Gloria a Dios en el cielo
La comunidad, al sentirse perdonada por la misericordia divina, entona el himno del Gloria. “Un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero”.
El himno retoma el canto de los ángeles en el nacimiento de Cristo.
A continuación, viene la oración “colecta”. Expresa la calidad concreta de cada Eucaristía. El sacerdote nos invita a la oración: Oremos. Guarda un momento de silencio. “Con la invitación ‘Oremos’, el sacerdote insta al pueblo a recogerse con él en un momento de silencio, con el fin de tener conciencia de estar en la presencia de Dios y hacer emerger, a cada uno en su corazón las intenciones personales con las que participa en la Misa. El sacerdote dice ‘Oremos’; y después viene un momento de silencio y cada uno piensa en las cosas que necesita, que quiere pedir en la oración”.
Este silencio nos ayuda a situarnos y centrarnos en la Eucaristía que estamos celebrando. “Por tanto, antes de la oración inicial, el silencio ayuda a recogerse en nosotros mismos y a pensar por qué estamos allí. De aquí la importancia de escuchar nuestro ánimo para abrirlo después al Señor. Tal vez venimos de días de cansancio, de alegría, de dolor y queremos decírselo al Señor, invocar su ayuda, pedir que nos esté cercano; tenemos amigos o familiares enfermos o que atraviesan situaciones difíciles; deseamos confiar a Dios el destino de la Iglesia o del mundo”.
El Papa recomienda especialmente a los sacerdotes que guarden este momento de silencio: “Recomiendo vivamente a los sacerdotes observar este momento de silencio y no ir de prisa: ‘Oremos’ y que se haga silencio… sin este silencio corremos el riesgo de descuidar el recogimiento del alma. El sacerdote recita esta súplica, esta oración colecta, con los brazos extendidos y actitud orante; está asumido este gesto desde los primeros siglos- como dan testimonio los frescos de las catacumbas romanas- para imitar a Cristo con los brazos abiertos sobre la madera de la cruz. Y allí, Cristo es el Orante… En el crucifijo reconocemos al Sacerdote que ofrece a Dios la oración que desea, es decir, la obediencia filial”.
Termina el papa haciendo una alusión a la misma oración. Algunas veces se ha dicho que son demasiado anónimas. El papa Francisco señala su verdadera naturaleza: “En el Rito Romano, las oraciones son concisas, pero ricas en significado: ¡se pueden hacer tantas meditaciones sobre estas oraciones! ¡Muy hermosas! Volver a meditar los textos, incluso fuera de la Misa, puede ayudarnos a aprender cómo dirigirnos a Dios, qué pedir, qué palabras usar. Que la liturgia pueda convertirse para todos nosotros en una verdadera escuela de oración”.