La última batalla: matrimonio y familia
por Carmen Castiella
El matrimonio y la vida familiar contienen en sí todo el drama de la historia de la salvación: desde Adán y Eva, su primogénito fratricida, el sacrificio de Isaac por su padre Abraham, que esperó contra toda esperanza, José vendido por sus hermanos, David en guerra con su hijo Absalón, Juan el Bautista mártir por defender la indisolubilidad del matrimonio, hasta Cristo, el mejor amante y el mejor esposo, que ama hasta dar la vida por una esposa que le ha sido infiel.
Hoy día el escenario vuelve a ser bélico. Estamos presenciando rupturas muy dolorosas a nuestro alrededor, pero también estamos siendo testigos de grandes milagros obrados por Dios en matrimonios humanamente desahuciados. Esta batalla me recuerda al salmo 91: “Aunque caigan mil hombres a tu lado y diez mil, a tu derecha, tú estarás fuera de peligro: tu Dios será tu escudo y armadura”. Incluso los matrimonios que aparentemente han caído pueden ser levantados por Dios porque la Virgen intercede por ellos continuamente, como en las bodas de Caná, y no da ningún matrimonio por perdido.
Los matrimonios sólidos, que abran las puertas y sostengan a los más frágiles. No rebajéis las expectativas sobre vuestro matrimonio. Elevadlas. Aunque vuestra vida familiar sea un desierto, Él hará brotar agua de la roca. Dios no nos quiere resignados, sino plenos y felices. El matrimonio cristiano tiene mucho de anticipo de las bodas del Cordero. Cumple tus votos sin vacilar, quema las naves y verás cómo Dios también es fiel a sus promesas y magnánimo al dar.
Sor Lucia, la vidente de Fátima, en una larga carta enviada al cardenal Caffarra: “La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y de la familia. No teman, añadió, porque cualquiera que actúe a favor de la santidad del matrimonio y de la familia siempre será combatido y enfrentado en todas las formas, porque éste es el punto decisivo". Después concluyó: "Sin embargo, Nuestra Señora ya ha aplastado su cabeza’”.
Atacar a la familia es atacar la médula y fundamento de la creación entera, la verdad de la relación entre el hombre y la mujer. Si el pilar fundamental es trastocado, todo el edificio se desmorona. “Hombre y mujer los creó” (Gén 1, 27). Complementarios, con dones también complementarios, que no debemos utilizar como trinchera ni como vara de medir al otro, que tiene sus propios dones que nos completan. Si sospechamos, sospechemos en primer lugar de nosotros mismos.
El diablo está atacando con furia porque sabe que su tiempo se acaba. Su objetivo son las relaciones entre los esposos y también entre padres e hijos. La ideología de género está haciendo estragos en muchos adolescentes provocando gran sufrimiento en sus familias. Pero no olvidemos que la victoria es de Cristo y que al final “el Inmaculado Corazón de María triunfará”. Ella aplasta la cabeza de la serpiente, después de que ésta haya herido en el talón a la humanidad entera… ”Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia” (Rm 5).
Hay que combatir familia con familia, sin prudentes distancias, sin miedo a compartir la propia fragilidad familiar. A mí me cuestan mucho las identidades colectivas y los grupos religiosos, y siempre he hecho alarde de espíritu libre, soldado raso de Cristo, pero la primera batalla es contra nosotros mismos. Es tiempo de vivir la fe en comunidad. Ya sabemos que la primera comunidad es la familia, pero aislados estamos perdidos porque las dimensiones que ha alcanzado el mal hacen que no podamos combatir solos sino como ejército unido y compacto (no endogámico sino universal, por estar siempre dispuesto a acoger a nuevos hermanos recién llegados, que son un regalo de lo Alto).
Un ejército unido no es un gueto sino una familia que acoge la variedad con los brazos abiertos. Los espíritus rebeldes e indómitos, como el mío, queremos aprender a obedecer. Y algo voy aprendiendo sobre la sumisión y la obediencia desde que me consagré a mi Madre, la Virgen. Una consagración es una entrega; es poner tu vida en sus manos. Tuya soy. Haz conmigo lo que quieras. Con Ella, la obediencia se me hace dulce y disfruto del descanso para el alma que trae esa sumisión. En primer lugar, obedecer al propio cónyuge. Obedecernos entre nosotros sin negociarlo todo hasta la extenuación es fuente de enorme bendición para la familia. Los hijos aprenden a obedecer e, incluso si obedecemos una decisión que consideramos equivocada, es increíble cómo el Señor saca bien del mal y todo lo conduce para el bien de los que Le aman. También hemos experimentado cómo esa sumisión aleja al diablo de nuestras familias: “Someteos a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4,7).
Resistir al diablo es creer en primer lugar que es un ser personal que anda como león rugiente buscando a quién devorar, y no una abstracción del mal. Pensar que el mal es la simple ausencia del bien, “la sombra” en el lenguaje arquetípico de Jung, ha posibilitado a Satanás entrar y residir, imperceptible, en las almas. La realidad, sin embargo, es que nuestro pecado ha desgarrado y herido profundamente el corazón de Dios y el corazón de nuestros hermanos, además de herirnos a nosotros mismos. Por el pecado entró la muerte en el mundo, que ya no es Jardín del Edén sino Paraíso en ruinas. Resistir al diablo es plantarle cara, combatirlo con firmeza y con valentía. Es dar la batalla hasta dar la vida. La Iglesia, tú y yo, el cuerpo de Cristo, no estamos para aguantar pacientemente los ataques del diablo, sino para confrontarlo y oponernos a él con firmeza porque el diablo es cruel y, si ve a alguien hundido y en actitud de rendición, se ceba con él. El diablo se ensaña con el débil y con el pusilánime. Mateo 11, 12: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.” El sustantivo violento en griego es “biastés”, que significa: hombre esforzado o violento. Implica fuerza, vehemencia y dedicación.
Con el diablo no debemos dialogar nunca. Es inmensamente más inteligente que nosotros y en ese diálogo siempre seremos vencidos por sus enredos y engaños. La estrategia con él es ser pequeños y caminar de la mano de nuestra Madre, con el rosario en la mano y la Eucaristía como alimento que nos permite masticar el Infinito. Así, haremos retroceder a nuestros enemigos hasta eliminarlos.
Otro descubrimiento que hemos hecho últimamente mi marido y yo ha sido el valor del sacramento del matrimonio cristiano, que Dios mismo ha avalado. Nosotros fallamos, a veces estrepitosamente, pero Él es fiel y cumple sus promesas por mil generaciones. El matrimonio es signo de cómo es Dios por dentro: misterio de comunión, diálogo, amor y familia. Signo de la alianza de Cristo con su esposa, la Iglesia, que recuerda a los dolorosos amores de Yahveh con el pueblo de Israel, el pueblo de dura cerviz que tanto hizo sufrir a Dios.
Hemos hablado tanto de la dimensión natural del matrimonio, que hemos terminado por olvidar su dimensión religiosa y sobrenatural, que es de una potencia extraordinaria. Debemos recuperarla con urgencia porque en estos tiempos la necesitamos. El signo del sacramento del matrimonio son los propios cónyuges y la mística de la carne. Al ser un signo vivo, Dios puede actuar en cualquier momento de la vida matrimonial. Igual que la Eucaristía, es un sacramento permanente: el don de Dios, la efusión del Espíritu, se actualiza y derrama sobre los esposos en cada acto de donación o acogida entre ellos.
Todos los sacramentos son perfectos; en cada uno de ellos el Don de Dios se realiza totalmente. Los sacramentos nos confieren la gracia de una forma tan sencilla que nos puede costar hacernos a la idea de que son algo sublime: Dios con nosotros. Lo más espiritual, en los sacramentos de la Eucaristía y el Matrimonio, no se nos da a través de una relación intelectual o una opción moral, sino a través de las acciones más primitivas del ser vivo. De nuevo, la mística de la carne frente a toda tentación espiritualista, dualista o puritana. “Si la Escritura dice que “hasta las piedras gritarán”, ¿le vamos a negar al cuerpo humano el uso de su lenguaje?” (Paul Claudel). También existe el riesgo de corromper lo mejor en lo peor y hacer del sacramento sacrilegio, como en la Eucaristía. La serpiente nos invita: “Sed como dioses por vosotros mismos”.
Fabrice Hadjhadj escribe en La profundidad de los sexos que "toda la Escritura es una declaración de amor y los sacramentos son el abrazo de los cuerpos". Pero la Gracia del sacramento no actúa de forma automática, hace falta nuestro sí. Como en las bodas de Caná, se nos pide llenar las tinajas: el hecho de que el primer milagro de Cristo se realizara en una fiesta de bodas no es casual. Quiere decir que es un lugar privilegiado para conocerle. El relato comienza con “A los tres días, había una boda…” (Jn 23,1). Este tercer día hace referencia al tercer día de la Creación cuando Dios puebla el mundo de criaturas que son fecundas, son creación dentro de la creación…
Por otro lado, ¿qué hace posible el milagro de las bodas de Caná? La presencia de Jesús y los dos elementos sin los que hubiera sido estéril: la petición y, de nuevo, la siempre infravalorada obediencia. Hoy en día tantos matrimonios se han quedado sin vino... En el mejor de los casos, luchan por su matrimonio y se afanan en llenar las tinajas con el agua de las terapias familiares y de pareja. No digo que no puedan ser de ayuda. Hay heridas y bloqueos en los que la psicología puede ser de gran ayuda. No caigamos en falsas dicotomías, pero tampoco perdamos de vista que solo Él puede convertir el agua insípida en vino exquisito y generoso. Solo “Él hace nuevas todas las cosas” y puede darnos un matrimonio nuevo y un corazón enamorado. Podremos aprender muchas técnicas de comunicación y escucha activa, que si no introducimos nuestro corazón en el Corazón de Cristo, fuente de todo amor, aprenderemos a comunicarnos con eficacia pero quizás sigamos comunicando desamor porque de la abundancia del corazón habla la boca. Y sólo Él puede convertir nuestro corazón de piedra en corazón de carne.
Hay mucho sufrimiento en las familias. Que ese dolor nos lleve a elevar una plegaria grata a los ojos de Dios: “Desde lo hondo a ti grito, Señor” (Sal 130 [129], 1); “un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias” (Sal 51 [50], 19).
Pongo mi matrimonio y mi familia dentro de tu corazón, a través de la herida de tu costado, Jesús mío. Pongo a todas las familias y matrimonios sufrientes de mi barrio, mi ciudad, mi país y del mundo entero en tu corazón. Que sientan tu inmenso Amor porque es mucho más fácil amar cuando te sientes profundamente amado por Otro. Tú nos precedes en todo. Sobre todo, en el Amor.
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