La reforma de la curia ya ha empezado
Se comprende por los primeros actos realizados por el Papa Francisco, todos ellos de ruptura, incluida su decisión de no alojarse en el apartamento pontificio
por Sandro Magister
Además de la inédita elección del nombre Francisco, el Papa Jorge Mario Bergoglio está imprimiendo al gobierno central de la Iglesia, desde el primer momento, innovaciones que en la curia miran con ansiedad, por no decir con terror.
La elección de no vivir en el apartamento pontificio del tercer piso del Palacio Apostólico y de seguir residiendo en la Domus Sanctae Marthae, que lo había hospedado como cardenal durante el cónclave, es de por sí un acto de ruptura.
En la práctica, esta elección permite al nuevo Papa sustraerse físicamente a la presión burocrática que, si se hubiera trasladado allí arriba, correría el riesgo de desbaratar su vida y ahogar su efectiva capacidad de gobierno.
Sería interesante saber si y cuánto se han reducido ya en volumen y peso las valijas de documentos que cada día la secretaría de Estado suele llevar al escritorio del Papa, a fin de presentarle textos para estudiar, aprobar, autentificar, etc.
No sería extraño pensar que el estilo sobrio y austero del primer pontífice jesuita de la historia obligue a los despachos de la secretaría a reducir al mínimo los dossiers que hay que someter a su consideración.
El estilo innovador del Papa Francisco suscita, además, algunas preguntas sobre cómo podrá explicarse este estilo en algunos sectores específicos del gobierno de la Iglesia universal.
Pues aunque Bergoglio ame definirse obispo de Roma, a todos los efectos actúa y se mueve como Papa.
Esto se ha comprobado en la rapidez con la que ha elegido a su sucesor en Buenos Aires, actuando, efectivamente, como pastor de la Iglesia universal.
Desde luego, el nombramiento no ha pasado la criba de la congregación para los obispos; y no parece tampoco haber llegado tras una amplia consulta ni entre los obispos de la relativa provincia eclesiástica, ni entre el clero y el pueblo cristiano de Buenos Aires.
Después de este precedente, será interesante verificar cuál será la praxis del nuevo Papa en lo que concierne a los nombramientos episcopales en el mundo y a la creación de nuevos cardenales.
¿Seguirá sintiéndose vinculado al techo de los 120 cardenales electores establecido hace cincuenta años? ¿Concederá más púrpuras a las Iglesias locales en detrimento de la curia? ¿Continuará premiando a las sedes tradicionalmente cardenalicias o apostará más sobre las personas que sobre las diócesis? ¿Seguirá teniendo Italia nueve diócesis cardenalicias y un peso preponderante en el sacro colegio?
Respecto a Italia, será interesante ver si y cómo el Papa Francisco, que tiene también el título de primado de Italia, seguirá reservando para sí el poder de nombrar al presidente y al secretario de la conferencia episcopal.
El episcopado italiano, de hecho, es el único en el mundo en el que ambos cargos no son electivos, sino de nombramiento pontificio.
Respecto a esto, es sabido que en 1983 Juan Pablo II pidió a los obispos italianos si querían elegir ellos mismos el presidente y el secretario y, efectivamente, la mayoría votó a favor de esta posibilidad, pero luego no se hizo nada en mérito.
Quién sabe si ahora, en nombre de la colegialidad, la cuestión será desenterrada y de qué manera: con plena libertad de elección acordada a los obispos, o bien atribuyendo a los obispos la indicación de una terna de nombre entre los cuales el Papa decidirá.
Otro de los cambios podría concernir a la congregación para la doctrina de la fe.
Con Joseph Ratzinger, primero cardenal y luego Papa, la congregación ha tenido un papel de gran importancia en el gobierno de la Iglesia universal:
- en la elaboración de documentos dedicados a los llamados temas no negociables, como las instrucciones "Donum vitae" de 1987 y "Dignitas personae" de 2008, o las notas doctrinales sobre los católicos en la vida política de 2002 y sobre la legalización de las uniones homosexuales de 2003;
- con censuras adoptadas respecto a una veintena de obras teológicas, algunas de las cuales escritas por jesuitas, a saber: por Anthony de Mello en 1998, Jacques Dupuis en 2001, Roger Haight en 2004 y Jon Sobrino en 2006;
- con una penetrante acción judicial respecto a los llamados “delicta graviora” entre los cuales la pedofilia, con las severas normas aprobadas en 2001 y actualizadas en 2010.
Ahora, con el Papa Francisco, ¿qué pasará?
Con un inusual comunicado difundido el 5 de abril, después de la primera audiencia programada del Papa Francisco con el prefecto, el arzobispo Gerhard Ludwig Müller, la congregación para la doctrina de la fe ha querido poner de relieve que en la lucha contra los abusos sexuales cometidos por clérigos sobre menores se mantendrán firmes las líneas intransigentes de Joseph Ratzinger.
Pero más allá del comunicado - emitido probablemente para disipar cualquier posible recelo de discontinuidad en la materia respecto al pontificado precedente - ahora, concretamente, con el Papa Francisco, ¿qué pasará?
La congregación, ¿persistirá y seguirá trabajando a pleno ritmo como tribunal eclesiástico centralizado para los "delicta graviora", o delegará de nuevo esta tarea en los obispos locales?
¿Seguirá interviniendo sobre cuestiones "no negociables" de la vida y de la familia, o se considerará satisfecha con los documentos ya publicados en el pasado?
¿Seguirá censurando los errores de los teólogos y teólogas, o se limitará a un papel exhortatorio?
Más aún, ¿seguirá la congregación controlando de manera preventiva los textos del Papa Francisco como hacía con los Papas precedentes?
En pocas palabras, ¿asistiremos, como dan a entender algunas señales, a una reorganización significativa de la congregación para la doctrina de la fe?
Durante el pontificado de Benedicto XVI se han emprendido, en campo litúrgico, iniciativas que han suscitado fuertes resistencias, como el caso del motu proprio "Summorum Pontificum", que ha dado nuevamente plena dignidad en la Iglesia latina a los libros litúrgicos pre-conciliares. O como la firmeza en exigir traducciones más fieles al original latino en los misales en lengua vernácula, con una especial atención a la traducción del “pro multis” en las palabras de la consagración. ¿Qué pasará ahora?
Y con el Papa Francisco, primer Papa proveniente de una orden religiosa desde mediados del siglo XIX, ¿cómo acabará la visita apostólica a las religiosas de los Estados Unidos, promovida en los últimos años por la congregación vaticana para los religiosos?
En especial, ¿cuál será la "misión" del nuevo secretario de la congregación, el franciscano español José Rodríguez Carballo, nombrado el 6 de abril?
El nombramiento de Rodríguez Carballo ha sido el primero de la curia que ha hecho el Papa Francisco, que con él ha llenado el vacío dejado por el redentorista americano Joseph William Tobin, enviado de nuevo el pasado octubre a los Estados Unidos como arzobispo de Indianápolis por Benedicto XVI, que sin embargo lo había llamado para el cargo, después de que se hubiera mostrado demasiado blando respecto a las religiosas connacionales.
La elección de Rodríguez Carballo parece que no se debe tanto al hecho de ser ministro general de los frailes menores cuanto el hecho de haber sido elegido el año pasado presidente de la Unión de los superiores generales, la máxima expresión colegial del amplio y variado mundo de los religiosos.
Nombrándole a él, el Papa Francisco no ha continuado la fase instructora preparada en los últimos meses del pontificado de Benedicto XVI, en la cual estaba en "pole position" para el cargo de secretario de la congregación de los religiosos la figura de un dominico de origen estadounidense.
Y ahora, cambiando de tema, ¿qué pasará con los coloquios con la Fraternidad San Pio X de los seguidores de monseñor Lefebvre? Hasta ahora, el Papa Francisco ha citado el Concilio Vaticano II sólo de forma esporádica: en su primer mensaje a la comunidad hebrea de Roma y en el discurso a las delegaciones de las Iglesias y comunidades cristianas que han asistido a su misa de inicio de pontificado. Él no participó en el Concilio y fue ordenado sacerdote después del mismo. No parece particularmente preocupado por su hermenéutica, a la cual en cambio Benedicto XVI se entregó mucho. En su diócesis de Buenos Aires se ha mostrado más bien tolerante respecto a los sacerdotes tradicionalistas. ¿Qué pasará ahora?
Estas son algunas de las preguntas que han suscitado el estilo de gobierno introducido por el Papa Francisco al inicio de su pontificado.
Otras se refieren a los esperados nombramientos y reformas curiales. ¿Cuándo tomarán cuerpo? ¿Antes o después del verano? ¿Se reducirá por fin la desmesurada producción de documentos papales y curiales? ¿De qué modo se restructurarán los entes con competencias financieras, empezando por el tristemente célebre banco vaticano, el Instituto para las Obras de Religión? ¿Se reducirá el número de las beatificaciones y canonizaciones? ¿Se desbloqueará la causa sobre el martirio de Oscar Arnulfo Romero, bloqueada hace tiempo por la congregación para la doctrina de la fe, guiada entonces por Ratzinger?
Las respuestas llegarán con el tiempo, y no faltarán las sorpresas. Es una apuesta.
La elección de no vivir en el apartamento pontificio del tercer piso del Palacio Apostólico y de seguir residiendo en la Domus Sanctae Marthae, que lo había hospedado como cardenal durante el cónclave, es de por sí un acto de ruptura.
En la práctica, esta elección permite al nuevo Papa sustraerse físicamente a la presión burocrática que, si se hubiera trasladado allí arriba, correría el riesgo de desbaratar su vida y ahogar su efectiva capacidad de gobierno.
Sería interesante saber si y cuánto se han reducido ya en volumen y peso las valijas de documentos que cada día la secretaría de Estado suele llevar al escritorio del Papa, a fin de presentarle textos para estudiar, aprobar, autentificar, etc.
No sería extraño pensar que el estilo sobrio y austero del primer pontífice jesuita de la historia obligue a los despachos de la secretaría a reducir al mínimo los dossiers que hay que someter a su consideración.
El estilo innovador del Papa Francisco suscita, además, algunas preguntas sobre cómo podrá explicarse este estilo en algunos sectores específicos del gobierno de la Iglesia universal.
Pues aunque Bergoglio ame definirse obispo de Roma, a todos los efectos actúa y se mueve como Papa.
Esto se ha comprobado en la rapidez con la que ha elegido a su sucesor en Buenos Aires, actuando, efectivamente, como pastor de la Iglesia universal.
Desde luego, el nombramiento no ha pasado la criba de la congregación para los obispos; y no parece tampoco haber llegado tras una amplia consulta ni entre los obispos de la relativa provincia eclesiástica, ni entre el clero y el pueblo cristiano de Buenos Aires.
Después de este precedente, será interesante verificar cuál será la praxis del nuevo Papa en lo que concierne a los nombramientos episcopales en el mundo y a la creación de nuevos cardenales.
¿Seguirá sintiéndose vinculado al techo de los 120 cardenales electores establecido hace cincuenta años? ¿Concederá más púrpuras a las Iglesias locales en detrimento de la curia? ¿Continuará premiando a las sedes tradicionalmente cardenalicias o apostará más sobre las personas que sobre las diócesis? ¿Seguirá teniendo Italia nueve diócesis cardenalicias y un peso preponderante en el sacro colegio?
Respecto a Italia, será interesante ver si y cómo el Papa Francisco, que tiene también el título de primado de Italia, seguirá reservando para sí el poder de nombrar al presidente y al secretario de la conferencia episcopal.
El episcopado italiano, de hecho, es el único en el mundo en el que ambos cargos no son electivos, sino de nombramiento pontificio.
Respecto a esto, es sabido que en 1983 Juan Pablo II pidió a los obispos italianos si querían elegir ellos mismos el presidente y el secretario y, efectivamente, la mayoría votó a favor de esta posibilidad, pero luego no se hizo nada en mérito.
Quién sabe si ahora, en nombre de la colegialidad, la cuestión será desenterrada y de qué manera: con plena libertad de elección acordada a los obispos, o bien atribuyendo a los obispos la indicación de una terna de nombre entre los cuales el Papa decidirá.
Otro de los cambios podría concernir a la congregación para la doctrina de la fe.
Con Joseph Ratzinger, primero cardenal y luego Papa, la congregación ha tenido un papel de gran importancia en el gobierno de la Iglesia universal:
- en la elaboración de documentos dedicados a los llamados temas no negociables, como las instrucciones "Donum vitae" de 1987 y "Dignitas personae" de 2008, o las notas doctrinales sobre los católicos en la vida política de 2002 y sobre la legalización de las uniones homosexuales de 2003;
- con censuras adoptadas respecto a una veintena de obras teológicas, algunas de las cuales escritas por jesuitas, a saber: por Anthony de Mello en 1998, Jacques Dupuis en 2001, Roger Haight en 2004 y Jon Sobrino en 2006;
- con una penetrante acción judicial respecto a los llamados “delicta graviora” entre los cuales la pedofilia, con las severas normas aprobadas en 2001 y actualizadas en 2010.
Ahora, con el Papa Francisco, ¿qué pasará?
Con un inusual comunicado difundido el 5 de abril, después de la primera audiencia programada del Papa Francisco con el prefecto, el arzobispo Gerhard Ludwig Müller, la congregación para la doctrina de la fe ha querido poner de relieve que en la lucha contra los abusos sexuales cometidos por clérigos sobre menores se mantendrán firmes las líneas intransigentes de Joseph Ratzinger.
Pero más allá del comunicado - emitido probablemente para disipar cualquier posible recelo de discontinuidad en la materia respecto al pontificado precedente - ahora, concretamente, con el Papa Francisco, ¿qué pasará?
La congregación, ¿persistirá y seguirá trabajando a pleno ritmo como tribunal eclesiástico centralizado para los "delicta graviora", o delegará de nuevo esta tarea en los obispos locales?
¿Seguirá interviniendo sobre cuestiones "no negociables" de la vida y de la familia, o se considerará satisfecha con los documentos ya publicados en el pasado?
¿Seguirá censurando los errores de los teólogos y teólogas, o se limitará a un papel exhortatorio?
Más aún, ¿seguirá la congregación controlando de manera preventiva los textos del Papa Francisco como hacía con los Papas precedentes?
En pocas palabras, ¿asistiremos, como dan a entender algunas señales, a una reorganización significativa de la congregación para la doctrina de la fe?
Durante el pontificado de Benedicto XVI se han emprendido, en campo litúrgico, iniciativas que han suscitado fuertes resistencias, como el caso del motu proprio "Summorum Pontificum", que ha dado nuevamente plena dignidad en la Iglesia latina a los libros litúrgicos pre-conciliares. O como la firmeza en exigir traducciones más fieles al original latino en los misales en lengua vernácula, con una especial atención a la traducción del “pro multis” en las palabras de la consagración. ¿Qué pasará ahora?
Y con el Papa Francisco, primer Papa proveniente de una orden religiosa desde mediados del siglo XIX, ¿cómo acabará la visita apostólica a las religiosas de los Estados Unidos, promovida en los últimos años por la congregación vaticana para los religiosos?
En especial, ¿cuál será la "misión" del nuevo secretario de la congregación, el franciscano español José Rodríguez Carballo, nombrado el 6 de abril?
El nombramiento de Rodríguez Carballo ha sido el primero de la curia que ha hecho el Papa Francisco, que con él ha llenado el vacío dejado por el redentorista americano Joseph William Tobin, enviado de nuevo el pasado octubre a los Estados Unidos como arzobispo de Indianápolis por Benedicto XVI, que sin embargo lo había llamado para el cargo, después de que se hubiera mostrado demasiado blando respecto a las religiosas connacionales.
La elección de Rodríguez Carballo parece que no se debe tanto al hecho de ser ministro general de los frailes menores cuanto el hecho de haber sido elegido el año pasado presidente de la Unión de los superiores generales, la máxima expresión colegial del amplio y variado mundo de los religiosos.
Nombrándole a él, el Papa Francisco no ha continuado la fase instructora preparada en los últimos meses del pontificado de Benedicto XVI, en la cual estaba en "pole position" para el cargo de secretario de la congregación de los religiosos la figura de un dominico de origen estadounidense.
Y ahora, cambiando de tema, ¿qué pasará con los coloquios con la Fraternidad San Pio X de los seguidores de monseñor Lefebvre? Hasta ahora, el Papa Francisco ha citado el Concilio Vaticano II sólo de forma esporádica: en su primer mensaje a la comunidad hebrea de Roma y en el discurso a las delegaciones de las Iglesias y comunidades cristianas que han asistido a su misa de inicio de pontificado. Él no participó en el Concilio y fue ordenado sacerdote después del mismo. No parece particularmente preocupado por su hermenéutica, a la cual en cambio Benedicto XVI se entregó mucho. En su diócesis de Buenos Aires se ha mostrado más bien tolerante respecto a los sacerdotes tradicionalistas. ¿Qué pasará ahora?
Estas son algunas de las preguntas que han suscitado el estilo de gobierno introducido por el Papa Francisco al inicio de su pontificado.
Otras se refieren a los esperados nombramientos y reformas curiales. ¿Cuándo tomarán cuerpo? ¿Antes o después del verano? ¿Se reducirá por fin la desmesurada producción de documentos papales y curiales? ¿De qué modo se restructurarán los entes con competencias financieras, empezando por el tristemente célebre banco vaticano, el Instituto para las Obras de Religión? ¿Se reducirá el número de las beatificaciones y canonizaciones? ¿Se desbloqueará la causa sobre el martirio de Oscar Arnulfo Romero, bloqueada hace tiempo por la congregación para la doctrina de la fe, guiada entonces por Ratzinger?
Las respuestas llegarán con el tiempo, y no faltarán las sorpresas. Es una apuesta.
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