Curia futura, proyecto antiguo
El documento es del año 1931. Su autor fue un cardenal holandés. Las reformas que se pretenden ya estaban todas allí. También las críticas eran las mismas de hoy, si no más duras todavía
por Sandro Magister
Una curia con "más representación y más colegialidad”. Una curia con "más diálogo en sentido bidireccional en una organización moderna y eficiente". Una curia con una plena "revaloración del oficio episcopal". Una curia con "sobre todo menos italianos".
Estos parecerían ser los puntos programáticos de esa reforma de la curia vaticana que el papa Francisco ha puesto en movimiento – también mediante la constitución de un grupo de ocho purpurados consejeros – para aplicar las indicaciones de los cardenales que lo han elegido, formuladas en las Congregaciones generales que precedieron al cónclave.
En realidad este programa no es la respuesta a las disfunciones curiales evidenciadas en forma dramática durante el pontificado de Benedicto XVI.
Es un programa más antiguo, mucho más antiguo. Directamente de treinta años anteriores al Concilio Vaticano II.
Para comprender mejor cómo los problemas y las críticas de la curia romana no nacieron con el papa Joseph Ratzinger basta recorrer las páginas de un volumen recientemente publicado, una miscelánea en honor del historiador jesuita Marcel Chappin por su 70° cumpleaños, a cargo de los profesores Paul van Geest, holandés, y Roberto Regoli, italiano.
De hecho, la obra en cuestión, editada por el Archivo Secreto Vaticano del cual Chappin ha sido vice-prefecto en los últimos años, alberga una curiosa e interesante contribución de Hans de Valk, quien analiza un documento anónimo, compilado en el año 1931 y titulado “De quibusdam rebus in ecclesiastico regimine emendandis”, es decir, “Sobre algunas cosas que hay que cambiar en el gobierno eclesiástico”.
Se trata de un texto de una veintena de páginas, que los estudiosos han encontrado en algunos archivos eclesiásticos (incluido el Archivo Secreto Vaticano) en versión latina y alemana, y que lleva la firma de "Paulus Bernardus a S. Catharina", un seudónimo detrás del cual se ocultaría – pero al respecto las pruebas no son definitivas – el holandés Willem Marinus van Rossum (18541932, en la foto), redentorista, creado cardenal por Pío X en el año 1911 y prefecto de "Propaganda Fide" con Benedicto XV y Pío XI.
"Las propuestas de reforma de la curia – escribe de Valk en su ensayo – son tan viejas como las siete colinas" de Roma. Y en efecto, antes de analizar el documento de 1931, él recuerda como ya al comienzo del siglo XX habían florecido programas de reforma de la curia. Y subraya como esas reformas provinieron de ambientes tanto progresistas como tradicionalistas.
El retrato de la jerarquía eclesiástica que surge del documento de 1931 es impiadoso. He aquí como lo sintetiza de Valk:
"La mayor parte de los obispos, en vez de ser de ese carácter fuerte tan necesario hoy, en vez de ser personalidades dinámicas y activas, aunque hombres píos y religiosos son efectivamente al mismo tiempo mediocres, e inclusive menos que mediocres. Algunos son apáticos, tímidos, indolentes o vanidosos; otros son conformistas, burócratas o introvertidos; muchos son administradores torpes e ignorantes. […] A veces todo el episcopado de un país parece una colección de lisiados".
De Valk reproduce en una nota el original en latín que es todavía más colorido:
"Aliquando autem totus episcopatus alicuius nationis ita est compositus, veluti si coecorum, claudorum et infirmorum omne genus esset refugium".
Y agrega que "el problema está agravado por la tendencia de la Santa Sede de nombrar sólo prelados obedientes y complacientes".
También impiadoso es el retrato que el documento ofrece del colegio cardenalicio. Así lo informa de Valk:
"En lo que se refiere a los cardenales - el senado de la Iglesia y los electores del Papa - la situación es todavía peor, particularmente en el caso de los que están trabajando en la curia romana. El sacro colegio contiene demasiadas no-entidades que han alcanzado su rango por no haber hecho jamás preguntas incómodas. El mérito de muchas eminencias no es su excelente experiencia pastoral o su cultura, sino haber trabajado en una oficina vaticana durante un lapso muy largo. Sin ningún conocimiento real del mundo o de la vida de la Iglesia universal, son no obstante promovidos automáticamente y colocados en puestos de mando muy superiores a su modestos talentos".
Particularmente feroz es la crítica al excesivo componente italiano de la curia. Informa de Valk:
"Casi la mitad de los cardenales y la gran mayoría de ellos son italianos, como si el Espíritu Santo tuviera preferencia por la nación italiana ("veluti si solos Italos Spiritus Sanctus dignos invenerit ut eos tamquam S. Pontificis et proximos consultores et electores illustraret"). Esto sólo agrava la cuestión, porque aunque los italianos pueden tener muchos talentos, ellos no son ciertamente conocidos por sus capacidades organizativas. Para la Iglesia universal, esto es al mismo tiempo un insulto y una injusticia. Los pocos excelentes prelados extranjeros presentes en la curia son un ejemplo de cuál podría ser la alternativa".
El documento del año 1931 no ahorra críticas ni siquiera a los pontífices, visto que "desde el siglo XIX el trono papal ha sido adornado con una serie de Papas mediocres, con la posible excepción de León XIII".
Pero frente a este cuadro, ¿cuáles son las propuestas de reforma delineadas por "Paulus Bernardus", en realidad (quizás) el cardenal van Rossum?
A continuación presentamos lo que informa de Valk, para los obispos:
"Son necesarios cambios radicales en el sistema de reclutamiento o elección [de los obispos y de los cardenales]. El nombramiento de los obispos no debería ser dejado exclusivamente a la Santa Sede, donde generalmente los candidatos son pocos conocidos, mientras las informaciones recogidas son con frecuencia tendenciosas o poco fiables".
Y para los cardenales:
"Para enfatizar el carácter universal de la Iglesia, el sacro colegio debería ser internacionalizado y el número de los italianos debería ser drásticamente reducido. Debería promoverse el carácter internacional de la curia romana, los llamados cargos cardenalicios deberían ser abolidos. Solamente los verdaderos príncipes de la Iglesia, conocidos por sus eminentes cualidades, deberían ser elevados a la púrpura; hombres educados, píos y entusiastas que conozcan el mundo, sean expertos, bien informados y, en consecuencia, capaces de actuar como verdaderos consejeros del Papa".
En cuanto al gobierno de la Iglesia universal, el anónimo redactor del documento lamenta que "el Papa, el secretario de Estado o su sustituto deciden en definitiva todo, con lo cual están sometidos a una carga de trabajo humanamente imposible de cumplir. Combinado con cuestiones cada vez mayores que deben afrontar y la exagerada tendencia al secreto, esto sólo puede llevar también a un retraso en la resolución de los asuntos más urgentes".
Entre los remedios, el documento de 1931 espera que "se pueda dar entonces más espacio al antiguo sistema de gobierno colegial".
Además, la curia debería ser enriquecida con “expertos seleccionados internacionalmente, que puedan actuar o reaccionar velozmente; se deberían abrir nuevos canales de comunicación, para prevenir que puedan llegar a la Santa Sede solamente informaciones parciales y tendenciosas. De este modo, el estado de los asuntos de la Iglesia universal puede ser controlado más de cerca y podrá ser más fácil comunicar con los obispos, guiándolos y amonestándolos si fuese necesario".
Se trata de propuestas de reforma que son de hace ochenta años y que se vuelven a presentar ahora. El Concilio Vaticano II ha llevado a cabo precisamente algunas.
De suyo, de Valk escribe que en 1967 Pablo VI y en 1988 Juan Pablo II, con sus reestructuraciones de la curia romana "han realizado muchas de estas reformas" auspiciadas en el documento de 1931.
Muchas pero no todas. ¿Será el papa Francisco quien realice las que faltan?
Estos parecerían ser los puntos programáticos de esa reforma de la curia vaticana que el papa Francisco ha puesto en movimiento – también mediante la constitución de un grupo de ocho purpurados consejeros – para aplicar las indicaciones de los cardenales que lo han elegido, formuladas en las Congregaciones generales que precedieron al cónclave.
En realidad este programa no es la respuesta a las disfunciones curiales evidenciadas en forma dramática durante el pontificado de Benedicto XVI.
Es un programa más antiguo, mucho más antiguo. Directamente de treinta años anteriores al Concilio Vaticano II.
Para comprender mejor cómo los problemas y las críticas de la curia romana no nacieron con el papa Joseph Ratzinger basta recorrer las páginas de un volumen recientemente publicado, una miscelánea en honor del historiador jesuita Marcel Chappin por su 70° cumpleaños, a cargo de los profesores Paul van Geest, holandés, y Roberto Regoli, italiano.
De hecho, la obra en cuestión, editada por el Archivo Secreto Vaticano del cual Chappin ha sido vice-prefecto en los últimos años, alberga una curiosa e interesante contribución de Hans de Valk, quien analiza un documento anónimo, compilado en el año 1931 y titulado “De quibusdam rebus in ecclesiastico regimine emendandis”, es decir, “Sobre algunas cosas que hay que cambiar en el gobierno eclesiástico”.
Se trata de un texto de una veintena de páginas, que los estudiosos han encontrado en algunos archivos eclesiásticos (incluido el Archivo Secreto Vaticano) en versión latina y alemana, y que lleva la firma de "Paulus Bernardus a S. Catharina", un seudónimo detrás del cual se ocultaría – pero al respecto las pruebas no son definitivas – el holandés Willem Marinus van Rossum (18541932, en la foto), redentorista, creado cardenal por Pío X en el año 1911 y prefecto de "Propaganda Fide" con Benedicto XV y Pío XI.
"Las propuestas de reforma de la curia – escribe de Valk en su ensayo – son tan viejas como las siete colinas" de Roma. Y en efecto, antes de analizar el documento de 1931, él recuerda como ya al comienzo del siglo XX habían florecido programas de reforma de la curia. Y subraya como esas reformas provinieron de ambientes tanto progresistas como tradicionalistas.
El retrato de la jerarquía eclesiástica que surge del documento de 1931 es impiadoso. He aquí como lo sintetiza de Valk:
"La mayor parte de los obispos, en vez de ser de ese carácter fuerte tan necesario hoy, en vez de ser personalidades dinámicas y activas, aunque hombres píos y religiosos son efectivamente al mismo tiempo mediocres, e inclusive menos que mediocres. Algunos son apáticos, tímidos, indolentes o vanidosos; otros son conformistas, burócratas o introvertidos; muchos son administradores torpes e ignorantes. […] A veces todo el episcopado de un país parece una colección de lisiados".
De Valk reproduce en una nota el original en latín que es todavía más colorido:
"Aliquando autem totus episcopatus alicuius nationis ita est compositus, veluti si coecorum, claudorum et infirmorum omne genus esset refugium".
Y agrega que "el problema está agravado por la tendencia de la Santa Sede de nombrar sólo prelados obedientes y complacientes".
También impiadoso es el retrato que el documento ofrece del colegio cardenalicio. Así lo informa de Valk:
"En lo que se refiere a los cardenales - el senado de la Iglesia y los electores del Papa - la situación es todavía peor, particularmente en el caso de los que están trabajando en la curia romana. El sacro colegio contiene demasiadas no-entidades que han alcanzado su rango por no haber hecho jamás preguntas incómodas. El mérito de muchas eminencias no es su excelente experiencia pastoral o su cultura, sino haber trabajado en una oficina vaticana durante un lapso muy largo. Sin ningún conocimiento real del mundo o de la vida de la Iglesia universal, son no obstante promovidos automáticamente y colocados en puestos de mando muy superiores a su modestos talentos".
Particularmente feroz es la crítica al excesivo componente italiano de la curia. Informa de Valk:
"Casi la mitad de los cardenales y la gran mayoría de ellos son italianos, como si el Espíritu Santo tuviera preferencia por la nación italiana ("veluti si solos Italos Spiritus Sanctus dignos invenerit ut eos tamquam S. Pontificis et proximos consultores et electores illustraret"). Esto sólo agrava la cuestión, porque aunque los italianos pueden tener muchos talentos, ellos no son ciertamente conocidos por sus capacidades organizativas. Para la Iglesia universal, esto es al mismo tiempo un insulto y una injusticia. Los pocos excelentes prelados extranjeros presentes en la curia son un ejemplo de cuál podría ser la alternativa".
El documento del año 1931 no ahorra críticas ni siquiera a los pontífices, visto que "desde el siglo XIX el trono papal ha sido adornado con una serie de Papas mediocres, con la posible excepción de León XIII".
Pero frente a este cuadro, ¿cuáles son las propuestas de reforma delineadas por "Paulus Bernardus", en realidad (quizás) el cardenal van Rossum?
A continuación presentamos lo que informa de Valk, para los obispos:
"Son necesarios cambios radicales en el sistema de reclutamiento o elección [de los obispos y de los cardenales]. El nombramiento de los obispos no debería ser dejado exclusivamente a la Santa Sede, donde generalmente los candidatos son pocos conocidos, mientras las informaciones recogidas son con frecuencia tendenciosas o poco fiables".
Y para los cardenales:
"Para enfatizar el carácter universal de la Iglesia, el sacro colegio debería ser internacionalizado y el número de los italianos debería ser drásticamente reducido. Debería promoverse el carácter internacional de la curia romana, los llamados cargos cardenalicios deberían ser abolidos. Solamente los verdaderos príncipes de la Iglesia, conocidos por sus eminentes cualidades, deberían ser elevados a la púrpura; hombres educados, píos y entusiastas que conozcan el mundo, sean expertos, bien informados y, en consecuencia, capaces de actuar como verdaderos consejeros del Papa".
En cuanto al gobierno de la Iglesia universal, el anónimo redactor del documento lamenta que "el Papa, el secretario de Estado o su sustituto deciden en definitiva todo, con lo cual están sometidos a una carga de trabajo humanamente imposible de cumplir. Combinado con cuestiones cada vez mayores que deben afrontar y la exagerada tendencia al secreto, esto sólo puede llevar también a un retraso en la resolución de los asuntos más urgentes".
Entre los remedios, el documento de 1931 espera que "se pueda dar entonces más espacio al antiguo sistema de gobierno colegial".
Además, la curia debería ser enriquecida con “expertos seleccionados internacionalmente, que puedan actuar o reaccionar velozmente; se deberían abrir nuevos canales de comunicación, para prevenir que puedan llegar a la Santa Sede solamente informaciones parciales y tendenciosas. De este modo, el estado de los asuntos de la Iglesia universal puede ser controlado más de cerca y podrá ser más fácil comunicar con los obispos, guiándolos y amonestándolos si fuese necesario".
Se trata de propuestas de reforma que son de hace ochenta años y que se vuelven a presentar ahora. El Concilio Vaticano II ha llevado a cabo precisamente algunas.
De suyo, de Valk escribe que en 1967 Pablo VI y en 1988 Juan Pablo II, con sus reestructuraciones de la curia romana "han realizado muchas de estas reformas" auspiciadas en el documento de 1931.
Muchas pero no todas. ¿Será el papa Francisco quien realice las que faltan?
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