Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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El Anticristo

por Él me rescató

 “Ya habita entre nosotros,

dentro de nosotros”

Joseph Roth

 

            Joseph Ratzinger afirmaba que la cultura cristiana debía ser como un corte a la cultura de estos tiempos, para que de ella podamos extraer el jugo delicioso que contiene. Sin el corte, la cultura  es insípida, como lo fue la gran herencia pagana clásica. El cardenal Ratzinger recordaba unas palabras de Basilio El Grande que informaba  del tajo, preciso y delicado, que hay que practicar al sicómoro para que éste dé frutos de buen sabor.

            Las novelas escritas con la certeza de la redención de Cristo, la filosofía reflexionada por hombres tocados por la fe, el teatro como expresión del misterio de lo humano, la poesía como arma cargada de amor son manifestaciones culturales que, hoy día, deben provocar una conmoción incómoda, desasosegante, inquietante en quien las disfruta. La cultura cristiana no tiene por qué hablar de Dios explícitamente: debe más bien analizar la realidad, expresarla estéticamente en toda su hondura, sin maquillar ni mutilar nada que parezca desviar nuestra atención, pues al cristiano todo lo humano –y lo divino en todas sus formas- le interesa. La cultura cristiana nos debe hacer pegar un brinco en nuestras cómodas poltronas y recordarnos que el aburguesamiento de nuestro modo de vivir la fe nada tiene de evangélico.

            Hay biografías apasionantes de escritores geniales. Su literatura se confunde con su vida y ésta con aquélla. Son hombres que parecen sacados de sus propias novelas. Grandes hombres, grandes escritores. Si además la fe en Cristo enriquece su obra –y su vida-, son personas de un atractivo irresistible; sus obras son de lectura obligada para quienes vivimos en la Iglesia y reflexionamos el mundo que nos ha tocado vivir. Su obra literaria son un verdadero tajo a una época –la suya, la nuestra- corrupta hasta el hedor. Uno de esos hombres es el gran Joseph Roth.

            Ya convertido al catolicismo, en los años treinta, escribe un libro de ensayo titulado El Anticristo. Un alegato moral contra la barbarie. Sería una torpeza situarlo como un temperamental escrito urgido por los convulsos años treinta del siglo pasado; sin duda necio sería el presentarlo como un panfleto contra el nazismo escrito por un judío que huye por toda Europa para no caer en sus garras. El Anticristo es un texto de un católico convencido de la existencia del demonio y de cómo éste está empeñado en la degradación de todo lo humano y de todo lo divino o sagrado que existe aún en la tierra, incluida la Iglesia.

            Lo más inquietante de El Anticristo es que tiene razón. Recorre los fenómenos políticos, culturales y religiosos del momento con una originalidad y profundidad que causa en el lector un asomo de admiración y temor. Sus reflexiones, escritas por el artista que es, pueden parecer exageradas o disparatadas para el hombre común. Para defendernos de Roth  -¿sólo de él?- podemos sospechar los excesos del borracho que fue o acaso pensar que un asomo de la esquizofrenia de su madre pudiera entreverarse en las líneas de esta su obra. Y es que la verdad duele. El Anticristo es un recordatorio de hasta qué punto, inadvertidamente, nosotros mismos hemos sido infectados, con nuestra modorra cristiana, por el veneno de la tibieza, del miedo y de la comodidad tan utilizadas por el Maligno.

            Es fácil identificar como ideologías anticristianas al nazismo y al comunismo. No lo es tanto, como lo hace Roth, entender que el cine –Hollywood- suele ser un instrumento al  servicio del mal. Resulta sencillo reconocer en el dinero un magnífico medio de perdición de almas, pero es más difícil aceptar que la patria está no el lugar de nacimiento, sino en aquel lugar donde se venera a Dios. Roth rompe esquemas, pues se toma en serio el amor de Dios y sus consecuencias prácticas. Testigo ejemplar de un mundo que se hundió –el imperio austrohúngaro- y de la barbarie fascista y comunista que el comprende como pocos, Roth sabe que la única salvación –la única verdad- está en Dios. Ello le permite comprender y abominar las potencias maléficas que él identifica con horror y denuncia con una fuerza de la que sólo un católico es capaz.

            “Ha llegado el Anticristo; y ha llegado disfrazado de tal modo que quienes estamos acostumbrados a esperarlo desde hace años no lo reconocemos. Ya habita entre nosotros, dentro de nosotros. Y sobre nosotros gravita la pesada sombra de sus alas infames. Ya nos estamos consumiendo en el helado ardor de sus ojos infernales. Sus manos dispuestas a estrangularnos se acercan ya a nuestras desprevenidas gargantas. Su lengua pecadora y flamígera lame ya nuestro mundo. Ya levanta sus pies de fuego para posarlos sobre los débiles e inflamables tejados de nuestras casas hace tiempo que ha sembrado veneno en las almas inocentes de nuestros niños. ¡Pero nosotros no nos percatamos!”.

            Un saludo.

             

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