Solemnidad de Santa María Madre de Dios
Santa María, Madre de Dios y pincelada martirial
¡Feliz y santo año 2019! Ha sido a través de este plan salvífico, a través de la obra de Dios, cómo en nuestro camino hacia el Padre, Él nos da a María. Él mismo quiso que la presencia de María en la historia de la salvación tuviese esta importancia. Cuando se cumplió el tiempo envió Dios a su Hijo nacido de mujer (Gál 4, 4). Cuando decidió enviar a su Hijo al mundo, quiso que viniera a nosotros naciendo de María. Así quiso que esta Mujer, la primera que acogió a su Hijo, lo comunicara a toda la humanidad.
Celebramos hoy la solemnidad de Santa María Madre de Dios, nuestra Madre.
Se cuenta que en el Cielo el apóstol Pedro fue a ver a San José para hacerle una pregunta urgente. Efectivamente, había recibido ciertas quejas referidas a personas no muy católicas, por lo menos en apariencia, que se habían colado sin su permiso en el santo recinto.
“Según nuestra investigación, parece que esas personas llegan al paraíso saliendo de tu casa, dijo Pedro a José, conteniendo su enojo. ¿Puedes explicarme esto?
-Es verdad, respondió José con mucha deferencia. Verás, hay una trampa en nuestra cocina y cada vez que María oye gritos que vienen de abajo, abre y ayuda a subir a la persona. Después de unos días, uno por uno, esos heridos de la vida entran en el jardín del paraíso con el alma curada.
Pedro pidió solemnemente a José que parara este desorden porque si no se vería obligado a tomar una grave decisión. Pasado algún tiempo, después de haber consultado a su consejo, Pedro volvió a casa de José.
-Entonces, ¿qué has decidido?
-Ya conoces a María. No puedo negarle nada. Es necesario que comprendas, contestó con sencillez José con una sonrisa desarmante.
-Bueno, pues entonces va a ser preciso que te vayas, replicó Pedro, escondiendo con dificultad su emoción.
Al oír estas palabras, José se volvió llamando:
-Ven, María, coge al Niño, que nos vamos...
Y en el mismo momento que se pusieron en camino, el paraíso entero comenzó a vaciarse detrás de ellos. Pedro, jadeante, les alcanzó, se excusó y desde entonces el paraíso no cesa de llenarse con su permiso[1].
¡Oh María, Madre de Dios, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
Esta historia nos habla del amor con que nosotros tenemos que acercarnos a María para tenerla como Madre. Es necesario que volvamos a proclamar con insistencia, cada vez que la Iglesia nos ofrece el celebrar en la liturgia a María Santísima, su presencia de Madre en el proyecto de salvación que Dios nos ofrece. Y es preciso que desde el inicio de este año nuestras intenciones busquen encontrarse con la gracia reparadora de Dios.
La vida -escribió Monseñor Mario Tagliaferri, que fue Nuncio Apostólico de Su Santidad el Papa en España[2]- es un viaje. Esta metáfora sobre la existencia humana, común a la sabiduría popular de todos los tiempos, adquiere un significado muy particular para el cristiano. No es un vagabundear sin meta fija tras la conquista de objetivos pasajeros, o la búsqueda ansiosa de un Dios inalcanzable y desconocido, sino que, en Cristo, Dios mismo se ha hecho Camino, Verdad y Vida de los hombres.
Lo escuchábamos al final del evangelio de hoy: Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al Niño y le pusieron por nombre Jesús.
Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. El único nombre por el que nos viene la salvación. Sigue Monseñor Tagliaferri diciendo:
Un camino humano, encontrable, reconocible, en el viaje del hombre por la vida. Así lo encontraron Pedro y Juan, y Andrés. Así lo encontró la samaritana. Y así lo encontraron los discípulos de Emaús. Y así lo han encontrado tantos hombres y mujeres, desde entonces. Porque desde la Encarnación del Hijo de Dios, Cristo no ha dejado de estar presente en la historia, ni dejará de estarlo jamás, para que le puedan encontrar los hombres. Cristo, en efecto, vive en la Iglesia, que es hoy su cuerpo, vivificado por su Espíritu, por su mismo principio de vida[3].
A María, a quien en este día nos acercamos, le pedimos que nos haga entender la importancia de este nombre, la importancia de la Redención, del proyecto que Dios establece para todos.
Afirmaba expresamente en la encíclica Redemptoris Mater san Juan Pablo II que la mediación materna de María es mediación en Cristo. Y el Concilio nos explica que todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella, y de ella saca toda su eficacia. Favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes don Cristo.
También María fue redimida por Cristo. Más aún, es la primera de los redimidos, dado que la gracia que Dios Padre le concedió al inicio de su existencia se debe a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano.
En realidad, María no quiere atraer la atención hacia su persona. Vivió en la tierra con la mirada fija en Jesús y en el Padre celestial. Esta es la gran lección que nos da María: vivir en la tierra con la mirada fija en Jesús, por el cual nos viene la salvación.
Su deseo más intenso consiste en hacer que las miradas de todos converjan en esta dirección, que todos los hombres miremos a Cristo, vivamos en Cristo. María quiere promover en toda la humanidad una mirada de fe, una mirada de esperanza en el Salvador que nos envió el Padre.
María es modelo de esa mirada de fe y de esperanza, sobre todo cuando en la tempestad de la Pasión de su Hijo conservó en su Corazón una fe total en Él y en el Padre.
Con esta mirada de fe y de esperanza, María impulsa a la Iglesia. Nos impulsa a todos los creyentes a cumplir siempre la voluntad del Padre, que se nos ha manifestado en Cristo.
Las palabras que María dirigió a los sirvientes en el milagro de Caná las repite a todas las generaciones de cristianos. Y hoy nos las dice a nosotros: Haced lo que Él os diga. Los sirvientes siguieron su consejo: llenaron las tinajas hasta el borde. Esa misma invitación que María nos dirige en este día es una exhortación a entrar en el nuevo periodo de la historia con la decisión de realizar todo lo que Cristo dijo en el Evangelio.
Así se lo pedimos a Ella, Madre de Dios, nuestra Madre, para que cada día de este nuevo año que la Providencia nos ofrece lo vivamos en comunión íntima con Cristo, para que renovemos la gracia a través de los sacramentos, para que cuidemos nuestra confesión, nuestra comunión con Cristo en el sacramento de la Santa Misa, para que luchemos por vivir según el Evangelio.
María nos llama a esto; en las dificultades y en la serenidad, cuando hay graves problemas y cuando estamos en paz con Dios y con los hermanos. Pero siempre creciendo hacia el cielo, hacia el encuentro definitivo en la gloria de Dios, cuando alabemos perpetuamente ante la Santísima Trinidad su gloria por los siglos de los siglos. A María Santísima se lo pedimos al empezar este nuevo año.
PINCELADA MARTIRIAL
Recordamos hoy el martirio del beato Dom Robert (Joan) Grau i Bullich, monje benedictino de Montserrat, que nació en Coll de Nargó (Lérida) el 14 de abril de 1895. Ingresó en el monasterio de Montserrat cuando tenía 15 años. El 3 de agosto de 1913 vistió el hábito monástico, profesando después solemnemente el 21 de octubre de 1917. Fue ordenado sacerdote el 20 de julio de 1920. Poco después se fue a Palestina a cumplir la formalidad del servicio militar en tierras de misiones. En 1922 fue designado prefecto de colegiales, tarea que desarrolló durante 4 años.
Tenía un hermano franciscano, fray Bernardino, que fue rector del colegio seráfico de Cataluña. Dom Robert había sido biógrafo del niño francés muerto con fama de santidad Guy de Fontgalland (1913-1925), del que guardaba numerosas estampas y medallas.
Por sus cualidades estuvo a punto de ser enviado a Bulgaria en 1926 para una misión ecuménica importante, llevada a cabo por el Delegado apostólico monseñor Angelo G. Roncalli (san Juan XXIII). Nombrado Prior de la Abadía de Montserrat en 1928 y tuvo que llevar él mismo el Monasterio en ausencia del Abad Marcet. Presidió también la organización de las fiestas jubilares de 1931.
Al estallar la persecución religiosa, se refugió en Barcelona, en diversos domicilios. Su gran preocupación era cuidar del bien de sus monjes. El 5 de enero de 1937, cuando se procuraba un pasaporte, lo detuvieron en plena calle y se lo llevaron. Recibió ese mismo día la palma del martirio.
[1] FRANÇOISE VAYNE, Refugio de pecadores, Lourdes Magazine número 98 (Diciembre de 2000).
[2] MARIO TAGLIAFERRI, Prólogo en Semblanzas, tomo I, de Tomás Morales S.J. (Madrid, 1993).
[3] Ibídem.