Nuestra Señora de Covadonga
por Él me rescató
Respirar su fragancia, contemplar sus valles y montañas –recorrerlos con la parsimonia de quien se sabe dueño de un tiempo que no pasa-, conocer los rostros de sus habitantes y hablar con ellos –orgullosamente humildes, pacientes pero decididos, abnegados, fuertes- , escuchar el rumor de sus ríos, contemplar la energía de su mar… Es imposible sentirse extraño en Asturias porque Asturias tiene la virtud de recordarnos que no hay nada más bello que lo que Dios nos ha regalado en la naturaleza, dispuesta para nosotros, y en el hombre que respira en ella.
Visitando Asturias este mes de julio he recordado que Dios me ama y me abraza en la naturaleza que ha creado; Asturias me ha devuelto el sabor, el olor, la vista, el tacto, la escucha de un Dios que se hace presente sensiblemente para ser glorificado.
Por eso nada más universal que Asturias. Sólo se es universal cuando tocamos aquella fibra que nos es común a todos, cuando nos sabemos partícipes de una experiencia que nos sobrepasa, pero que sabemos nuestra. Una experiencia –experiencia de Dios- sin la cual ya no podríamos vivir. Asturias nos habla de Dios, nos informa de su belleza pensada para nuestro disfrute. Cuanto más asturiana se hace Asturias, más se abre a todos.
No me sorprende que Dios la haya elegido para que la fe se extendiera por todo nuestra patria. No encuentro lugar mejor que las tierras asturianas para resistir y luego expandir nuestra fe frente al ejército invasor musulmán.
Imposible aislar la defensa de la fe o su expansión de la guerra. Desde que el Logos se hizo carne, empezó una cruenta batalla que sólo terminará al final de los tiempos. El combate no es sólo espiritual: las guerras históricas son episodios temporales sangrientos de aquel combate que se resolverá con la segunda venida de Cristo. Asturias nos recuerda que no hay fe sin combate a muerte; la lucha puede ser física, con la espada en la mano, pero es principalmente lucha espiritual contra las insidias de los ángeles malignos. Por ello me parece que el cristiano es un hombre mitad monje, mitad soldado. El problema del cristianismo es que vemos a los monjes como piezas de museo y a los soldados como voluntarios de una ONG.
Don Pelayo no era hombre de melindres como nosotros. Asturias tampoco. La belleza asturiana no se deja fácilmente domesticar: nos provoca y nos exige que estemos dispuestos a disfrutarla con todas sus consecuencias. Sus picos, sus ríos, su mar están ahí para ser descubiertos, pero después de un esfuerzo. Su belleza, digámoslo así, nos saca de nosotros mismos para redescubrirnos en lo que contemplamos. El cristianismo, es decir, monjes y soldados, nos fuerza a dejarnos llevar por el descubrimiento de Dios, atractivo, pero inquietante. Esfuerzo, belleza, alegría, sacrificio, renuncia, bien. Si lo pensamos correctamente, Asturias es paradigma de las virtudes más nobles que han orlado a cristianos de todos los tiempos.
Pero siendo verdad lo anterior aún falta lo importante. María se siente a gusto en Asturias. ¿Es posible pensar Asturias sin nuestra Madre? ¿Sería posible Asturias sin Nuestra Señora de Covadonga? Cuando estoy delante de
Hay lugares donde uno regresa a su hogar. Asturias, por ejemplo.
Un saludo.