Lefebvrianos; la historia (in)finita
El principal problema, en estos días cruciales para el futuro del grupo tradicionalista que fundó monseñor Lefebvre, no tiene que ver con el contenido de la declaración doctrinal que el Papa quiere que suscriba Fellay. Tiene que ver más bien con la complicada situación dentro de la Fraternidad
por Andrea Tornielli
En el comunicado de la Sala de Prensa vaticana que fue difundido después del encuentro del 13 de junio entre el cardenal William Levada y el superior de los Lefebvrianos, el obispo Bernard Fellay, se lee que este último «expuso la situación de la Fraternidad San Pío X».
También en este caso, como en el resto de la historia, hay que interpretar con cautela estas palabras. El principal problema, en estos días cruciales para el futuro del grupo tradicionalista que fundó monseñor Lefebvre, no tiene que ver con el contenido de la declaración doctrinal que el Papa quiere que suscriba Fellay. Tiene que ver más bien con la complicada situación dentro de la Fraternidad.
Algunos de los sacerdotes más cercanos a los otros tres obispos, Tissier de Mallerais, De Galarreta y Williamson, repiten que, en caso de llegar a un acuerdo, serán muy pocos los religiosos de la Fraternidad que sigan a monseñor Fellay hacia la plena comunión con Roma. Por ello, esas líneas del comunicado vaticano sobre la “situación” al interior de la Fraternidad son particularmente significativas. Hasta este momento siempre se pensó que las divisiones internas se podían representar de esta forma: 25% favorable al acuerdo, 50% indeciso y 25% en contra (y aquí entrarían los tres obispos, como se deduce claramente de la carta que enviaron hace unos meses a Fellay, en la que tomaban distancias con respecto a cualquier acuerdo con Roma).
Sin embargo, nadie es capaz de afirmar que los porcentajes antes indicados sean reales. A partir de las declaraciones de diferentes exponentes lefebvrianos, y de los mismos obispos que están en contra del acuerdo, es evidente que hay una parte de la Fraternidad dispuesta a volver a la comunión con Roma, solo si el Papa decide renegar de facto el Concilio Vaticano II y culparlo (al igual que a la reforma litúrgica post-conciliar) de la crisis de fe que ha marcado las últimas décadas.
Hay que indicar que la nostalgia por los sufrimientos que causó la situación de la separación actual la advierten solo los que conocieron a Lefebvre, que vivieron de cerca sus batallas y que vivieron en comunión con el Papa antes de la ruptura de 1988. Esta sensibilidad parece tener una intensidad menor, en cambio, en las nuevas generaciones de sacerdotes.
La declaración doctrinal que el cardenal Levada entregó a Fellay el 13 de junio no deja sitio para nuevos márgenes de maniobras.Y parece bastante difícil pensar en una nueva fase de discusiones, después de que durante dos años la Fraternidad haya discutido con los teólogos de la Santa Sede sobre la auténtica interpretación del Concilio.
Benedicto XVI quiso examinar atentamente el texto final y tuvo en cuenta las consideraciones de los cardenales y de los obispos de la “Feria Quarta” de la Congregación para la Doctrina de la Fe: durante la reunión del 15 de mayo pasado, los cardenales expusieron sus dudas con respecto a los cambios que propuso Fellay al “Preámbulo Doctrinal” y corrigieron la interpretación de algunas citas (en particular del Concilio Vaticano I), que consideraban inaceptables.
También en este caso, como en el resto de la historia, hay que interpretar con cautela estas palabras. El principal problema, en estos días cruciales para el futuro del grupo tradicionalista que fundó monseñor Lefebvre, no tiene que ver con el contenido de la declaración doctrinal que el Papa quiere que suscriba Fellay. Tiene que ver más bien con la complicada situación dentro de la Fraternidad.
Algunos de los sacerdotes más cercanos a los otros tres obispos, Tissier de Mallerais, De Galarreta y Williamson, repiten que, en caso de llegar a un acuerdo, serán muy pocos los religiosos de la Fraternidad que sigan a monseñor Fellay hacia la plena comunión con Roma. Por ello, esas líneas del comunicado vaticano sobre la “situación” al interior de la Fraternidad son particularmente significativas. Hasta este momento siempre se pensó que las divisiones internas se podían representar de esta forma: 25% favorable al acuerdo, 50% indeciso y 25% en contra (y aquí entrarían los tres obispos, como se deduce claramente de la carta que enviaron hace unos meses a Fellay, en la que tomaban distancias con respecto a cualquier acuerdo con Roma).
Sin embargo, nadie es capaz de afirmar que los porcentajes antes indicados sean reales. A partir de las declaraciones de diferentes exponentes lefebvrianos, y de los mismos obispos que están en contra del acuerdo, es evidente que hay una parte de la Fraternidad dispuesta a volver a la comunión con Roma, solo si el Papa decide renegar de facto el Concilio Vaticano II y culparlo (al igual que a la reforma litúrgica post-conciliar) de la crisis de fe que ha marcado las últimas décadas.
Hay que indicar que la nostalgia por los sufrimientos que causó la situación de la separación actual la advierten solo los que conocieron a Lefebvre, que vivieron de cerca sus batallas y que vivieron en comunión con el Papa antes de la ruptura de 1988. Esta sensibilidad parece tener una intensidad menor, en cambio, en las nuevas generaciones de sacerdotes.
La declaración doctrinal que el cardenal Levada entregó a Fellay el 13 de junio no deja sitio para nuevos márgenes de maniobras.Y parece bastante difícil pensar en una nueva fase de discusiones, después de que durante dos años la Fraternidad haya discutido con los teólogos de la Santa Sede sobre la auténtica interpretación del Concilio.
Benedicto XVI quiso examinar atentamente el texto final y tuvo en cuenta las consideraciones de los cardenales y de los obispos de la “Feria Quarta” de la Congregación para la Doctrina de la Fe: durante la reunión del 15 de mayo pasado, los cardenales expusieron sus dudas con respecto a los cambios que propuso Fellay al “Preámbulo Doctrinal” y corrigieron la interpretación de algunas citas (en particular del Concilio Vaticano I), que consideraban inaceptables.
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