Descentrados
por José Luis Restán
La revista Jesuitas ha publicado unos apuntes del anterior padre general, Adolfo Nicolás, sobre la «distracción» (o el descentramiento) de muchos cristianos cordialmente implicados en la evangelización. Es evidente que estas sugerentes reflexiones nacieron de su conocimiento profundo de la Compañía, pero me parecen sumamente esclarecedoras de fenómenos que abundan en toda la Iglesia.
El padre Nicolás aclara que se refiere a personas llenas de buena intención, también por lo que respecta a la fe y a la misión, pero que pierden el centro, se convierten en «líderes de intereses muy limitados», ya sean sociales o culturales. Habla de religiosos (yo lo amplío a cualquier tipo de vocación) que tienden a ser débiles frente a las ideologías y que se vuelven ciegos a los matices de la realidad. Y lo ilustra con las legendarias divisiones «entre los del sector social y los de la educación, entre los que sirven a los pobres y los que forman a las élites».
La distracción más grave se produce cuando la mente y el corazón no se centran en la voluntad de Dios y en el camino real de la Iglesia sino en el propio yo, en las opiniones y sensaciones de cada uno. El padre Nicolás reconoce que «es más fácil llamarse profeta que discernir con los demás» y observa que «como religiosos nos hemos comprometido a encontrar la voluntad de Dios juntos, como un cuerpo, una comunidad de fe, misión y amor». Esta reflexión ilumina muchos conflictos del actual momento eclesial, también en el mundo de los sacerdotes y de los laicos.
Con gran delicadeza alude a la facilidad con la que se descalifican las opciones que no encajan con las propias teorías pastorales o teológicas y confronta esta actitud, habitual a izquierda y a derecha, con las reglas para sentir con la Iglesia de San Ignacio, que aconsejan no distraernos con nuestras opiniones y prejuicios, sino que «alabemos todo lo que ayuda a las personas en su devoción, su oración, su cercanía a Dios y a su Iglesia».
Este regalo póstumo del padre Nicolás concluye con una invitación a ir al centro. «Podemos estar llenos de fervor y de ideal, pero se desperdiciarán si no estamos arraigados en Dios y en la Iglesia». En su camino real en nuestra historia, me permito añadir.
Publicado en Alfa y Omega.