Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

«Humanae Vitae»: así nació y... ¡ay de quien la toca!


por Sandro Magister

Opinión

El ajetreo en curso para demoler la Humanae Vitae –la encíclica de Pablo VI, de 1968, que dijo no a los anticonceptivos artificiales– ha encontrado en estos días un inesperado contratiempo en un libro que reconstruye la génesis de aquel texto, gracias al acceso, por primera vez, a los documentos secretos que le conciernen; acceso autorizado en persona por el Papa Francisco

Pincha aquí para leer más sobre el libro del sacerdote Gilfredo Marengo El nacimiento de una encíclica. «Humanae Vitae» a la luz de los archivos vaticanos.

El contratiempo es tanto más serio en cuanto que los promotores de un "cambio de paradigma", es decir, de una liberalización de los anticonceptivos –desde el cardenal Walter Kasper al teólogo Maurizio Chiodi, autor de la ya célebre conferencia en la Pontificia Universidad Gregoriana que ha desencadenado la campaña, con la aparente aprobación del Papa Francisco–, se esperaban precisamente de este libro no un obstáculo, sino un posterior apoyo a sus tesis.

De hecho, el autor del libro ha sido coordinador de un grupo de estudio constituido hace más de un año en el Vaticano, precisamente en el clima de una revisión de la Humanae Vitae. Además de Gilfredo Marengo, el grupo lo componían el teólogo Pierangelo Sequeri, nombrado por el Papa presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las ciencias del matrimonio y de la familia, Angelo Maffeis, del Instituto Paolo VI de Brescia y el historiador Philippe Chenaux, de la Pontificia Universidad Lateranense.

La institución del grupo de estudio había sido saludada con mucho fervor por los promotores de la "superación" de la enseñanza de la Humanae Vitae, dado que había sido lanzada precisamente por uno de ellos, monseñor Vincenzo Paglia, muy cercano al Papa Francisco, presidente de la Pontificia Academia para la Vida y Gran Canciller del Instituto Juan Pablo II. El pasado 8 de marzo, el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana Avvenire –también plenamente alineado con los innovadores– había llegado a pronosticar "resultados sorprendentes por los estudios autorizados por la Pontificia Academia para la Vida", respecto a la génesis y, consiguientemente, también a la interpretación en términos más liberales de la Humanae Vitae.

Pero mientras tanto, el 9 de mayo, a los innovadores les ha llegado una primera desilusión del miembro más acreditado del grupo de estudio, Sequeri, que en una docta conferencia sobre la Humanae Vitae en la Universidad Católica de Milán, ha vuelto a confirmar como "injustificable la práctica que procura e impone una esterilización artificial del acto conyugal".

Pero ahora, después de la salida del libro de Marengo, de la desilusión se ha pasado a la consternación. Porque el libro contradice con la fuerza de los hechos justo las tesis más queridas por los promotores del cambio.

De hecho, basta leer sólo la síntesis que Andrea Tornielli ha dado del libro en Vatican Insider –fuente no sospechosa dada su proximidad al Papa Francisco– para entender cómo ha fracasado sustancialmente el cálculo de exhibir, de entre los papeles secretos de la preparación de la encíclica de Pablo VI, algún asidero que permita redimensionar su enseñanza.

Por ejemplo, es verdad que Pablo VI hizo reescribir a los futuros cardenales Jacques-Paul Martin y Paul Poupard, en la época funcionarios de la secretaría de Estado, el primer borrador de la encíclica, escrita por el entonces teólogo de la Casa Pontificia y también él futuro cardenal Mario Luigi Ciappi. Pero en ambos borradores los contenidos doctrinales eran los mismos, aunque formulados diversamente. Y tampoco el segundo borrador satisfizo a Pablo VI, hasta el punto de que lo adaptó de nuevo para quitar lo que le parecían ambigüedades, con correcciones de su propia mano o de su teólogo de confianza, el milanés Carlo Colombo.

Los hechos también desmienten que Pablo VI haya descuidado, en la preparación de la encíclica, las exigencias de sinodalidad y de colegialidad, hoy tan ensalzadas –paradójicamente– durante uno de los pontificados más monocráticos de la historia.

En 1967, el año precedente a su publicación, Pablo VI pidió a los casi doscientos padres sinodales reunidos en Roma para la primera asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos que le entregaran su opinión de manera reservada. Le respondieron 26, cuyas opiniones se encuentran en el libro; entre los que se decantaron por el no a los anticonceptivos artificiales había un futuro Papa y santo, Karol Wojtyla, y el entonces popularísimo obispo americano Fulton Sheen, un predicador de gran temple, también él en camino hacia los altares. Wojtyla, arzobispo de Cracovia en esa época, en sus apuntes entregados a Pablo VI anticipó las profundizaciones de la enseñanza de la Humanae Vitae a las que después, como Papa, habría dado curso.

Entre los favorables a admitir los anticonceptivos había algunos cardenales y obispos destacados en el campo progresista, desde Suenens a Döpfner y a Léger. También en la importante comisión de estudio constituida por Juan XXIII, y después potenciada por su sucesor, los favorables eran más que los contrarios. Pero según el libro de Marengo, resulta también confirmado que Pablo VI "examinó con muchísima atención" sus posturas y las rechazó –como escribió después en el prólogo de la encíclica– sólo porque había reconocido en ellas "algunos criterios de soluciones que se separaban de la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con constante firmeza".

Con otras palabras, del libro se deduce que Pablo VI, lejos de vacilar y dudar hasta lo último, ejerció "en virtud del mandato que Cristo nos confió" precisamente ese "discernimiento" que hoy se exalta tanto y que, en ese mismo año 1968, le llevó a volver a confirmar solemnemente las verdades fundamentales de la fe católica contra las dudas difusas, con la proclamación pública de lo que definió el Credo del Pueblo de Dios.

Como es sabido, la Humanae Vitae fue inmediatamente sometida a una onda masiva de contestaciones, incluso por parte de importantes sectores de la jerarquía. Pero Pablo VI nunca retrocedió ni un solo paso. Al contrario, la consideró siempre uno de los puntos más altos de su misión de sucesor de Pedro. En su última homilía pública, en la fiesta de los santos Pedro y Pablo de 1978, al resumir su pontificado indicó sus actos más significativos precisamente en la Humanae Vitae y en el Credo del Pueblo de Dios.

A los partidarios de una revisión de la Humanae Vitae no les queda más que insistir –como están haciendo– diciendo que su enseñanza no es "ni infalible ni irreformable", como efectivamente declaró, en la época de su publicación, un teólogo de primer plano de la Pontificia Universidad Laterananse, Ferdinando Lambruschini, que según la opinión corriente, se expresó de tal forma por petición directa del Papa.

El hecho es que, inmediatamente después de aquellas declaraciones, Lambruschini fue apartado de la enseñanza, nombrado arzobispo de Perugia y sustituido, en la Lateranense, por un teólogo moralista de extremo rigor, Ermenegildo Lio.

Por no decir que, planteada así, la cuestión parece más bien impropia, ya que la Humanae Vitae no contiene proclamación alguna de un dogma de fe, por lo que la encíclica no configura un "magisterio definitorio", sino más bien un "magisterio definitivo", es decir, la reafirmación de una enseñanza constante en la historia de la Iglesia, como confirmó solemnemente Juan Pablo II, sucesor de Pablo VI, en un memorable discurso en el vigésimo aniversario de la encíclica.

Publicado en Settimo Cielo, blog del autor.

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