Para ser felices
por Javier Garisoain
Escuchad, jóvenes: la felicidad no está en tener lo que se quiere, sino en querer lo que se tiene. Lo que se tiene y lo que se es y, en general, lo que te ha tocado en suerte. El 99% de todo lo que somos o tenemos es don. Nos viene dado, a veces como regalo, a veces como lastre. Seamos agradecidos y sepamos aceptar la realidad de las cosas. Solo así seremos felices.
La autodeterminación, esa exageración fanática de la libertad, es mentira. Quienes te la predican lo hacen porque te quieren desarraigado y despojado de cualquier identidad. Unos te querrán sin propiedades, otros sin moral, otros sin raíces como un paria trashumante. Pero tu patria es la que es. Para bien y para mal. Tu sexo, tu carga genética, tu herencia material o cultural, tu familia... son lo que son. Podrás crecer, tendrás que mejorar, pero nunca lo lograrás partiendo de cero.
No estoy predicando el conformismo ovejuno, ni la flema británica, ni la inactividad taoísta. Mucho menos caigamos en la típica tesis hedonista que confunde la felicidad con la ausencia de problemas. Se puede ser feliz y sufrir al mismo tiempo: hablen con cualquiera que haya ganado un maratón. Así es la vida. Seréis felices cuando luchéis contra los problemas asumiendo la realidad. Y seréis muy felices cada vez que deis con alguna solución.
Me dice un buen amigo que podría concretar aún más el mensaje diciendo que "quien se acerca más a la felicidad es quien menos peca". Tiene toda la razón, y esto concuerda con lo que vengo diciendo porque, al fin y al cabo, ¿en qué consiste el pecado sino en dejar de amar lo que tenemos para desear lo que no tenemos? La Ley Divina se resume en dos mandamientos: "Amar a Dios sobre todas las cosas" y "amar al prójimo como a uno mismo". Dios, las cosas, el prójimo y uno mismo. Cuatro amores que van in crescendo de este modo: el amor a todas las cosas (a la realidad), el amor a uno mismo, el amor al prójimo y el amor a Dios. Sólo podemos pecar por tanto de cuatro maneras: cuando no aceptamos la realidad, cuando negamos nuestra identidad, cuando nos desligamos del prójimo y cuando rechazamos a Dios. Existen cuatro caminos que son un mismo camino: el amor a la verdad, la aceptación de lo que somos, la caridad con el otro y la alabanza a nuestro Creador. Ése es el camino de la felicidad.