Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¿Podemos orar mientras tomamos café?

por Él me rescató

 La oración es la actividad sobre la que

se asienta la dignidad de la inteligencia

Evagrio Póntico.

 

            Leyendo al gran Evagrio necesito detenerme con frecuencia. Bruñido por la soledad silenciosa, Evagrio nos deja perlas de amor celestial para nuestras almas. Escribe: “Aquel que ama a Dios conversa permanentemente con él como con un Padre, despojado de todo pensamiento apasionado”.

            Nos resulta difícil pensar en una conversación permanente con Dios como Padre. Quizá para los padres del desierto o para los ermitaños. ¿Qué pueden hacer esos extraños hombres alejados del mundo más que vivir pendiente de Dios? Podemos pensar que Evagrio, uno de ellos, escribe para los que se acercan a él y desean destilar con avidez su sabiduría. Es como si nosotros no fuéramos dignos de esos excelsos manjares del Espíritu y nos tuviéramos que contentar con libros de autoayuda o algún buen libro de sana moralidad. Quizá alguna biografía de algún santo de moda, preferentemente breve. Mejor aún: lo último sobre Benedicto XVI.  No hay tiempo y nuestras obligaciones nos reclaman. Al fin y al cabo, ¿Dios no está también presente en nuestros quehaceres diarios? Vivámoslos unidos al Señor y no tengamos mala conciencia al no poder retirarnos y escuchar nuestro corazón. Eso es lo que nos decimos.

            Es curioso nuestro modo de racionalizar la mentira. Nuestra facilidad para engañarnos es pasmosa; lo que me sigue sorprendiendo –empezando por mí- es lo bien que discurrimos para convencernos y convencer a los demás de lo atinados de nuestros comportamientos con el Señor. No hay tiempo, el ajetreo de los días, las obligaciones laborales, los niños, el cansancio, etc. Basta leer la Biblia para comprobar que Dios no habla sólo a los ermitaños, a los monjes o a los curas. Nos habla a todos y dice las mismas cosas a todos. Lo que pasa que con tan poco tiempo que tenemos, claro, no abrimos la Biblia.

              Tomo un café rápido antes de incorporarme al trabajo. ¿Mis pensamientos hacia dónde se dirigen? Reviso lo que voy a enseñar en mis clases, el orden de las clases, a quién recibiré en el recreo, la reunión de última hora. Pienso, por qué no hacerlo, en lo que debo hacer por la tarde. ¿Hay en mi mente un pensamiento para Dios?, ¿se eleva al Cielo una petición o una alabanza antes de que el camarero me cobre?, ¿pido a la Virgen que me cuide y me anime? ¿Qué decir de nuestro Ángel custodio? ¿Quizá ya en la calle esperando al semáforo que en este momento está en rojo?

            Para amar a Dios y conversar con Él no como un amigo, sino como un Padre –según las palabras de Evagrio- es imprescindible haber tenido experiencia del amor de Dios. Tener experiencia de Dios está al alcance de cualquiera. Eso sí, suelen requerirse cuatro disposiciones por parte del hombre. Por ejemplo en el Salmo 119:

1. Búsqueda de Dios. Feliz quien busca a su Señor. Aunque lo hayamos encontrado, Dios siempre necesita ser buscado constantemente por el hombre. Todos nosotros, especialmente los que hemos sido elegidos, estamos en permanente búsqueda de un Dios que gusta en esconderse.

2. Confianza en Dios. Como el niño que se sabe a salvo gracias al amor de sus padres, el hombre se sabe en manos de Él, confiando por completo en su sabiduría y misericordia.

3. Fidelidad a Dios. El amor de Dios, como cualquier amor, es exigente. Dios lo quiere todo de nosotros y nos indica sus deseos para con cada uno. La respuesta humana al Amor de Dios es la obediencia, pues con ella agradamos a Dios y encontramos nuestra felicidad ya en la tierra.

4. Escucha de la Palabra. Dios nos habla por su Palabra. La meditación de la Palabra es alimento íntimo e imprescindible para el que desea a la vez tomarse un café y orar. La Palabra nos llama para hacerse realidad en nuestro corazón; Dios mismo nos pide que le dediquemos un tiempo de soledad y silencio para hablarnos y acrecentar nuestra búsqueda, nuestra confianza y nuestra fidelidad a Él. Sin la Palabra, poca cosa somos.

            Cuando buscamos, confiamos, somos fieles a Dios y oramos su Palabra podemos orar tomando un café. Lo curioso de todo es que quien ora no soy yo, sino el Espíritu de Dios que convive en mí. Cuando vivimos estas disposiciones, nuestra alma, movida por el Señor, necesita de la oración como nuestro cuerpo necesita la comida. Por ello la oración surge no como un acto de voluntad, sino como un gesto espontáneo de alabanza al Creador.

            Otra vez mi vista se detiene ante las palabras de Evagrio. Es una definición de oración: “La oración es un estado imperturbable, más allá de las cumbres del intelecto, alcanzado por la inteligencia enamorada de la sabiduría”. ¿Qué querrá decir Evagrio?  Está claro que voy a necesitar un buen café.

Un saludo.

             

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