Cristo ama a la Iglesia III
Servir a la Iglesia en cualquier ministerio, aunque sea burocrático, es amar a la Iglesia y entregarse a sí mismo por ella. Para quien llega a una oficina es importante la acogida de la persona, aunque no siempre se pueda conceder lo que pide. Siempre queda la deuda del amor.
Por este motivo esos cargos deben ser bien seleccionados. San Bernardo decía al Papa Eugenio III que no admitiera en su entorno a las que solicitasen cargos sino a los que los rechazasen. Se fiarán más, decía el santo, del espíritu de oración que de sus cualidades y de su esfuerzo.
Un modo especial de servir a la Iglesia es rogar por el Papa. Cuando Pedro estaba en la cárcel <Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba incesantemente por él.> Fruto de aquella oración fue su liberación. San Pablo pide a sus colaboradores que rueguen por él. Les muestra sus preocupaciones: <… Y aparte todo lo demás, la carga de cada día: la preocupación de todas las iglesias. ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¡Quién tropieza sin que yo me encienda? No es fácil saber lo que esto significa en quien lleva el peso de la Iglesia sobre sus hombros. Ante los escándalos que tanta preocupación nos crean a nosotros, es lógico que él se eche a temblar. Dolernos con él y llevarlos a la oración, es un servicio formidable a la Iglesia.
A Catalina de Siena le correspondió vivir un momento especialmente difícil de la Iglesia. En la vía de Conciliación existe un monumento en presenta a Catalina caminante, inclinada hacia delante, apoyada en un bastón. Desde el Convento de san Pedro caminaba cada día para pedirle a Jesucristo que el pueblo romano se conciliara con Urbano VI.
Escribe a Raimundo de Capua: “Cuando llega la hora de tercia me verá usted ir a San Pedro; y dentro trabajar de nuevo en la navecilla de la santa Iglesia. Allí estoy hasta que llega la hora de vísperas; y de ese lugar no querría salir ni de día ni de noche, hasta que no vea un poco firme y consolidada a este pueblo con su padre.”
La increíble libertad de Catalina le escribió al Papa estas palabras salidas de un corazón amoroso y dolorido: “Sois padre y señor de todo el cuerpo de la religión cristiana: todos estamos bajo las alas de vuestra santidad; en cuanto a autoridad lo podéis todo, pero a cuanto a ver, no más que cualquier otro; de ahí que sea necesario que vuestros fieles vean y procuren con sinceridad de corazón y sin temor servil lo que sea para honra de Dios … y de las ovejas que están bajo vuestro cayado.” Y a punto de morir: “Recibe el sacrificio de mi vida a favor de este Cuerpo Místico de la Santa Iglesia… Toma pues el corazón y exprímelo sobre el rostro de esta esposa. El remedio que necesita se lo has dado en la oración de tus servidores. Deseas que con ellos se haga un muro en el que se apoye el muro de la Santa Iglesia.”
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