Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Personalidad del embrión humano


Puesto que el cigoto contiene en sí todo lo que de esencial aparecerá después en el cuerpo adulto, no es posible sino afirmar que tiene una auténtica dimensión humana. Aunque en él no veamos todavía la forma de la corporeidad humana desarrollada.

por Agustín Losada

Opinión

Ya hemos explicado con anterioridad que el embrión humano, desde su primer instante de vida, (etapa que la embriología denomina “cigoto”) es un ser vivo, distinto de su madre, y pertenece a la especie humana. Esto es un dato irrefutable, desde el punto de vista científico. El nuevo ser, producto de la fusión de los gametos masculinos y femeninos, no es una simple suma de los códigos genéticos de los padres. Se trata de un nuevo ser, que no existía hasta entonces, ni se repetirá jamás.

Desde el mismo instante de su concepción el cigoto comienza el despliegue personal, multiplicando sus células por un proceso conocido como mitosis: De la primera célula se forman dos, luego cuatro, después ocho… Antes de que ese embrión haya llegado a implantarse en el útero materno, mientras va de camino por las trompas, se va produciendo una rápida multiplicación de células que, por su parecido con una mora en miniatura, la Ciencia denomina “mórula”. Resulta curioso que de la primera división surge ya la primera especialización: Una de las dos células iniciales dará lugar a la placenta y el cordón umbilical, mientras que la otra desarrollará al individuo.

Todos los pasos que van desde el primer instante (el cigoto) hasta el alumbramiento del niño están perfectamente documentados. El proceso depende del programa que el propio cigoto contiene en sí. De su genoma. No del organismo de la madre. Evidentemente, precisa de la madre para obtener de ella los nutrientes necesarios para continuar con su desarrollo. Pero es él quien los solicita y los requiere, cada uno en su momento oportuno, para ir maravillosamente desarrollando el cuerpo del individuo. Existe una evidente unidad biológica en el embrión: Todos los elementos se desarrollan armónicamente como partes de un todo. No existe ningún salto cualitativo. Por eso, el embrión humano se desarrolla hasta llegar a un hombre adulto, y no en otra especie.

Me gusta la explicación que hace el profesor Ángelo Serra, que en su libro “Por un análisis integral del estatuto del embrión humano” explica las tres características esenciales del desarrollo del no-nacido. A saber:

1. La coordinación. Esto significa que el embrión no es un mero “grupo celular”, como le denominan despectivamente quienes, apoyándose en semejante título, pretenden justificar su destrucción. El embrión no es un mero agregado de células antológicamente distintas, sino un individuo en el que las diferentes células se van multiplicando e integrando de forma maravillosamente estructurada. Gracias a ello, el individuo es capaz de traducir su propio espacio genético en un espacio orgánico.

2. La continuidad. El cigoto supone el inicio del nuevo ciclo vital de un nuevo ser humano. Todos los pasos que se van dando en él, la multiplicación de las células y la aparición de los diferentes órganos y tejidos son la expresión evidente de un proceso continuo y coordinado. De hecho, cuando en vez de continuidad hay interrupción es porque se ha producido una patología, o la muerte del individuo. Por eso se puede afirmar que es precisamente esa continuidad la que establece la unicidad del nuevo ser en desarrollo: Es siempre el mismo e idéntico ser, aunque pase por etapas diferentes que le hacen cada vez más complejo.

3. La gradualidad. Todos sabemos que la forma definitiva se alcanza gradualmente. Aunque en realidad, nunca podemos decir cuál es la forma definitiva del individuo. Nadie tiene la misma forma de recién nacido, que a los cinco, diez, quince o veinte años. Y no digamos nada si comparamos la forma física de un joven con esa misma persona pasados 40 o 50 años… Al igual que sucede con todos los seres en desarrollo, la sucesión de formas del desarrollo no son sino estados concretos de momentos diversos de un mismo proceso de desarrollo de un ser. Las diversas partes del sistema suponen una unidad en la totalidad de las mismas. Este principio exige la existencia de una regulación intrínseca del embrión, que orienta su desarrollo hacia una forma final.

El hecho de que el desarrollo embrionario tenga las características de unidad y continuidad supone que lo que al final del proceso se considera un ser humano debe serlo también, indefectiblemente al principio del mismo. Por otro lado, me parece sencillo de comprender que puesto que el cigoto contiene en sí todo lo que de esencial aparecerá después en el cuerpo adulto, no es posible sino afirmar que tiene una auténtica dimensión humana. Aunque en él no veamos todavía la forma de la corporeidad humana desarrollada.

La lógica, además, nos indica que no es posible dar saltos cualitativos en el desarrollo embrionario. No se puede decir: “A partir de este momento empieza a ser persona. Antes, no lo es”. Porque eso es tanto como admitir que se producen cambios esenciales en el embrión. El cuerpo humano puede madurar como tal porque ya ES un cuerpo humano. Ya que no es posible llegar a ser humano alguna vez si no lo ha sido nunca. Como afirma magistralmente el profesor Ramón Lucas en su libro “Antropología y problemas bioéticos”, si no se admite que el embrión sea un individuo de la especie humana es preciso explicar cómo es posible que de una corporeidad biológica no humana pueda darse el salto para surgir en un momento dado un individuo humano, sin que ello suponga ninguna contradicción entre la identidad del nuevo ser humano y la corporeidad biológica precedente. Dicho de otro modo, si el embrión perteneciente a la especie biológica humana no fuera desde el primer momento un verdadero individuo humano no podría llegar a serlo en cierto momento sin contradecir la identidad de su propia esencia.
El adulto es, sin duda, más maduro en su dimensión biológica, psicológica y moral, que cuando era embrión. Pero esa maduración se ha dado en el ámbito de la misma identidad de la misma esencia humana, personal. No se puede afirmar que un hombre de 30 años sea más persona que un embrión, o un niño (o un anciano).

Aunque algunos, llevados por la lógica de su pensamiento antilógico, terminan cayendo en semejante aberración. El que tal admite no ha entendido lo que significa ser persona. Porque no es posible ser más o menos persona. No se puede ser pre-persona o post-persona. Ni sub-persona. Persona se es, o no se es. El ser humano es persona, no llega a ser persona.

Soy consciente de que una objeción recurrente a todo esto que he dicho es el hecho de la gemelación monocigótica: La evidencia de que en ciertas ocasiones, de un primer cigoto puedan surgir antes del día 14 dos embriones, parece contradecir el carácter individual del cigoto. Perdonen que les deje con el suspense, pero este tema requiere una explicación detallada y lo tendremos que dejara para hablar de él en otra ocasión.
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