Nuestros esfuerzos y los giros inesperados de Dios
Nuestros esfuerzos, nuestras leyes y planificaciones son siempre necesarios, más aún, Dios cuenta con ellos y los utiliza para llevar a cabo su designio en la historia, pero se reserva la libertad absoluta de introducir quiebros que siempre nos descolocan.
por José Luis Restán
Al comienzo de su libro La infancia de Jesús, Benedicto XVI se detiene en una minuciosa consideración de las genealogías de Jesús con la que San Mateo abre su Evangelio. No es casualidad. Esta genealogía pretende documentar que Jesús está inserto en una historia de carne y sangre, una historia que tiende a su cumplimiento precisamente en Él. El cristianismo sucede en la historia: antes que pensamiento, doctrina o rito, es historia. Un hecho que sucede, que está ligado a hechos del pasado y que suscitará nuevos hechos en el futuro. Pero además, el evangelista pretende responder desde el primer momento a una pregunta que acompañará a los cristianos a través de la historia: este Jesús, ¿de dónde viene? En realidad ésta es otra forma de preguntarnos quién es en realidad, ya que su pretensión era y sigue siendo escandalosa para los sabios y poderosos de este mundo.
Benedicto XVI señala en seguida que en la lista de Mateo, antes de llegar a María, aparecen cuatro mujeres, digámoslo así, curiosas: Tamar, Rahab, Rut, y «la mujer de Urías». Y se pregunta por el criterio de esta elección. Algunos estudiosos han observado que la intención podría ser mostrar que Jesús toma sobre sí los pecados del mundo, al colocar en su genealogía mujeres pecadoras, pero Ratzinger advierte que esa condición no puede atribuirse a las cuatro. El denominador común es que ninguna de ellas era judía. Es curioso, sobre todo si pensamos que debía ser un interés fundamental mostrar a Jesús plenamente inserto en la historia de Israel. Al introducir a estas mujeres, el mundo de los gentiles entra en la genealogía de Jesús, y así se preanuncia que su misión no se ceñiría al mundo judío sino que alcanzaría a toda la tierra.
Pero la verdadera «sorpresa» es que la lista concluye con otra mujer, María, que relativiza la genealogía entera, porque supone un quiebro final: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo». Cualquier israelita versado en la Ley experimentaría un sobresalto ante este giro. Esta frase, dice Ratzinger, da un nuevo enfoque a toda la genealogía, «María es un nuevo comienzo… su hijo no proviene de ningún hombre sino que fue concebido por obra del Espíritu Santo».
Lo que me ha llamado la atención releyendo esta joya es que Ratzinger observa rápidamente que «no obstante, la genealogía sigue siendo importante», porque José es el padre legal de Jesús, y por eso pertenece, según la Ley, a la estirpe de David. El origen de Jesús se puede constatar, pero al mismo tiempo es un misterio porque Él proviene de otra parte, sólo Dios es su «Padre» en sentido propio. El Papa emérito vuelve a insistir en que «la genealogía de los hombres tiene su importancia para la historia en el mundo… y a pesar de ello, al final es en María, la humilde virgen de Nazaret, donde se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana».
Podríamos decir que nuestros esfuerzos, nuestras leyes y planificaciones son siempre necesarios, más aún, Dios cuenta con ellos y los utiliza para llevar a cabo su designio en la historia, pero se reserva la libertad absoluta de introducir quiebros que siempre nos descolocan. Adviento significa también que, mientras hacemos cuanto podemos, estemos siempre disponibles a ese golpe de fortuna, a su intervención completamente libre e inesperada. A fin de cuentas nuestra verdadera «genealogía» es la fe en Jesús.
Publicado en Alfa y Omega.
Benedicto XVI señala en seguida que en la lista de Mateo, antes de llegar a María, aparecen cuatro mujeres, digámoslo así, curiosas: Tamar, Rahab, Rut, y «la mujer de Urías». Y se pregunta por el criterio de esta elección. Algunos estudiosos han observado que la intención podría ser mostrar que Jesús toma sobre sí los pecados del mundo, al colocar en su genealogía mujeres pecadoras, pero Ratzinger advierte que esa condición no puede atribuirse a las cuatro. El denominador común es que ninguna de ellas era judía. Es curioso, sobre todo si pensamos que debía ser un interés fundamental mostrar a Jesús plenamente inserto en la historia de Israel. Al introducir a estas mujeres, el mundo de los gentiles entra en la genealogía de Jesús, y así se preanuncia que su misión no se ceñiría al mundo judío sino que alcanzaría a toda la tierra.
Pero la verdadera «sorpresa» es que la lista concluye con otra mujer, María, que relativiza la genealogía entera, porque supone un quiebro final: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo». Cualquier israelita versado en la Ley experimentaría un sobresalto ante este giro. Esta frase, dice Ratzinger, da un nuevo enfoque a toda la genealogía, «María es un nuevo comienzo… su hijo no proviene de ningún hombre sino que fue concebido por obra del Espíritu Santo».
Lo que me ha llamado la atención releyendo esta joya es que Ratzinger observa rápidamente que «no obstante, la genealogía sigue siendo importante», porque José es el padre legal de Jesús, y por eso pertenece, según la Ley, a la estirpe de David. El origen de Jesús se puede constatar, pero al mismo tiempo es un misterio porque Él proviene de otra parte, sólo Dios es su «Padre» en sentido propio. El Papa emérito vuelve a insistir en que «la genealogía de los hombres tiene su importancia para la historia en el mundo… y a pesar de ello, al final es en María, la humilde virgen de Nazaret, donde se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana».
Podríamos decir que nuestros esfuerzos, nuestras leyes y planificaciones son siempre necesarios, más aún, Dios cuenta con ellos y los utiliza para llevar a cabo su designio en la historia, pero se reserva la libertad absoluta de introducir quiebros que siempre nos descolocan. Adviento significa también que, mientras hacemos cuanto podemos, estemos siempre disponibles a ese golpe de fortuna, a su intervención completamente libre e inesperada. A fin de cuentas nuestra verdadera «genealogía» es la fe en Jesús.
Publicado en Alfa y Omega.
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