Comunión
Quien ha escuchado la Palabra y participado en el sacrificio, participa en el banquete de bodas del Cordero. Se distingue totalmente de la comunión espiritual. Vivir en cristiano es caminar en esperanza, no sin dificultades. Necesitamos fortalecer nuestra vida interior. La Comunión es uno de los medios fundamentales. “Celebremos la eucaristía para nutrirnos de Cristo, que se nos da a sí mismo, tanto en la Palabra como en el Sacramento del altar, para conformarnos a Él. Lo dice el Señor mismo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él». De hecho, el gesto de Jesús que dona sus discípulos su Cuerpo y Sangre en la última Cena, continúa todavía hoy a través del ministerio del sacerdote y del diácono, ministros ordinarios de la distribución a los hermanos del Pan de vida y del Cáliz de salvación”.
Los gestos que se realizan antes de la recepción de la Comunión son muy significativos: “En la misa, después de haber partido el Pan consagrado, es decir, el cuerpo de Jesús, el sacerdote lo muestra a los fieles invitándoles a participar en el banquete eucarístico. Conocemos las palabras que resuenan desde el santo altar: «Dichosos los invitados a la cena del Señor: he aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Inspirado en el pasaje del Apocalipsis- «dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero: dice «bodas» porque Jesús es el esposo de la Iglesia- esta invitación nos llama a experimentar la íntima unión con Cristo, fuente de alegría y de santidad”.
Las palabras: Señor no soy digno… generalmente las pronunciamos a una velocidad supersónica. Cuidémoslas.
Con la procesión nos acercamos a comulgar. Realmente es Jesús quien penetra en nosotros para transformarnos. “Nutrirse de la Eucaristía significa dejarse mutar en lo que recibimos… Cada vez que nosotros hacemos la comunión, nos parecemos más a Jesús. Como el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y Sangre del Señor, así cuantos le reciben con fe son transformados en eucaristía viviente… Mientras nos une a Cristo, arrancándonos de nuestros egoísmos, la comunión nos abre y une a todos aquellos que son una sola cosa en Él. Este es el prodigio de la comunión: nos convertimos en lo que recibimos”.
Es bueno comulgar con las formas consagradas en la misma Eucaristía. Recibir la comunión bajo las dos especies, acrecienta el signo; en cada una está integro Jesús. La iglesia nos permite recibir la comunión en la boca y en la mano, usemos esta libertad para mayor provecho personal y sin criticar a los hermanos que pueden tener otro criterio distinto.
Termina el rito de comunión con la oración final. “En nombre de todos, el sacerdote se dirige a Dios para darle las gracias por habernos hecho comensales y pedir que lo que hemos recibido transforme nuestra vida. La Eucaristía nos hace fuertes para dar frutos de buenas obras para vivir como cristianos”.