Renovar nuestro bautismo
Significado bautismal. La realidad pascual es tan intensa que oculta aspectos fundamentales de su celebración. Entre otros la realidad bautismal. En la Iglesia primitiva era el momento del Bautismo de cuantos se agregaban a la Comunidad de Fe. Hasta el domingo siguiente, conservaban su túnica blanca. Hasta hoy.
Vivir de la fuerza de nuestro Bautismo es vivir en cristiano. En él somos liberados del pecado, hechos hijos de Dios e incorporados a una comunidad de hermanos, a la Iglesia del Señor. De aquí arranca la Vida Nueva. Que no es solo un modo de pensar, sino un modo de vivir. El papa Francisco nos ha pedido más de una vez recordar la fecha de nuestro bautismo. ¿Sabes qué día te bautizaron?
En estos tiempos de confinamiento es bueno ser conscientes de esta presencia de la Santa Trinidad que mora en nosotros. Si no la expulsamos por el pecado mortal, su presencia es permanente. No tiene vacaciones ni fines de semana.
Importancia de la Comunidad. El signo de Dios que estamos viviendo nos descubre la importancia de las personas queridas. Especialmente en estos tiempos en que ni siquiera podemos acompañarlas en los momentos últimos de su vida. No crecemos como personas sino en compañía. Antes de que nosotros pudiéramos hacer ningún gesto de respuesta, fuimos acogidos por una mirada amorosa y unos brazos llenos de ternura. Fuimos acogidos en una familia.
En nuestra vida cristiana no podemos vivir sin Comunidad. Ciertamente en la Iglesia. Dentro de la Iglesia es importante tener una Comunidad cercana, en la cual experimentemos que somos queridos como creyentes en Jesucristo. En otros sitios te quieren por tus cualidades humanas. Por tu fe, te pueden despreciar. Yo vivo hoy mi fe con el pueblo de Dios en Casa de Nazaret, Grupo Carismático. Además de mi Comunidad Claretiana. Buscad el vuestro. No os quedéis en tierra de nadie. Solos no es fácil seguir el camino.
Tomás andaba perdido. Se había apartado de la Comunidad. Como además era de carácter fuerte y confiado, él se creía suficiente. Solo la presencia de Jesús le dejó sin palabra. Los pintores renacentistas le colocan alargando la mano a la llaga del costado. Los iconos más antiguos le colocan rendido a los pies del Señor: “Señor mío y Dios mío”. Buena plegaria para después de la Consagración en la Eucaristía.
Tener dudas. En mis correos podéis leer siempre: Creo, Señor, aumenta mi fe. En el evangelio los apóstoles y otras personas le piden a Jesús que les aumente la fe. Es un don que tiene que crecer en nosotros. Hay que pedirlo porque las circunstancias de la vida, a veces, son duras y el enemigo nos espera. Tenemos que afirmar nuestro “Sí” a Jesucristo en medio de un mundo frecuentemente hostil. Tenemos que madurar nuestra fe y no se madura sin dificultad. Un adolescente decía a su madre creyente: “Tú has temido que perdiera la fe. Creo que a ser al revés”. Es tiempo de dudas, de decisiones, ayudemos a resolver las situaciones con nuestra actitud y con nuestra oración. Nosotros somos la generación que merece la bendición de Jesús: “Dichosos los que crean sin haber visto”.
Divina Misericordia. Estamos celebrando la misericordia infinita de Dios con nosotros, que siendo pecadores murió por nosotros. Por su misericordia somos hijos de Dios herederos de su Gloria. Toda la palabra de Dios expresa su infinita misericordia. “Porque Dios es misericordioso y bueno, lento a la cólera y rico en piedad”. Por lo tanto no estamos celebrando una devoción concreta con unas oraciones concretas. Están de moda en un momento, pasarán como han pasado las anteriores.
Solo Jesucristo salva. No las oraciones concretas por muy hermosas que sean. Si ponemos más interés en recitarlas que en entregar nuestra vida al Señor Jesucristo, simplemente nos estamos apartando de la fe verdadera. El Catecismo de la Iglesia Católica dedica al tema de las revelaciones y apariciones diez líneas y en letra pequeña. No les da mucha importancia. Que nuestras devociones -yo también las tengo- sean muy pocas para practicarlas sin agobio y siempre referidas a Jesucristo y a la Virgen Madre. Las fuentes de la vida cristiana son: los sacramentos, la oración y la caridad.