Miércoles, 30 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Mujeres al pie de la Cruz

La Virgen, San Juan y María Magdalena a los pies de la Cruz en 'La Pasión' de Mel Gibson.
La Virgen, San Juan y María Magdalena a los pies de la Cruz en 'La Pasión' de Mel Gibson.

por Carmen Castiella

Opinión

Resulta difícil ahora mismo hablar de mujeres sin herir sensibilidades. Y más si hablamos de mujeres “deslumbradas” por Cristo en lugar de mujeres “empoderadas”.

Las mujeres estaban en el Calvario. No sólo estaba la Madre de Cristo y la "hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn 19, 25), sino que "había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle" (Mt 27, 55).

Las mujeres se mostraron más fuertes que los Apóstoles en los momentos de peligro. Son las mujeres a las que Jesús amaba. No son curiosas ni plañideras profesionales sino mujeres que "aman mucho"  y así logran vencer el miedo. Ya antes, en la vía dolorosa, "se dolían y lamentaban por Él" (Lc 23, 27).

Ellas no le han exigido que baje de la Cruz, ni se han obcecado reclamando de su poder un hecho extraordinario que le librara del fracaso y de la muerte. Comprenden que Jesús está muriendo libremente y que ese fracaso rotundo de cara al mundo tiene un significado profundo y nuevo. Durante la larga e insoportable agonía de su Señor no han apartado la mirada de su cuerpo destrozado: "Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas podridas, ni curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite" (Is 1, 6).

Permanecen allí en silencio sostenidas por la inmensa dignidad y serenidad de la Virgen Dolorosa. Acompañan sin ruido de palabras. Quizás las mujeres comprendamos mejor que amor y dolor son inseparables. Salvo Juan, todos los discípulos han huido, pero ellas se quedan allí a la espera de prestarle un último servicio.

Quizás la inteligencia masculina se escandalice con demasiada facilidad del fracaso, de contemplar a un hombre humillado hasta el extremo. La pura razón tantas veces no alcanza a comprender, porque la vía intelectual no es ni la única ni la mejor forma de acercarse a la realidad. Hemos hablado tanto de Dios desde la agudeza y la acrobacia intelectual… pero ¿es eso lo que Él quiere? Líbranos, Señor, de la palabra vacía, de la inteligencia llena de sí misma y de los corazones atrincherados en el orgullo de su pequeña sabiduría. Concédenos a todos, Señor, el amor de la Verónica. Concédenos buscar siempre tu Rostro. Ella no hace ningún razonamiento complejo, sino que se limita a amar a su Señor, a buscar su Rostro y actuar con compasión.

Y hablando de mujeres, recojo un comentario de Susanna Tamaro (italiana autora de bestsellers como Dónde el corazón te lleve y Anima Mundi) sobre las mujeres al pie de la cruz de su libro Meditaciones sobre la Pasión, publicado por Rialp en España:

“Señor Jesús, la Iglesia donde sigue habitando tu Espíritu es una barca a la que nadie más quiere subir.

»Demasiados escándalos, demasiado poder y afán de hacer carrera, demasiada fealdad litúrgica sin sentido por la cantidad de bocas que no hablan desde la plenitud del corazón.

»Demasiados ojos que son linternas ciegas, demasiada incapacidad de hablar a la desesperada soledad del hombre contemporáneo.

»Sabiendo, Jesús, cuánto has amado a las mujeres y cuánto te has apoyado en sus entrañas maternales, resulta natural que aumente su papel en la Iglesia.

»Toda la realidad creada vive y late en esa dualidad del Génesis: 'Hombre y mujer los creó'. Lo masculino y lo femenino se iluminan y reclaman mutuamente.

»Cuando la realidad se tiñe de un solo color, se vuelve estéril. [Aquí añado yo: también se vuelve estéril cuando toda ella se tiñe de morado-8M.]

»Jesús, por intercesión de la Virgen Dolorosa y de las mujeres que permanecieron con Ella a los pies de la cruz, te pedimos que la Iglesia sepa contar con la feminidad, se enriquezca con su genio específico y lo acoja, de modo que pueda renovarse a la luz de la maternidad“.

Después de la Cruz, Jesús elige a las mujeres como primeras testigos de su Resurrección. Os recomiendo la lectura del relato Santas mujeres en el sepulcro de Ana Catalina Emmerich, beatificada por Juan Pablo II, cuyas visiones nos ayudan a contemplar durante estos días la pasión de Cristo.

“ Vi otra vez en el jardín a Magdalena, que corrió a meterse en el sepulcro. El dolor y la carrera la habían puesto fuera de sí. Estaba completamente empapada de rocío y, desolada, no pensaba en nada salvo en que el cuerpo del Señor no estaba allí.

»-Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?

»Ella replicó inmediatamente, creyendo que era el hortelano:

»-Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto e iré yo a buscarlo”

»Entonces Jesús le dijo con su voz habitual:

»-¡María!

»Y ella, al reconocer la voz y darse cuenta de que Jesús vivía, olvidó la Crucifixión, la muerte y el entierro, y volviéndose instantáneamente dijo como tantas veces antes:

»-¡Rabuní! [¡Maestro!]”

Me viene a la cabeza que suelen ser también mujeres las destinatarias más frecuentes de “revelaciones particulares”, género que incluye también las apariciones marianas. Todos sabemos que no son dogma de fe y no añaden nada al depósito de la fe que custodia la Iglesia, pero pocas veces se nos recuerda que son una conmovedora y valiosa ayuda del Cielo para encendernos en amor a Cristo. No disminuyen nuestra veneración por la Palabra de Dios contenida en la Escritura ni nos llevan a seguir fanáticamente a un vidente particular.

Yo personalmente creo ser bastante sensible y alérgica a los iluminismos, fanatismos y fatalismos varios, pero creo con sencillez que Dios se sigue manifestando y que no somos quiénes para domesticar al Espíritu y decirle a Dios lo que tiene que hacer y lo que no, rechazando por sistema todo lo que no entra en nuestros minúsculos esquemas mentales.

A quien le suscite dudas recurrir a ellas, le recomiendo la lectura de René Laurentin, experto mariólogo y gran defensor de las apariciones y revelaciones particulares, y la de Benedicto XVI en la exhortación sobre la Palabra de Dios Verbum Domini, donde queda claro que, aunque no es obligatorio usarlas o creerlas, son una gran ayuda para la fe y la vida espiritual. No son ni el Credo ni los Evangelios pero, si el Señor las suscita, debemos valorar este regalo de lo Alto que estimula nuestro amor.

Enumero las que leo habitualmente, sin pretender hacer un listado exhaustivo. Solamente cito las que he leído casi íntegramente y me han ayudado a amar más a mi Señor, con la idea de compartir con mis hermanos y hermanas en Cristo el regalo que ha sido para mí conocer sus escritos: Santa Faustina KowalskaAna Catalina Emmerich, María Valtorta, Gabrielle Bossis, María Simma y Margarita del Llano.

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