Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Al borde del abismo o Flannery O´Connor

por Él me rescató

 “Escribo para un auditorio que no sabe

lo que es la  gracia y que no la reconoce

cuando la ve”

Flannery O´Connor

 

            Llevo leyendo a la escritora americana Flannery O´Connor desde hace dos años. Leo sus cuentos, publicados  íntegramente en Debolsillo con el título Cuentos completos, como el que bebe un vino delicado y sustancioso. Imposible leer a O´Connor como quien se acerca con curiosidad a un objeto raro, del que  han hablado bien,  digno de una atención esquiva o superficial. Nuestra escritora es de esa raza de artistas que ven en su labor creadora una misión personal que la salva de la incuria y de la mediocridad de la vida. Postrada en la cama durante diez años por una enfermedad que la matará lentamente, O´Connor escribe no al modo del necio que entiende la literatura como un modo de salvación personal –un modo de existir-, sino como un medio de vivir y transmitir la verdad del hombre: sólo la gracia de Dios puede salvarnos de nosotros mismos. En su cama, recorre los paisajes del alma humana con una exactitud  y realismo que es difícil encontrar en un escritor del siglo XX.

            Nada más insoportable que un católico mojigato. O´Connor es ese tipo de católicos que me hacen sentir que el cristianismo es el modo más realista de profundizar en los arcanos de la vida. Y el realismo imprime en el alma del cristiano una curiosidad siempre insatisfecha por el Misterio, que se revela con audacia sobrenatural en todos los pliegues de la existencia humana. Con Flannery O´Connor se manifiesta una verdad que  gustamos en ignorar, a saber, que toda nuestra existencia –incluso la de los santos y místicos- bordea constantemente el abismo de la nada, de la sinrazón, de la autodestrucción. Sólo la gracia de Dios puede preservarnos del vacío de una existencia sórdida que nos lleve a la tumba del vacío.

            Lo que autores como Ionesco, Sartre o Pesoa  poetizaron con asombrosa luminosidad –la nada o el tedio como la sinrazón de una vida viscosamente inane- en O´Connor se trata con la fidelidad al dato de que nuestra vida, en efecto, bordea un abismo de desesperación en cuanto caen como castillos de naipes las mentiras que tan trabajosamente nos hemos fabricado. Por ello la literatura de la escritora americana es difícil de leer: nos exige  el reconocimiento de que nuestra vida, como la de los personajes que pueblan estos extraordinarios cuentos,  es una existencia sórdida en cuanto  hurguemos en nuestra alma.

Lejos de un optimismo antropológico ingenuo y beato, O´Connor nos presenta en su literatura la tensión vital entre el deseo de amar y ser salvado y el pestífero aliento de muerte que exhala nuestra alma contrahecha. Qué mejor que un escritor cristiano para bucear en el hedor del alma humana y, sin escandalizarse de nada, presentar al lector el horrible destino, ya en la tierra, al que estamos abocados. Los personajes de estos cuentos - negligentes, vagos, antipáticos, moralmente sucios, necesitados de una ayuda que raramente piden- hablan de nosotros, porque somos nosotros.

Quien no sabe que todos los días estamos decidiendo nuestro destino final nunca entenderá a Flanery O´Connor. Embadurnado por homilías santurronas, se preguntará algún lector incluso cómo calificar a esta novelista de católica. Para comprender la profundidad de la mirada cristiana, es imprescindible haberse sumergido en la miseria del pecado propio, no temerla, y hacer de ella motivo de santificación. Sin miedo al pecado, porque sabemos de la misericordia de Dios, el cristiano –el artista- profundiza en el vacío de la vida humana, también en el misterio del mal, y nos convence de que la vida es un tortuoso camino que muchos transitan completamente ciegos, sordos y mudos. Sólo Dios nos hace vivir como hombres, aunque muy pocos lo sepan.

Necesitamos escritores cristianos como Flannery O´Connor. Nada de eufemismos: la vida sin Dios es insoportable. Sólo Dios nos salva del sinsentido de la existencia, de la nada concreta de la muerte que día a día sentimos en mil y un detalles. Escritores que, portadores de una esperanza que el mundo no conoce, sean capaces de describir que el nihilismo es la posición naturalmente humana cuando se ha dado la espalda a Dios. Escritores que no tienen miedo a describir la piltrafa en la que cualquiera puede convertirse cuando nuestras ilusiones se han visto defraudadas y expulsado el Espíritu Santo.

En el cuento titulado El escalofrío interminable, Asbury, joven de veinticinco años que vuelve a la casa de su odiada madre para morir de una extraña enfermedad, descubre que lo que tiene es la fiebre de Malta. La dolencia, afirma el doctor Block, no le va a matar. Y termina el cuento: “Asbury palideció y el último velo de ilusión quedó roto por un torbellino que bailoteaba ante sus ojos. Comprendió que durante el resto de sus días, frágiles y atormentados pero interminables, viviría ante un terror purificador. Un grito ahogado, una última e imposible protesta, escapó de sus labios. Pero el Espíritu Santo, blasonado en hielo en lugar de fuego, siguió descendiendo implacable”.   

Un saludo.

             

              

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