Martes, 03 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Una vida dedicada al amor cristiano


por Monseñor Francisco Pérez González

Opinión

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Con gran alegría, el pasado mes de julio de 2019, la Congregación para las Causas de los Santos promulgó el decreto relativo a las virtudes heroicas del Siervo de Dios monseñor Ángel Riesco Carbajo, obispo de Tudela y fundador del instituto secular de las Misioneras Apostólicas de la Caridad. Siendo un niño emigró a Argentina. Fue en este país en donde leyó la frase colocada en la fachada de su colegio, y que supo hacer realidad a lo largo de su vida: “Lo que más vale en este mundo es ser bueno”. La bondad no es un atributo de la pura voluntad sino del corazón enamorado de Dios y que hace posible que la voluntad se asocie a cumplir en todo momento el designio que el Amor de Dios propone. Dicho de otra manera: cumplir en toda obra y en todos los actos la voluntad de Dios.

Ángel Riesco Carbajo (1902-1972) fue obispo auxiliar de Oviedo (1958-1959) y obispo de Tudela (1959-1969), hasta que presentó su dimisión al Papa y se retiró a continuar su obra con los pobres y enfermos en La Bañeza (León, España).

Su carisma se fundamentó en las palabras de San Pablo: “Caritas Christi urget nos” (“El amor de Cristo nos apremia”), amor que se concretaba en el deseo y el esfuerzo por que todos los hombres encontraran el camino del amor que salva, conociendo la Verdad en Jesucristo y el Amor de Dios Padre. Un sacerdote decía de él: “La serenidad, la paz y el semblante apacible que invadía toda su persona y se irradiaba a través de su rostro reflejaban su talla gigante de un hombre insigne en todos los aspectos, aunque su humildad tratara de ocultarlo, de un apóstol, de un hombre de Dios, un obispo santo. Esa era la fama que le rodeó siempre, y no porque en él hubiera el más mínimo atisbo de ostentación. Nada afectado se traslucía en él. Le brotaba tan natural como el respirar. Me consta fue muy incomprendido y hasta orillado en sus años de episcopado, pero jamás perdió el temple ni salió de él estridencia alguna. Su mismo silencio en la contradicción y su paz se sumaron a los rasgos de un hombre que eligió los caminos del Espíritu y jamás cambió de dirección. Si murió en olor de multitudes sigue viviendo de nuevo en olor de santidad. Espejo y modelo a imitar por los seminaristas, sacerdotes y obispos de nuestra hora, del año 2000”.

Así nació en 1957 el Instituto Secular de las Misioneras Apostólicas de la Caridad “para dar pan, amor y cultura a quienes no lo tenían”. Precisamente este carisma especial basado en San Pablo le dio al Instituto una peculiaridad única en aquellos años: hacer posible la vida consagrada en el mundo también a personas enfermas, pobres de cultura y de medios económicos y quienes por causas similares no tenían cabida en ninguna institución de vida consagrada. Decía el fundador: “Con tal de que quieran ser santas”. Iluminó un nuevo camino que enriqueció a la Iglesia al abrir el cauce de la consagración secular a personas que, en aquella época, no tenían acceso a ninguna forma de vida consagrada. Fue elegido por el Señor para un carisma netamente evangélico: también las personas enfermas, quienes procedían de ambientes de pobreza cultural y económica podían colaborar con Cristo en la Redención del mundo. Fue una persona piadosa, de grandes virtudes. Era de admirar su celo apostólico especialmente en la catequesis, en los pobres y enfermos, en los movimientos apostólicos eucarísticos y marianos y en la promoción de la vida espiritual y de consagración a Dios.

Fue nombrado obispo auxiliar de Oviedo y, posteriormente, trasladado a Tudela, una pequeña diócesis dependiente del arzobispado de Pamplona, en donde permaneció diez años. Falleció en 1972 en La Bañeza, dedicando los últimos años de su vida a sus preferidos: los enfermos y los pobres a quienes consideró su prioridad. En su lápida, una frase que resume cómo vivió: “Pasó haciendo el bien”. La experiencia de un sacerdote tudelano expresa profundamente quién fue monseñor Ángel: “Cuando yo me enteré de que se preparaba el proceso de Don Ángel Riesco, me llevé una alegría tremenda, tremenda. Porque eso pienso que es justo. Aquí en Tudela demostró, en lo que pudo, que era un hombre de Dios, y yo creo que esto tiene que salir adelante. Dios tiene que empeñarse en que este hombre sea conocido, porque el que se humilla será ensalzado; esto es algo que siempre se cumple. Don Ángel Riesco se humilló y fue humillado hasta el extremo, por lo tanto tiene que ser ensalzado, lo tiene que poner Dios en el sitio que corresponde a un hombre de Dios ejemplar, cumplidor de su deber. Un hombre clarividente, abundante en ideas, trabajador, que hubiera hecho…, no sabemos. Dios lo quiso así, porque Dios se porta así con los santos”.

Felicito, desde estas líneas, al Instituto de las Misioneras Apostólicas de la Caridad y doy gracias a Dios por la vida ejemplar de monseñor Ángel Riesco. Os invito a hacer realidad lo que centró la vocación de este nuevo Siervo de Dios: “Que el Amor de Cristo reine en el mundo”. Creo que vuestra experiencia y testimonio es el mejor regalo que podéis ofrecer a Dios en agradecimiento a un hijo de la Iglesia que supo vivir y dar su vida con el gozo que produjo en su alma el evangelio del Amor y de la Misericordia.

Publicado en Iglesia Navarra.

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