Por Navidad, hablar menos y amar más
por Carmen Castiella
Escribo este artículo con un par de reflexiones navideñas, en primer lugar, para mí misma. Sobre cómo afrontar cenas, celebraciones varias, encuentros, reencuentros y quizás desencuentros navideños, procurando hablar menos y amar más.
Abrir el propio hogar sin miedo a mostrar nuestra fragilidad familiar
La lógica del amor cristiano lleva a abrir las puertas de nuestros hogares más allá de la familia nuclear. Sin ser invasivos ni ir con el corazón en la mano. Abrir la propia puerta manteniendo la capacidad de esperar a que el otro abra la puerta de su corazón sin impacientarnos. Abrir la propia casa es escuela de cortesía, sensibilidad y desinterés para toda la familia.
Los cristianos debemos ser lo contrario de un club selecto de familias escogidas. “Sal ahora mismo a las plazas y calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, los tullidos, los ciegos y los cojos” (Lc 14,21). Partiendo de que tullidos somos todos. Basta mirarse a uno mismo. El que no cojea físicamente, cojea psicológicamente o está ciego para ver más allá de sí mismo. Taras tenemos todos. Y nuestras familias también las tienen, pero precisamente por eso pueden ser refugio seguro donde se acoge lo singular, lo anormal, lo que aún no ha hallado su sitio.
Abramos las puertas, sin miedo a mostrar nuestra fragilidad familiar y sin miedo a acoger la herida y la diversidad en nuestra mesa. El amor debe encarnarse (y no tanto “exhibirse” en Instagram).
No tenemos una familia idílica que canta a coro noche de paz, sino una cargada de disonancias y discordancias. Tenemos lo que tenemos pero podemos compartirlo y así multiplicarlo. Se multiplica la alegría cuando se abre la puerta. Los hijos salen de sí mismos y se serena el ambiente. “Por la hospitalidad, algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles” (Hebreos 13,2). Esta frase de la Escritura la he experimentado varias veces de un modo tan real después de acoger a invitados “inesperados”, que realmente resultaron ser ángeles, que la tengo escrita con rotulador permanente en la puerta de entrada a nuestra casa, en la que también ondea el merecido “VillaGritos”. Una muestra más del ciento por uno.
Puede que el mundo sea hostil, pero mientras haya una familia cristiana, nadie se puede quedar sin una cena de Navidad. Los demás no necesitan nuestra perfección para sentirse acogidos y amados. José y María recibieron a Sus Majestades de Oriente en la humildad del portal y los Magos, lejos de sentirse defraudados por su pobreza después del larguísimo viaje, experimentaron una gran alegría. Esa pobreza a veces no es material sino familiar. Es decir, no somos los mejores anfitriones, ni organizamos las mejores cenas, pero abrimos nuestra casa más allá del rellano de la escalera, sin miedo a mostrarnos como somos.
Cómo tratar a los familiares y amigos alejados de la fe
Creo que una fe verdadera, como dice Jaume Vives, lo impregna todo. Yo personalmente no concibo mi vida sin dar testimonio de Cristo porque Cristo es mi vida.
Pero… no nos agrandemos; cuidado con la palabrería que, con enorme facilidad, acaba siendo hueca. La lógica del amor cristiano no es la de quien se siente más que otros y necesita convencerles y hacerles sentir su poder, sino que "el que quiera ser el primero entre vosotros, sea vuestro servidor" (Mt 20,27). Así que hablemos menos y sirvamos más. Discutamos menos y pongamos más lavavajillas. En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre otros, o la competición para ver quién es más inteligente, porque esa lógica acaba con el amor. No vamos a acercar a las personas a Cristo a base de argumentaciones sólidas e inteligentes. Solo Dios toca los corazones.
“Es importante que los cristianos vivan esto en su modo de tratar a los familiares poco formados en la fe, frágiles o menos firmes en sus convicciones. A veces ocurre lo contrario: los supuestamente más adelantados dentro de su familia, se vuelven arrogantes e insoportables” (Amoris Laetitia, 98).
El amor y la evangelización son antes comunión que comunicación
Reivindico el amor encarnado, con sus límites, frente al amor exihibido en Instagram (el tecnologismo es, en último término y en palabras de Fabrice Hadjadj, “espiritualismo y desprecio de la carne”; la exposición de la propia vida familiar en redes sociales me parece muy peligrosa para los hijos, además de resultar tantas veces vacía y narcisista).
Reivindico también la evangelización como comunión de personas reales antes que comunicación en redes sociales. “Cristo no es una marca de la que se hace publicidad sino una persona que sale a nuestro encuentro, con todo lo inesperado e imprevisible que esto conlleva” (Fabrice Hadjadj).
No hagamos propaganda ideológica. Del marketing de las cosas de Dios se ocupa el Espíritu Santo. Los valores no prevalecen sobre los rostros. El hombre abstracto no prevalece frente al hombre concreto. ¿Se enfrentó Jesús a los ateos? No, se enfrentó a los que creían, a los fariseos, a los doctores que no dejaban de esgrimir el Nombre de Dios. En nombre del Bien y de ideas muy nobles, se puede con la mejor intención hacer daño a las personas concretas.
No llevar cuentas del mal
“Ninguna familia ignora que el egoísmo, el descuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión” (Amoris Laetitia). Todos hemos sido heridos y todos hemos herido. Y a veces nuestras propias heridas hieren a los demás, además de a nosotros mismos.
Nadie dijo que fuera fácil. Creo que todos hemos sufrido a veces desilusiones profundas en el ámbito de las relaciones familiares, familia extensa, familia política, etc. La tendencia suele ser agrandar las ofensas, imaginar más y más maldad y suponer todo tipo de malas intenciones. Viene bien tener claro que nosotros no podemos conocer a fondo el corazón humano. Además, una persona viva cambia constantemente y más si obra en ella la gracia divina. Por eso, no la podemos clasificar y “etiquetar” para siempre.
La actitud contraria a llevar anotadas las ofensas en el corazón es tratar de comprender la debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona, como Jesús cuando dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).
Nadie dijo que fuera fácil. A veces perdonar es casi un milagro, pero Él es el maestro de lo imposible, además del mejor terapeuta personal y familiar. El gran solventador de problemas que a nosotros nos parecen imposibles.
Termino con unos enlaces a villancicos que no me canso de escuchar. ¡Feliz Navidad!
Del ministerio de niños de la Renovación Carismática:
Immanuel - Songs of praise (subtitulado)
Colegio Altozano:
Colegio Tajamar:
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