Misal Nuevo (8)
PODÉIS IR EN PAZ
El sacerdote se prepara para la recepción de la Eucaristía con una oración privada. Es un tiempo precioso para preparar la propia comunión de cada uno en la Asamblea Litúrgica. No es un silencio que nos aísla sino un silencio que nos consciencia de que vamos a realizar algo importante; que solo tiene sentido desde la fe y la oración ante el misterio.
“Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico que recibirán en la Comunión, y los invita al banquete de Cristo; y, juntamente con los fieles, formula, usando palabras evangélicas, un acto de humildad”.
Se muestra ante los fieles una parte de la forma encima del Cáliz. Es el Pan partido y compartido. Tenemos que valorar este gesto. Son las palabras inmediatas a la comunión. Que denotan nuestra actitud. La liturgia ha conservado las palabras del Centurión, porque expresan la realidad de la participación en la Eucaristía.
Entre todas las palabras que pronunciamos en la Eucaristía, ningunas son pronunciadas con tanta rapidez como estas. Sacerdotes y fieles tenemos aquí un punto de examen. Si el Centurión las hubiera pronunciado, como lo hacemos frecuentemente nosotros, hubieran resultado ridículas.
Dentro de los posibles es aconsejable dar la comunión con las formas consagradas en la misma Misa.
El Sacerdote reparte la Comunión a cada uno como lo hizo el Señor junto con otros Ministros o personas convenientemente autorizadas. Están autorizadas dos formas de recibir la Eucaristía: en la mano y en la boca. Las dos igualmente válidas. No hagáis caso de las soflamas en contrario. Por supuesto que el sacerdote debe dar la Comunión cuando alguien se la pide de rodillas. Los santos Padres dicen que los fieles se acercaban con la mano derecha abajo y la izquierda arriba, formando como un trono. El sacerdote la depositaba sobre la mano izquierda y el fiel la recogía con la derecha. No se debe arrebatar al sacerdote de su mano y menos dejar las formas sobre el altar para que los fieles la tomen directamente. Contradice las palabras del Señor en la última Cena. La Comunión no es un autoservicio.
Los fieles se dirigen a comulgar cantando para expresar alegría y unión, tanto con el señor, como con los hermanos, que se sientan a la misma mesa preparada por el amor divino. Es una comunidad que sale de su lugar y camina a recibir un don que no se fabrica ella, sino que le es dado. Una Comunidad que marcha cantando es todo un símbolo.
“En la oración después de la comunión, el sacerdote ruega para que se obtengan los frutos del misterio celebrado. El pueblo hace suya esta oración con la aclamación: Amén”.
En el rito de conclusión, que implica saludo y bendición del sacerdote, no se hace señal de la cruz. La bendición la reciben los fieles, ligeramente inclinados.
Las últimas palabras del Sacerdote no pueden ser un bálsamo de tranquilidad. Si hemos recibido hemos recibido a Jesucristo entregado y partido, también nosotros debemos partirnos y entregarnos por nuestros hermanos. Más bien tendrían que ser: PODÉIS IR EN GUERRA. En guerra contra todo lo que opone a Jesucristo y su Reino.
El sacerdote se prepara para la recepción de la Eucaristía con una oración privada. Es un tiempo precioso para preparar la propia comunión de cada uno en la Asamblea Litúrgica. No es un silencio que nos aísla sino un silencio que nos consciencia de que vamos a realizar algo importante; que solo tiene sentido desde la fe y la oración ante el misterio.
“Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico que recibirán en la Comunión, y los invita al banquete de Cristo; y, juntamente con los fieles, formula, usando palabras evangélicas, un acto de humildad”.
Se muestra ante los fieles una parte de la forma encima del Cáliz. Es el Pan partido y compartido. Tenemos que valorar este gesto. Son las palabras inmediatas a la comunión. Que denotan nuestra actitud. La liturgia ha conservado las palabras del Centurión, porque expresan la realidad de la participación en la Eucaristía.
Entre todas las palabras que pronunciamos en la Eucaristía, ningunas son pronunciadas con tanta rapidez como estas. Sacerdotes y fieles tenemos aquí un punto de examen. Si el Centurión las hubiera pronunciado, como lo hacemos frecuentemente nosotros, hubieran resultado ridículas.
Dentro de los posibles es aconsejable dar la comunión con las formas consagradas en la misma Misa.
El Sacerdote reparte la Comunión a cada uno como lo hizo el Señor junto con otros Ministros o personas convenientemente autorizadas. Están autorizadas dos formas de recibir la Eucaristía: en la mano y en la boca. Las dos igualmente válidas. No hagáis caso de las soflamas en contrario. Por supuesto que el sacerdote debe dar la Comunión cuando alguien se la pide de rodillas. Los santos Padres dicen que los fieles se acercaban con la mano derecha abajo y la izquierda arriba, formando como un trono. El sacerdote la depositaba sobre la mano izquierda y el fiel la recogía con la derecha. No se debe arrebatar al sacerdote de su mano y menos dejar las formas sobre el altar para que los fieles la tomen directamente. Contradice las palabras del Señor en la última Cena. La Comunión no es un autoservicio.
Los fieles se dirigen a comulgar cantando para expresar alegría y unión, tanto con el señor, como con los hermanos, que se sientan a la misma mesa preparada por el amor divino. Es una comunidad que sale de su lugar y camina a recibir un don que no se fabrica ella, sino que le es dado. Una Comunidad que marcha cantando es todo un símbolo.
“En la oración después de la comunión, el sacerdote ruega para que se obtengan los frutos del misterio celebrado. El pueblo hace suya esta oración con la aclamación: Amén”.
En el rito de conclusión, que implica saludo y bendición del sacerdote, no se hace señal de la cruz. La bendición la reciben los fieles, ligeramente inclinados.
Las últimas palabras del Sacerdote no pueden ser un bálsamo de tranquilidad. Si hemos recibido hemos recibido a Jesucristo entregado y partido, también nosotros debemos partirnos y entregarnos por nuestros hermanos. Más bien tendrían que ser: PODÉIS IR EN GUERRA. En guerra contra todo lo que opone a Jesucristo y su Reino.
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