Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Adopción prenatal


Me retracto públicamente de mi postura, y me manifiesto favorable a facilitar la adopción de los embriones sobrantes de las técnicas de fecundación in vitro, como la única oportunidad para que dichos embriones tengan una oportunidad de nacer

por Agustín Losada

Opinión

Hace unos días publiqué en estas páginas que me parecía que la solución menos indigna para los miles de embriones que aguardan destino, congelados en nitrógeno líquido, era la de dejarlos morir. Como recordarán mis lectores, como consecuencia de las técnicas de reproducción humana asistida se generan cerca de nueve embriones por ciclo, de los cuales se implantan tres a la mujer, para darle con ellos más opciones a que al menos uno de ellos pueda llegar a implantarse y continuar con su desarrollo. El resto, llamados despectivamente «embriones sobrantes», son congelados a 196 º C, a la espera de su posible utilidad, en el caso de que la mujer desee ampliar la descendencia pasados algunos años. Estos embriones sobrantes deberían estar registrados según la legislación española, para que se supiera cuántos son. Pero ningún ministro de Sanidad ha tenido hasta ahora el valor de obligar a los centros de reproducción asistida a realizar tal inventario, por lo que se desconoce su número. Sólo en España se estima que pueden ser cerca de 200.000. Y aumentando cada día.

Desde la evidencia científica de que lo que en esos tanques de criogenización se conserva son seres humanos, producidos de forma indigna en un laboratorio, y en estado vital suspendido, planteaba cuál podría ser una solución a tamaño problema. Partimos de la base de que el origen de todas esas criaturas ha sido intrínsecamente indigno para ellos. Eso es algo que ya nadie podrá remediar. Al igual que un hijo concebido como fruto de una violación, ninguno de ellos es culpable de cómo fue su origen. Pero el hijo ya está ahí. ¿Qué alternativa tenemos? Básicamente existen las siguientes:

1. Utilizarlos para investigación. Ya que son sobrantes, y puesto que en cualquier caso, si los padres ya no desean más hijos, van a morir, antes de desperdiciarlos y tirarlos, algunos piensan que podrían ser útiles para la ciencia, utilizándose para aprender acerca del maravilloso proceso de desarrollo embrionario. Lo cual, además, podría servir para curar enfermedades en el futuro. Ya se ve que esta postura no es éticamente aceptable, porque el ser humano no puede ser utilizado como medio para un fin, por muy bueno que este sea, dado que cada persona es un fin en sí mismo.

2. Mantenerlos indefinidamente congelados en nitrógeno líquido. Algunos de los embriones estarán muertos, aunque no lo sepamos, puesto que el proceso de criogenización acaba con la vida de un tercio de ellos. Otros terminarán muriendo de forma natural en algún momento, que jamás conoceremos. Pero el método indigno por el que fueron «fabricados» impide otra opción mejor para propiciarles una muerte digna. Aunque la continuación en el estado de suspensión representa una indignidad para su persona, no habría otro remedio que aceptarlo como un mal menor para que puedan tener una muerte digna. En mi opinión, esta solución no es viable técnicamente (supone un coste muy alto, por tiempo indefinido) e implica mantener perpetuamente, y sin perspectiva de solución, una situación de indignidad para los embriones así congelados.

3. Facilitar su adopción, como un auténtico «rescate» por mujeres que se ofrezcan voluntarias a prestar su cuerpo como receptáculo y oportunidad de nacimiento para los embriones. Esta opción también mantiene la indignidad  del proceso que los originó y añade la de la fecundación forzada, por una madre seleccionada. Sin embargo, en parte esta opción podría asemejarse a la de la adopción de niños ya nacidos.

4. Sacarlos del nitrógeno líquido y dejarlos morir. A falta de mejores alternativas, y dada la imposibilidad de remediar de ninguna otra manera el mal de origen, esta era la opción por la que yo me decantaba.

Ya se ve que todas las alternativas planteadas tienen sus problemas. Descartada la primera, porque no soluciona ningún problema y añade otra indignidad aún mayor a la corta vida de los embriones, he sostenido que en mi opinión, la situación de indignidad en que se encuentran los embriones congelados no favorece ninguna salida digna para ellos, más que la de su propia muerte, en las mejores condiciones posibles, dadas las circunstancias. Sin embargo, una amable lectora de mi blog (www.bioeticahoy.com.es) me ha hecho ver que mi postura no era coherente con la que se acepta para los enfermos. Como bien me ha hecho ver ella, ¿por qué propongo para los embriones que «se les deje morir» mientras a los enfermos se les realiza un trasplante para salvarlos? También la Dra. Mónica López Barahona ha llamado mi atención sobre el hecho de que la propuesta de descongelarlos para dejarlos morir en realidad buscaría solucionar el problema a través de procurar directamente la muerte de los embriones. Por tanto, no podría aceptarse como una muerte digan aquella que es directamente buscada como la única solución a un problema.

De manera que después de reflexionarlo más profundamente me retracto públicamente de mi postura y me manifiesto favorable a facilitar la adopción de dichos embriones, si fuera posible por sus propias madres, y si no, por mujeres voluntarias a ofrecer su útero, como la única oportunidad que tienen dichos embriones para nacer. Es evidente que no es la solución óptima, y que tiene sus pegas éticas. Pero es el mal menor, ante una situación de tremenda injusticia que causa el problema, y no puede ser resuelta sin causar otros males. Este parece ser el menor de todos. En paralelo, es menester exigir que se dejen de producir más embriones. Sí, sé que suena radical, pero deber impedirse la actividad de las clínicas de fecundación in vitro. De lo contrario jamás acabaremos con este problema.

También soy consciente de que la aplicación de esta solución es técnicamente compleja. Los embriones habrían de ser transferidos de tres en tres, puesto que es la única forma de garantizar que alguno de ellos llegue a implantarse. Como un 30% de ellos estarán ya muertos, habría que descongelar en cada ocasión 9 embriones para garantizar que al menos 3 de ellos estuvieran vivos. Y por tanto, sería necesario tener a tres mujeres dispuestas a rescatar a los embriones, ya que podría darse el caso de que todos los embriones que se descongelaran estuvieran vivos y necesitaran todos ellos inmediatamente el útero de una madre voluntaria. Pero sabiendo también que probablemente una o dos de las madres adoptantes voluntarias no llegaran a necesitarse finalmente en ese proceso concreto.

Como se ve, no es un tema fácil. Todo viene originado por una indignidad de base, la fecundación artificial de embriones humanos, motivada a su vez por un error de base: Considerar que son los padres quienes tienen derecho a tener hijos. Esto ocurre porque se confunden los términos al no considerar que son precisamente los hijos quienes tienen derecho a tener unos padres y a nacer fruto de una relación sexual, que los coloca en igualdad de condiciones con sus progenitores, y no en un plano de inferioridad respecto a ellos.

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