento e inmediatamente después celebró su unión en la iglesia, en una Misa oficiada por el responsable de la pastoral familiar de la arquidiócesis, el padre Gabriele Davalli. Una declaración posterior y retorcida de la arquidiócesis intentó justificar lo sucedido, argumentando que se trataba simplemente -contra la evidencia de los hechos- de una Misa de acción de gracias para el grupo católico LGBT En camino, al que pertenecen los dos. Pero a nadie se le escapa que el arzobispo de Bolonia es el cardenal Matteo Zuppi, quien desde hace un mes es el presidente propuesto por el Papa de la Conferencia Episcopal Italiana y también es el primero en el ranking de papables en un futuro cónclave. Se puede prever que este episodio dañará su carrera por la sucesión de Francisco, haciéndole perder esos pocos votos que podría reunir incluso entre los cardenales conservadores.

En síntesis, el contagio del “camino sinodal” de Alemania, al que el Papa no le ha puesto límites [Nota de ReL: este artículo es anterior a la nota de la Santa Sede del pasado jueves 21], ha traspasado ahora las fronteras y amenaza con condicionar el propio sínodo general sobre la sinodalidad. No ha tenido ningún efecto ni siquiera la sentida carta abierta enviada a los obispos alemanes el 11 de abril por los cardenales Francis Arinze, Raymond Burke, Wilfried Napier, George Pell, Camillo Ruini, Joseph Zen y un centenar de arzobispos y obispos de todo el mundo.

Que la Iglesia católica se transforme en una especie de sínodo permanente, con las exigencias de las bases, es decir, de la cultura dominante, para ser la que mande, es otro de los peligros denunciados por el cardenal Kasper.

En todo caso, a juicio de otro cardenal, el italiano Camillo Ruini, una parte sustancial de la Iglesia ya ha traspasado los límites de la doctrina católica al menos en un punto: la aprobación de los actos homosexuales. “No niego que haya riesgo de cisma”, dijo el 4 de mayo en una entrevista publicada en Il Foglio, “pero confío en que, con la ayuda de Dios, se lo podrá superar”.

Publicado en el blog del autor, Settimo Cielo.

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