En la Puerta Hermosa
La proclamación del Evangelio no consistió solo en Palabras sino también en sinos y acciones. En esta catequesis comenta el Papa el primer signo-milagro realizado por los apóstoles: la sanación del paralítico ante la Puerta Hermosa del Templo.
Un paralítico y ciego mendigaba allí pidiendo limosna. No podía entrar a ofrecer sacrificios porque la ley mosaica lo impedía. Tradicionalmente los defectos físicos se consideraban fruto de alguna culpabilidad. Ejemplo de muchos descartados de la sociedad.
En este caso sucede lo inesperado. El mendigo les pide limosna a Pedro y a Juan. Ellos le dicen: <<Míranos. Clavó los ojos en ellos, esperando que le dieran algo. Pero Pedro le dijo: No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda. Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos. Se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por us pie, dando brincos y alabando a Dios>>.
“Aquí aparece el retrato de la Iglesia, que ve a quien está en dificultad, no cierra los ojos, sabe mirar a la humanidad a la cara para crear relaciones significativas, puentes de amistad y solidaridad en lugar de barreras. Aparece la Iglesia sin barreras que se siente madre de todos, que sabe tomar de la mano y acompañar para levantar, no para condenar. Jesús siempre tiende la mano, siempre trata de levantar, de hacer sanar, de hacer felices, de hacernos encontrar a Dios”
El milagro que realizan los apóstoles está hecho con delicadeza. Si avasallar. Nos marca un sentido para nuestro apostolado. “Es el <<arte del acompañamiento>> que se caracteriza por la delicadeza con que uno se acerca a la <<tierra sagrada del otro>>, dando a nuestro caminar <<el ritmo sanador de proximidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana>>. Y esto es lo que estos dos apóstoles hacen con el lisiado: lo miran, dicen <<míranos>>, se acercan a él, lo levantan y lo curan. Lo mismo hace Jesús con todos nosotros. Penemos en esto cuando estemos en malos momentos, en momentos de pecado, en momentos de tristeza. Ahí está Jesús que nos dice: <<Mírame: ¡estoy aquí! Tomemos la mano de Jesús y dejémonos levantar. Pedro y Juan nos enseñan a no confiar en los medios, que también son útiles, sino en la verdadera riqueza que es la relación con el Resucitado. En efecto, somos- como diría san pablo- <<como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos>>.
Aquí se muestra la fuerza del nombre de Jesús. Invocad su nombre no solo es una delicia sino también una fuerza increíble de nuestro ser cristiano. “Todo el Evangelio manifiesta el poder del nombre de Jesús que hace maravillas. ¿Y qué tenemos cada uno de nosotros? ¿Cuál es nuestra riqueza, cuál es nuestro tesoro? ¿Qué podemos hacer para enriquecer a los demás? Pidamos al Padre el don de un recuerdo agradecido al recordar los beneficios de su amor en nuestras vidas; para dar a todos el testimonio de alabanza y de gratitud. No olvidemos: la mano siempre extendida para ayudar al otro a levantarse; es la mano de Jesús la que a través de nuestra mano ayuda a otros a levantarse”