Cuaresma III
Si el pecado nos hunde y hunde la creación, necesitamos vivir desde la nueva creación que nos transforma y transforma la creación entera. “Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo” (2 Co 5, 17).
“En efecto, manifestándose, también la creación puede «celebrar la pascua»: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva. Y el camino hacia la pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual”.
Toda la creación junto con nosotros está llamada a salir: “Con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 21).
La Cuaresma es el signo sacramental que nos conduce a prepararnos al misterio pascual mediante el ayuno, la oración y la limosna. “Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de devorarlo todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que pueda colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría de a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir acumulando todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad”.
Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu Santo para convertirlo en el Jardín del encuentro con Dios que fue antes del pecado: “No dejemos transcurrir este tiempo en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación”.