Dictadura del miedo y déficit de sociedad civil
por Carmen Castiella
Es evidente que estamos ante una nueva dictadura del pensamiento único. Ni soy negacionista, ni soy irresponsable ni soy conspiranoica. Me pongo la mascarilla y procuro guardar la distancia social, pero conservo por ahora la libertad de pensar y expresarme. Estamos viviendo una realidad de enorme complejidad, pero creo que el personal sanitario no es el único autorizado a reflexionar. Ésta es una crisis global, no solo sanitaria. Así que escribo para tratar de entender algo en medio del caos y la confusión, sin una opinión realmente formada. Hay demasiados aspectos que no controlo y demasiadas preguntas que tienen como respuesta otras preguntas.
Se ha instaurado en muy poco tiempo un pensamiento único que tacha de “negacionista” cualquier voz mínimamente crítica. Cualquier tímido intento de reflexionar más allá del discurso oficial es tachado de “irresponsable” por atentar contra la salud pública.
Cada censura y cada ridiculización como interlocutor “loco-conspiranoico-negacionaista-irresponsable”, se realiza bajo la bandera del bien común y la salud. Se ha subvertido totalmente el concepto de ataque y defensa. El agredido se convierte en agresor en el discurso de esta nueva mentalidad. Se restringe la libertad en nombre de la libertad misma, la tolerancia y la salud. En realidad, esta mentalidad lleva ya años campando a sus anchas en nuestra sociedad pusilánime y timorata.
En mi entorno familiar, la crisis del coronavirus ha golpeado con fuerza tanto en la salud como en lo económico. No entraré en detalles pero, como miles de familias, hemos sufrido y sufrimos en primera persona los efectos del virus. Hay familias a nuestro alrededor que han vivido situaciones terribles. La peor parte creo que ha sido la sufrida por aquellas que no han podido acompañar y despedir a sus mayores. Así que de negacionistas, nada de nada. ¿Cómo vamos a negar algo tan obvio y tan doloroso?
Es más, creo que el virus no se erradicará. Podrá quizás controlarse pero vivirá ya muchos años entre nosotros. Así que nos toca vivir con él y con sus rebrotes, sin dejar de vivir. “La vida no vivida es una enfermedad de la que también se puede morir” (Carl Jung en Psicología Analítica). Prudencia, sí, pero recuperar la vida, la humanidad, el pensamiento crítico y el sentido común, también.
A mí personalmente mucho más miedo que el virus me da la obediencia ciega de la sociedad civil, continuamente ejerciendo de policía de balcón y escandalizada con los presuntos incumplimientos de los demás. Legiones de twitteros indignados pidiendo a gritos la censura de cualquier tuit que se aleje tímidamente del discurso oficial.
Hubo algo profundamente inhumano en la prohibición de acompañar a los familiares en sus últimos momentos. Dejamos morir solos, asustados y sin acompañamiento espiritual y sacramentos a cientos de ancianos. La realidad es que muchísimas familias no tuvieron tiempo de reacción y tuvieron que comerse su indignación y su duelo en silencio.
También creo que solo se habla de salud física y muy poco de salud mental, cuando todos vemos a nuestro alrededor hasta qué punto el confinamiento y el miedo han pasado factura a nuestros mayores y no tan mayores. Los medios de comunicación nos han saturado con sus datos, pero no han difundido entre la población estrategias de afrontamiento para gestionar los estados de ansiedad, por ejemplo. El bombardeo continuo de datos no ha ayudado a las personas a autorregularse sino que les ha ido desquiciando y obsesionando. No solo la biología, la medicina y el periodismo tienen algo que decir en esta crisis.
Una sociedad presa del pánico pierde la capacidad de enjuiciar la situación y asume cualquier directriz que le imponga la autoridad, por muy inepta y autoritaria que sea. Acepta la "verdad" de sus dirigentes (cambiante a conveniencia) como justificante de todas sus decisiones. Estamos ante una sociedad que acepta, silenciosa y confiada en las autoridades sanitarias, medidas que no hacen sino reproducir errores pasados y que podrían llevarnos a nuevos confinamientos, vacuna obligatoria, geolocalización con la excusa del rastreo de contactos… Es ya evidente para todo el que quiera ver que en España se han adoptado las medidas más drásticas con los peores resultados. No podemos seguir como borregos por la senda de la incompetencia.
Aplaudo la voz ligeramente crítica de Fernando Savater en El País el domingo pasado en una entrevista titulada “La muerte es lo que da sabor a la vida”: “Este verano es tétrico. Hay algo siniestro en las precauciones, las mascarillas, esa vigilancia permanente. Somos huéspedes de una especie de campo de concentración benévolo.”
No puedo afirmar, porque no lo sé, que todas las teorías conspiranoicas sean falsas, aunque yo personalmente no suscribo ninguna. Pero también creo que, viendo lo que estamos viendo, conviene estar atentos porque hay algo extraño e inquietante en todo esto. Recomiendo vivamente leer un artículo de Jacques Attali, asesor de Mitterand, escrito hace once años, en el que describe cómo una pandemia permite imponer por motivos de salud cambios estructurales que después se reciclarán para convertirse en parte integrante de la “nueva normalidad”. Suena, desde luego, a ingeniería social. La primera frase del artículo dice “L´Histoire nous apprend que l´humanité n´evolue significativement que quand elle a vraiment peur”, es decir, “la historia nos enseña que la humanidad no evoluciona significativamente salvo cuando tiene verdadero miedo”.
El término “nueva normalidad” no puede ser más inquietante y apunta sin duda a una libertad vigilada y a un mayor intervencionismo del poder público, que va encogiendo cada vez más a la ya de por sí encogida sociedad civil española.
No me gustan los profetas de los últimos tiempos, pero intuyo que estamos ante un cambio de época. Lo intuyo pero puedo, evidentemente, estar equivocada. Solo Dios sabe qué está ocurriendo realmente. Nuestra seguridad es Cristo y no nuestros planteamientos, nuestras minúsculas opiniones y presuntos conocimientos, ideas y saberes. Sabemos muy poco, así que inseguros y confusos pero firmes en Cristo, que es Roca Firme y Señor de la Historia.
El martes 25 de agosto, cuando escribo este artículo, la lectura es la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses: “Acerca de la Venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con Él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis perturbar fácilmente ni os alarméis, sea por nuncios proféticos, o por palabras o cartas atribuidas a nosotros, que hacen creer que el Día del Señor ya ha llegado. Que nadie os engañe de ninguna manera”.
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