Cómo defenderse de las falsificaciones teológicas
Una de éstas, ha dicho Benedicto XVI, es la utilización de la opinión pública contra el magisterio de la Iglesia. Otra es el prejuicio según el cual la fe en Dios genera violencia
por Sandro Magister
La semana pasada, en su sesión plenaria anual, la comisión teológica internacional ha realizado un gesto fuera de lo común.
El 6 de diciembre, los treinta teólogos que la componen, junto a su presidente Gerhard L. Müller, cardenal prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, fueron en peregrinación a la basílica papal de Santa María la Mayor.
La comisión había anunciado y explicado el sentido de este gesto en un mensaje precedente difundido a mediados de octubre:
"Encomendar su propio trabajo, y el de todos los teólogos católicos, a la Virgen fiel, proclamada ´bienaventurada por haber creído´ (Lc 1, 45), modelo de los creyentes y pilar de la verdadera fe".
Pero también el tema central del mensaje – "la teología sólo existe en relación con el don de la fe" – era poco común.
Poco común porque la moda hodierna – externa a la Iglesia, pero presente también en su interior – atribuye a la teología y a la posición del teólogo un significado desvinculado de la fe, sólo de conocimiento “científico” de la religión.
Esta moda no reconoce el estatus académico de la teología y tiende a expulsarla de las universidades, sustituyéndola por disciplinas de ciencias religiosas. Una moda contra la cual Benedicto XVI lucha incansablemente, desde la memorable lección que impartió el 12 de septiembre de 2005 en la universidad de Ratisbona.
Efectivamente, el 7 de diciembre, fiesta de San Ambrosio, al recibir a los teólogos de la comisión (en la foto), el Papa Joseph Ratzinger aprovechó la ocasión para insistir sobre lo que él considera el "código genético de la teología católica, es decir, los principios que definen su misma identidad".
La comisión teológica internacional ha dedicado a esta misma cuestión capital su último documento, titulado: "Teología hoy: Perspectiva, principios y criterios".
Pero más que sobre este tema general – por él ya desarrollado en otras ocasiones – Benedicto XVI ha querido detenerse sobre dos objetos concretos de debate, ambos examinados por la comisión teológica durante la sesión plenaria.
El primero es el "sensus fidelium", es decir, el universal consenso actual del pueblo cristiano sobre temas de fe y costumbres.
Sobre dicho consenso – ha denunciado el Papa – hay muchas "falsificaciones", sobre todo cuando se le identifica con una presunta "opinión pública eclesial" utilizada "para impugnar las enseñanzas del magisterio".
El segundo "prejuicio" que Benedicto XVI denuncia es aquel según el cual las religiones monoteístas "serían, intrínsecamente, portadoras de violencia" debido a su pretensión de verdad y que, por lo tanto, sólo el "politeísmo de los valores" garantizaría la tolerancia y la paz civil.
A continuación el texto íntegro del discurso dirigido por Benedicto XVI el 7 de diciembre a la comisión teológica internacional, con las respuestas que él ha dado a ambas cuestiones.
Un discurso que ha pasado casi inadvertido, pero que expresa muy bien la sensibilidad de este Papa teólogo.
EN DEFENSA DE LA FE DE LOS SENCILLOS
de Benedicto XVI
Venerables hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, ilustres profesores y estimados colaboradores,
Con gran alegría os acojo al concluir los trabajos de vuestra sesión plenaria anual. Saludo de corazón a vuestro nuevo presidente, Mons. Gerhard Ludwig Müller, al que le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos, como también al nuevo secretario general, el padre Serge-Thomas Bonino.
Vuestra sesión plenaria se ha desarrollado en el contexto del Año de la Fe, y me alegra profundamente que la comisión teológica internacional haya querido manifestar su adhesión a este evento eclesial mediante una peregrinación a la basílica papal de Santa María la Mayor, para encomendar a la Virgen María, "praesidium fidei", los trabajos de vuestra comisión y para rezar por todos aquellos que, "in medio Ecclesiae", se dedican a hacer fecunda la inteligencia de la fe en beneficio y alegría espiritual de todos los creyentes. Gracias por este gesto extraordinario.
Aprecio el mensaje que habéis redactado con ocasión de este Año de la Fe, ya que ilustra con gran claridad la manera específica con la que los teólogos, sirviendo fielmente a la verdad de la fe, pueden participar en el impulso evangelizador de la Iglesia.
Este mensaje retoma los temas desarrollados de manera más amplia en el documento “Teología hoy: Perspectivas, principios y criterios”, publicado al inicio de este año.
Teniendo en cuenta la vitalidad y la variedad de la teología después del Concilio Vaticano II, este documento presenta, de alguna forma, el código genético de la teología católica, es decir, los principios que definen su misma identidad y, por consiguiente, garantizan su unidad en la diversidad de sus logros.
Con este fin, el texto aclara los criterios para una teología auténticamente católica y, por tanto, capaz de contribuir a la misión de la Iglesia, al anuncio del Evangelio a todos los hombres. En un contexto cultural donde algunos están tentados o de privar a la teología de un estatus académico a causa de su relación intrínseca con la fe, o de prescindir de la dimensión creyente y confesional de la teología, con el riesgo de confundirla, reduciéndola, con las ciencias religiosas, vuestro documento recuerda oportunamente que la teología es indisolublemente confesional y racional, y que su presencia dentro de la institución universitaria garantiza, o debería garantizar, una visión amplia e integral de la misma razón humana.
Entre los criterios de la teología católica, el documento menciona la atención que los teólogos deben reservar al "sensus fidelium". Es muy útil que vuestra comisión se haya centrado también sobre este tema, particularmente importante para la reflexión sobre la fe y para la vida de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II, reafirmando el papel específico e insustituible que compete al magisterio, ha subrayado, sin embargo, que todo el pueblo de Dios participa en el oficio profético de Cristo, realizando así el deseo inspirado, expresado por Moisés: "¡Quién me diera que todo el pueblo de Yahveh profetizara porque Yahveh les daba su espíritu!" (Nm 11, 29). La constitución dogmática "Lumen gentium" enseña al respecto: "La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando «desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos» presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres" (n. 12).
Este don, el "sensus fidei", es para el creyente una especie de instinto sobrenatural que tiene una connaturalidad vital con el mismo objeto de la fe. Observamos que precisamente los fieles sencillos llevan consigo esta certeza, esta seguridad del sentido de la fe. El "sensus fidei" es un criterio para discernir si una verdad pertenece o no al deposito vivo de la tradición apostólica. Tiene también un valor propositivo porque el Espíritu Santo no cesa de hablar a las Iglesias y de guiarlas hacia la verdad entera.
Hoy en día, sin embargo, es particularmente importante precisar los criterios que permiten distinguir el "sensus fidelium" auténtico de sus falsificaciones. En realidad, no es una especie de opinión pública eclesial, y es impensable recurrir a él para impugnar las enseñanzas del magisterio, pues el "sensus fìdei" no puede desarrollarse de manera auténtica en el creyente salvo en la medida en que éste participa plenamente en la vida de la Iglesia, y esto exige una adhesión responsable a su magisterio, al depósito de la fe.
Hoy en día, este mismo sentido sobrenatural de la fe de los creyentes lleva a reaccionar con fuerza también contra el prejuicio según el cual las religiones, y especialmente las religiones monoteístas serían, intrínsecamente, portadoras de violencia, debido sobre todo a su afirmación de la existencia de una verdad universal.
Algunos consideran que sólo el “politeísmo de los valores” garantizaría la tolerancia y la paz civil, conforme al espíritu de una sociedad democrática pluralista. Sobre este punto, vuestro estudio sobre el tema “Dios Trinidad, unidad de los hombres. Cristianismo y monoteísmo” es de gran actualidad.
Por una parte, es esencial recordar que la fe en el Dios único, creador del cielo y de la tierra, responde a las exigencias racionales de la reflexión metafísica, que no se debilita, sino que se refuerza y se hace más profunda con la revelación del misterio del Dios-Trinidad.
Por otra, hay que señalar la forma que la revelación definitiva del misterio del único Dios asume en la vida y muerte de Jesucristo, que sale al encuentro de la Cruz como “un cordero llevado al matadero” (Is 53, 7). El Señor atestigua un rechazo radical a toda forma de odio y violencia en favor de la primacía absoluta del ágape.
Por lo tanto, si en la historia ha habido o hay formas de violencia en nombre de Dios, no hay que atribuirlas al monoteísmo, sino a causas históricas, principalmente a los errores de los hombres. Más bien es el olvido de Dios lo que sumerge a las sociedades humanas en una forma de relativismo que, ineludiblemente, genera violencia. Cuando se niega la posibilidad para todos de hacer referencia a una verdad objetiva, el diálogo se hace imposible y la violencia, declarada u oculta, pasa a ser la norma en las relaciones humanas. Sin una apertura a lo trascendente que permita encontrar las respuestas a las preguntas sobre el sentido de la vida y el modo de vivir según una moral, sin esta apertura, el hombre es incapaz de actuar de acuerdo con la justicia y de esforzarse por la paz.
Si la ruptura de la relación de los hombres con Dios conlleva un desequilibrio profundo en las relaciones entre los mismos hombres, la reconciliación con Dios, actuada por la cruz de Cristo, “nuestra paz” (Ef 2, 14), es el origen fundamental de la unidad y la fraternidad.
En esta perspectiva se sitúa también vuestra reflexión sobre el tercer tema, el de la doctrina social de la Iglesia en el conjunto de la doctrina de la fe, que confirma que la doctrina social no es una añadidura extrínseca sino que, sin dejar de lado la contribución de una filosofía social, hunde sus raíces en el origen mismo de la fe. Esta doctrina quiere cumplir, en la gran diversidad de situaciones sociales, el mandamiento nuevo que el Señor Jesús nos ha dejado: "Como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34).
Recemos a la Virgen Inmaculada, modelo de quien escucha y medita la Palabra de Dios, para que obtenga para vosotros la gracia de servir siempre con alegría la inteligencia de la fe en favor de toda la Iglesia. Renovando la expresión de mi profunda gratitud por vuestro servicio eclesial, os aseguro mi constante cercanía en la oración y os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.
El 6 de diciembre, los treinta teólogos que la componen, junto a su presidente Gerhard L. Müller, cardenal prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, fueron en peregrinación a la basílica papal de Santa María la Mayor.
La comisión había anunciado y explicado el sentido de este gesto en un mensaje precedente difundido a mediados de octubre:
"Encomendar su propio trabajo, y el de todos los teólogos católicos, a la Virgen fiel, proclamada ´bienaventurada por haber creído´ (Lc 1, 45), modelo de los creyentes y pilar de la verdadera fe".
Pero también el tema central del mensaje – "la teología sólo existe en relación con el don de la fe" – era poco común.
Poco común porque la moda hodierna – externa a la Iglesia, pero presente también en su interior – atribuye a la teología y a la posición del teólogo un significado desvinculado de la fe, sólo de conocimiento “científico” de la religión.
Esta moda no reconoce el estatus académico de la teología y tiende a expulsarla de las universidades, sustituyéndola por disciplinas de ciencias religiosas. Una moda contra la cual Benedicto XVI lucha incansablemente, desde la memorable lección que impartió el 12 de septiembre de 2005 en la universidad de Ratisbona.
Efectivamente, el 7 de diciembre, fiesta de San Ambrosio, al recibir a los teólogos de la comisión (en la foto), el Papa Joseph Ratzinger aprovechó la ocasión para insistir sobre lo que él considera el "código genético de la teología católica, es decir, los principios que definen su misma identidad".
La comisión teológica internacional ha dedicado a esta misma cuestión capital su último documento, titulado: "Teología hoy: Perspectiva, principios y criterios".
Pero más que sobre este tema general – por él ya desarrollado en otras ocasiones – Benedicto XVI ha querido detenerse sobre dos objetos concretos de debate, ambos examinados por la comisión teológica durante la sesión plenaria.
El primero es el "sensus fidelium", es decir, el universal consenso actual del pueblo cristiano sobre temas de fe y costumbres.
Sobre dicho consenso – ha denunciado el Papa – hay muchas "falsificaciones", sobre todo cuando se le identifica con una presunta "opinión pública eclesial" utilizada "para impugnar las enseñanzas del magisterio".
El segundo "prejuicio" que Benedicto XVI denuncia es aquel según el cual las religiones monoteístas "serían, intrínsecamente, portadoras de violencia" debido a su pretensión de verdad y que, por lo tanto, sólo el "politeísmo de los valores" garantizaría la tolerancia y la paz civil.
A continuación el texto íntegro del discurso dirigido por Benedicto XVI el 7 de diciembre a la comisión teológica internacional, con las respuestas que él ha dado a ambas cuestiones.
Un discurso que ha pasado casi inadvertido, pero que expresa muy bien la sensibilidad de este Papa teólogo.
EN DEFENSA DE LA FE DE LOS SENCILLOS
de Benedicto XVI
Venerables hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, ilustres profesores y estimados colaboradores,
Con gran alegría os acojo al concluir los trabajos de vuestra sesión plenaria anual. Saludo de corazón a vuestro nuevo presidente, Mons. Gerhard Ludwig Müller, al que le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos, como también al nuevo secretario general, el padre Serge-Thomas Bonino.
Vuestra sesión plenaria se ha desarrollado en el contexto del Año de la Fe, y me alegra profundamente que la comisión teológica internacional haya querido manifestar su adhesión a este evento eclesial mediante una peregrinación a la basílica papal de Santa María la Mayor, para encomendar a la Virgen María, "praesidium fidei", los trabajos de vuestra comisión y para rezar por todos aquellos que, "in medio Ecclesiae", se dedican a hacer fecunda la inteligencia de la fe en beneficio y alegría espiritual de todos los creyentes. Gracias por este gesto extraordinario.
Aprecio el mensaje que habéis redactado con ocasión de este Año de la Fe, ya que ilustra con gran claridad la manera específica con la que los teólogos, sirviendo fielmente a la verdad de la fe, pueden participar en el impulso evangelizador de la Iglesia.
Este mensaje retoma los temas desarrollados de manera más amplia en el documento “Teología hoy: Perspectivas, principios y criterios”, publicado al inicio de este año.
Teniendo en cuenta la vitalidad y la variedad de la teología después del Concilio Vaticano II, este documento presenta, de alguna forma, el código genético de la teología católica, es decir, los principios que definen su misma identidad y, por consiguiente, garantizan su unidad en la diversidad de sus logros.
Con este fin, el texto aclara los criterios para una teología auténticamente católica y, por tanto, capaz de contribuir a la misión de la Iglesia, al anuncio del Evangelio a todos los hombres. En un contexto cultural donde algunos están tentados o de privar a la teología de un estatus académico a causa de su relación intrínseca con la fe, o de prescindir de la dimensión creyente y confesional de la teología, con el riesgo de confundirla, reduciéndola, con las ciencias religiosas, vuestro documento recuerda oportunamente que la teología es indisolublemente confesional y racional, y que su presencia dentro de la institución universitaria garantiza, o debería garantizar, una visión amplia e integral de la misma razón humana.
Entre los criterios de la teología católica, el documento menciona la atención que los teólogos deben reservar al "sensus fidelium". Es muy útil que vuestra comisión se haya centrado también sobre este tema, particularmente importante para la reflexión sobre la fe y para la vida de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II, reafirmando el papel específico e insustituible que compete al magisterio, ha subrayado, sin embargo, que todo el pueblo de Dios participa en el oficio profético de Cristo, realizando así el deseo inspirado, expresado por Moisés: "¡Quién me diera que todo el pueblo de Yahveh profetizara porque Yahveh les daba su espíritu!" (Nm 11, 29). La constitución dogmática "Lumen gentium" enseña al respecto: "La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando «desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos» presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres" (n. 12).
Este don, el "sensus fidei", es para el creyente una especie de instinto sobrenatural que tiene una connaturalidad vital con el mismo objeto de la fe. Observamos que precisamente los fieles sencillos llevan consigo esta certeza, esta seguridad del sentido de la fe. El "sensus fidei" es un criterio para discernir si una verdad pertenece o no al deposito vivo de la tradición apostólica. Tiene también un valor propositivo porque el Espíritu Santo no cesa de hablar a las Iglesias y de guiarlas hacia la verdad entera.
Hoy en día, sin embargo, es particularmente importante precisar los criterios que permiten distinguir el "sensus fidelium" auténtico de sus falsificaciones. En realidad, no es una especie de opinión pública eclesial, y es impensable recurrir a él para impugnar las enseñanzas del magisterio, pues el "sensus fìdei" no puede desarrollarse de manera auténtica en el creyente salvo en la medida en que éste participa plenamente en la vida de la Iglesia, y esto exige una adhesión responsable a su magisterio, al depósito de la fe.
Hoy en día, este mismo sentido sobrenatural de la fe de los creyentes lleva a reaccionar con fuerza también contra el prejuicio según el cual las religiones, y especialmente las religiones monoteístas serían, intrínsecamente, portadoras de violencia, debido sobre todo a su afirmación de la existencia de una verdad universal.
Algunos consideran que sólo el “politeísmo de los valores” garantizaría la tolerancia y la paz civil, conforme al espíritu de una sociedad democrática pluralista. Sobre este punto, vuestro estudio sobre el tema “Dios Trinidad, unidad de los hombres. Cristianismo y monoteísmo” es de gran actualidad.
Por una parte, es esencial recordar que la fe en el Dios único, creador del cielo y de la tierra, responde a las exigencias racionales de la reflexión metafísica, que no se debilita, sino que se refuerza y se hace más profunda con la revelación del misterio del Dios-Trinidad.
Por otra, hay que señalar la forma que la revelación definitiva del misterio del único Dios asume en la vida y muerte de Jesucristo, que sale al encuentro de la Cruz como “un cordero llevado al matadero” (Is 53, 7). El Señor atestigua un rechazo radical a toda forma de odio y violencia en favor de la primacía absoluta del ágape.
Por lo tanto, si en la historia ha habido o hay formas de violencia en nombre de Dios, no hay que atribuirlas al monoteísmo, sino a causas históricas, principalmente a los errores de los hombres. Más bien es el olvido de Dios lo que sumerge a las sociedades humanas en una forma de relativismo que, ineludiblemente, genera violencia. Cuando se niega la posibilidad para todos de hacer referencia a una verdad objetiva, el diálogo se hace imposible y la violencia, declarada u oculta, pasa a ser la norma en las relaciones humanas. Sin una apertura a lo trascendente que permita encontrar las respuestas a las preguntas sobre el sentido de la vida y el modo de vivir según una moral, sin esta apertura, el hombre es incapaz de actuar de acuerdo con la justicia y de esforzarse por la paz.
Si la ruptura de la relación de los hombres con Dios conlleva un desequilibrio profundo en las relaciones entre los mismos hombres, la reconciliación con Dios, actuada por la cruz de Cristo, “nuestra paz” (Ef 2, 14), es el origen fundamental de la unidad y la fraternidad.
En esta perspectiva se sitúa también vuestra reflexión sobre el tercer tema, el de la doctrina social de la Iglesia en el conjunto de la doctrina de la fe, que confirma que la doctrina social no es una añadidura extrínseca sino que, sin dejar de lado la contribución de una filosofía social, hunde sus raíces en el origen mismo de la fe. Esta doctrina quiere cumplir, en la gran diversidad de situaciones sociales, el mandamiento nuevo que el Señor Jesús nos ha dejado: "Como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34).
Recemos a la Virgen Inmaculada, modelo de quien escucha y medita la Palabra de Dios, para que obtenga para vosotros la gracia de servir siempre con alegría la inteligencia de la fe en favor de toda la Iglesia. Renovando la expresión de mi profunda gratitud por vuestro servicio eclesial, os aseguro mi constante cercanía en la oración y os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.
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