¿La palabra arrinconada en la escuela?
Vamos a manejar un concepto que en principio parece complejo pero que si nos detenemos un poco en desbrozarlo nos será muy útil para analizar lo que hoy está sucediendo en muchas escuelas.
Logos (en griego λóγος -lógos-) es un término, un denso concepto, procedente de la Grecia clásica (seguimos a Aristóteles) que cuenta con varios significados que conforman un campo semántico amplio y coherente. La primera traducción de Logos es palabra, pero a continuación llegan otras acepciones que son muy expresivas para entender su alcance de significaciones: expresión, concepto, discurso. Y en esta dirección aparecen los significados que más nos interesan: habla, verbo, razón, inteligencia. Logos es un concepto que nos ayuda a entender el moderno concepto de lenguaje entendido en sentido amplio: como la facultad eminentemente humana de razonar y comunicarse. Es decir, podemos concebir el lenguaje -entendido como Logos- como el pensamiento y la comunicación que nos sitúa razonadamente en el mundo y nos permite vivir en sociedad.
La retórica clásica se propone formar oradores -ya desde el hogar, en la escuela- capaces de desplegar disertaciones persuasivas y bien argumentadas para convencer de las propias razones a sus conciudadanos en la asamblea, en el senado, en los tribunales, en los foros y en la vida de la polis en general. Discursos, por ejemplo, para apoyar las mejores políticas y las sentencias más justas ante los jueces. La retórica clásica se propone formar oradores sabios, éticos y elocuentes.
En este sentido, Aristóteles también destaca que el lenguaje es una herramienta fundamental para el aprendizaje y la educación. A través del lenguaje, del Logos, los seres humanos pueden transmitir y adquirir conocimientos, lo que permite el desarrollo y la transmisión de la cultura y el conocimiento a lo largo de las generaciones.
Vayamos pues a la escuela de hoy mismo. Muchas escuelas, no todas, se han convertido en campo de experimentación y despliegan un activismo constante. Su razón de ser parece ligada a la creación de nuevas pedagogías que siguen los postulados de la Escuela Nueva y, en concreto, las ideas de John Dewey. Este pedagogo norteamericano de principios el siglo XX nos diría que hay que "aprender haciendo" (learning by doing). Hay que experimentar usando la cabeza, pero a menudo obrando con las manos, construyendo artefactos. El conocer se liga a menudo a una práctica. La labor del maestro, en su rol de facilitador, es que el alumno construya su conocimiento desde su propia base y, en unos procesos de ensayo-error, inicie el proceso de su propio aprendizaje. El lema para estas escuelas es muy a menudo una innovación llena de experimentaciones prácticas. Esta innovación activista estaría por encima de un conocimiento más ligado a la lectura atenta, a la recepción de la palabra que emite el profesor, a la formulación de ideas mediante un lenguaje escrito en el que se argumenta razonadamente sobre la base de conocimientos adquiridos. La palabra, el Logos entendido en sentido extenso, estaría arrinconada en esta escuela tan dinámica. No es negativo realizar prácticas y experimentar nuevos saberes. Lo que no es positivo es que este activismo, a menudo lúdico, sea casi el único centro de la escuela en detrimento de la palabra entendida como Logos, razón, pensamiento.
Y como hemos argumentado más arriba, de la mano de la filosofía y la retórica clásicas, hay que señalar que desde el Logos se aprende a pensar, a argumentar, a razonar, a alcanzar una inteligencia de la realidad. No vemos en las diversas escuelas de hoy mismo mucho interés en acercar a los alumnos a la lectura, a la escritura y a la oratoria (en la escuela de hoy se habla expresión oral). Son escuelas que no subrayan la caligrafía, la escritura a mano y la voz del maestro que despliega el puro lenguaje adulto. No rechazamos las prácticas, los ensayos, el xilofón y los talleres de horticultura o la creación de murales vistosos. Tienen su papel, pero no son desde luego el centro. El centro, los saberes fundamentales, por ejemplo, en primaria, a tenor de lo que señalaba el ministro de educación francés (2017-2022), Jean-Michel Blanquer, son: leer, escribir, calcular y respetar al otro (lire, écrire, compter, et respecter autrui). Insiste, el hasta hace un año Ministro de Educación, que el objetivo es aprender a leer para aprender leyendo. Ahí es necesaria la lectura fluida y la comprensión lectora que son condiciones de posibilidad del discernimiento de todas las materias. A continuación, vienen los ejercicios de gramática, vocabulario y conjugación. Y en paralelo tiene lugar en el aula la lectura en voz alta de los primeros libros, por parte del profesor y por parte de los alumnos. Y consecuentemente también la lectura en voz baja por parte de los mismos alumnos. Y en esta dirección la práctica diaria del dictado y su corrección tan ligados a la ortografía. Y también la práctica de la oratoria (hoy expresión oral) en el aula donde los alumnos de primaria argumentan y evidencian el conocimiento alcanzado en cada una de las asignaturas. Y finalmente la composición de redacciones (que en secundaria serán verdaderos ensayos) en los que le lenguaje debe paulatinamente expresar las ideas con claridad, concisión y acierto.
¿Están muchas escuelas de primaria centradas en estos menesteres que tienen al Logos como centro o más bien están gamificando (convirtiendo en juego) muchas de sus actividades para lograr motivar a los alumnos?
El Posgrado en Educación Clásica y Humanidades que empieza en junio de 2024 en Madrid, en Los Peñascales, dirigido por Catherine L’Ecuyer, encuentra en este asunto tratado más arriba uno de sus centros de interés. Recuperar la palabra en la escuela, el Logos, para conectar con la realidad, el conocimiento, con la herencia de los siglos y los Grandes Libros. Es decir, una educación clásica que va más allá de las ocurrencias y los juegos de la escuela actual que ha bajado mucho las expectativas con respecto a sus alumnos.