Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Los anglicanos que vuelven a la Iglesia manifiestan su veneración hacia el Cardenal Newman

por Alberto Royo Mejia

Un alto Prelado de la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano, en visita a Madrid, me ha contado que una de las primeras cosas que han hecho los Anglicano tradicionales que acaban de ser admitidos en la Iglesia Católica ha sido manifestar su devoción al Venerable John Henry Newman y pedir su pronta Beatificación, que ellos deserarían que se celebrase en Birmingham. En la Santa Sede, cuya idea inicial sería que se celebrase la Beatificación en Roma por la importancia eclesial de la figura y el cariño personal que le tiene Benedicto XVI, están pensando en el tema, peo se ha apreciado muy positivamente esta devoción de los "recién llegados" hacia Newman, que en el fondo se puede considerar ejemplo y precursor de los anglicanos que vuelven a la casa común, y puede llegar a ser su Patrón.

El camino de conversión de Newman, en el que actuaron activamente su inteligencia y u fuerte sensibilidad religiosa, es ejemplar para todo cristiano, pero sin duda tiene especiales connotaciones para los que desde la confesión anglicana se preguntan si no estará la verdad en la Iglesia Católica:

En 1832 Newman emprendió un largo viaje alrededor del Mediterráneo con Froude, y regresó a Oxford el 14 de julio de 1833, el mismo día que comenzaba el llamado Movimiento de Oxford. El viaje de Newman a las costas del Norte de África, Italia, Grecia Occidental, y Sicilia (Diciembre de 1832 - Julio de 1833) fue un episodio romántico, del que sus diarios han preservado los incidentes y el color. Roma, como madre de la religión de su tierra nativa, lo embrujó de tal manera que nunca se olvidó de ella. Se sintió llamado para una misión grande; y cuando la fiebre lo atrapó en Leonforte, en Sicilia(donde estaba errando solo) gritó, "No debo morir, no he pecado en contra de la luz." En el Cabo Ortegal, el 11 de diciembre de 1832 había compuesto el primero de una serie de poemas, denso, apasionado, y original que profetizaba que la Iglesia reinaría como en el principio.

Regresó a casa de su madre el martes 9 de julio de 1833. Al domingo siguiente John Keble predicó desde el púlpito de Santa María el "sermón de los jueces" sobre la apostasía nacional, que Newman consideró como el comienzo del Movimiento de Oxford. El pequeño grupo de seguidores de la Iglesia Alta se movilizó rápidamente. Su primer objetivo era defender la libertad de la Iglesia respecto al Estado, basándola en el origen apostólico de la autoridad eclesiástica. Newman propuso a Keble y a Froude asociarse para publicar folletos. Keble y Froude lo apoyaron. Estos "folletos de actualidad" (“Tracts for the Times”) eran breves artículos en defensa de la independencia de la Iglesia. Al final del año habían aparecido veinte tracts, once de los cuales escritos por Newman. En los últimos días de 1833 se unió al movimiento el prestigioso doctor Pusey. Pronto los tracts se vendieron en grandes cantidades. Newman dedicó gran parte de sus energías al movimiento que estaba en marcha. Asistía a reuniones y asambleas de todo tipo, cenas y veladas, y mantenía abundante correspondencia.

Al ir recuperando el ciclo completo de las verdades cristianas, Newman dio la impresión de estar difundiendo la doctrina de la Iglesia de Roma. Por eso fue acusado de "papismo", la acusación más nociva que podía formularse en la Inglaterra de esa época. Teniendo esto en cuenta, Newman dedicó tres tracts a la cuestión de la Iglesia romana. En ellos sostuvo que la Iglesia anglicana estaba situada en la Via media entre los reformadores protestantes y los seguidores de Roma, que la única Iglesia visible se había dividido en tres ramas, la griega, la romana y la anglicana, y que la verdad revelada debía hallarse íntegra antes de la división, en la doctrina de la antigüedad. El propio Newman señalaba la grave dificultad de su teoría: Hasta entonces la Via media sólo había existido en el papel, pero nunca había sido puesta en práctica.

Hurrell Froude murió el 28 de febrero de 1836. Newman y Keble publicaron en 1838 los "Retazos de Richard Hurrell Froude", extractos de sus diarios personales y sus cartas. Newman creía que los papeles de Froude mostraban que las opiniones católicas estaban inseparablemente vinculadas con las nociones más elevadas de santificación interior, de una vida y un corazón renovados. El protestantismo inglés se escandalizó y endureció su oposición a los "tractarianos". En 1839 Newman presintió por primera vez que, después de todo, la Iglesia de Roma podía tener razón en su controversia con la Iglesia anglicana. Al estudiar las historias de los monofisitas y los donatistas entrevió que la Iglesia de Roma era igual a la Iglesia de los Padres. Sin embargo ese pensamiento se desvaneció y sus antiguas convicciones permanecieron como antes.

En 1840 Newman publicó "La Iglesia de los Padres", compilación de artículos anteriores, en los que intentaba presentar la atmósfera, sentimientos y costumbres de la Iglesia primitiva. De 1838 a 1841 dirigió la revista mensual British Critic y la convirtió en un órgano eficaz del movimiento tractariano. Entretanto muchos tractarianos comenzaron a inclinarse hacia Roma. Para mantenerlos dentro de la Iglesia anglicana, mostrándoles que era genuinamente católica, Newman escribió el Tract 90. Éste, el último y más famoso de los “Tracts for the Times”, fue publicado el 27 de febrero de 1841. Su objetivo era demostrar que los "Treinta y nueve artículos" anglicanos podían ser interpretados de modo que fuesen compatibles con la doctrina católica. La reacción protestante fue muy fuerte. En Oxford la junta de directores de colegios condenó a Newman por desleal. Newman fue objeto de mucha maledicencia por parte de los liberales de Oxford y de la tendencia evangélica en general.

Durante el verano de 1841, cuando Newman se encontraba en Littlemore traduciendo los tratados de San Atanasio contra Arrio, la historia de los arrianos se le apareció bajo una nueva luz: Los arrianos eran como los protestantes, los semiarrianos seguían la Via media como los anglicanos y de nuevo Roma era ahora lo que fue entonces. Poco después vino sobre Newman un segundo golpe. Uno tras otro los obispos anglicanos comenzaron a acusarlo y a rechazar el Tract 90; y continuaron haciéndolo durante los siguientes tres años. En octubre de 1841 un tercer golpe sacudió la fe de Newman en la Iglesia anglicana: la creación de un obispado anglicano en Jerusalén, con jurisdicción sobre las congregaciones luteranas y calvinistas. En noviembre de ese año Newman redactó una protesta solemne contra dicha medida y la envió al arzobispo de Canterbury y a su propio obispo.

A fines de 1841 Newman decidió vivir retirado en Littlemore. Así evitaría actuar como líder de un sector opuesto a los obispos, y en una atmósfera de oración y penitencia podría reflexionar sobre los problemas que lo preocupaban. Puesto que se requería la firma de los "Treinta y nueve artículos" a todos los que ocupaban un cargo en la Iglesia de Inglaterra, y su interpretación de los mismos había sido rechazada, se proponía reducirse gradualmente a la forma de vida laical. En octubre de 1842 se quedó definitivamente en Littlemore, acompañado por discípulos o visitantes durante períodos más o menos largos. El sistema de vida allí era libre, pero resultó una especie de punto de partida de la vida religiosa regular dentro de la Iglesia anglicana. Newman dedicaba cada día cuatro horas y media a la oración y nueve al estudio y el trabajo de traducción.

En la vida de Newman irrumpió una figura que muchos de sus biógrafos ignoran pero que tuvo un papel fundamental en su conversión: el padre pasionista italiano Domingo Barberi, hoy declarado Beato, apellidado en religión “de la Madre de Dios”. Había nacido en 1792 cerca de Viterbo. Fue a la edad de 22 años cuando, por frecuentes llamadas interiores, comprendió que Dios le invitaba al apostolado. Dejando entonces el cultivo de los campos, ingresó en la Congregación Pasionista, donde reveló extraordinarias cualidades de mente y corazón. Ordenado sacerdote, se entregó a la enseñanza, al ministerio de la palabra, a la dirección de las almas y a la composición de numerosos escritos sobre materias de filosofía, teología y predicación. Imbuido del espíritu de san Pablo de la Cruz se preocupó particularmente por el retorno de Inglaterra a la unidad de la Iglesia. Fundador de los Pasionistas en Bélgica en 1840, llegó a Inglaterra en 1842. Allí se entregó, con toda su alma, al apostolado para el cual Dios le había escogido. Tuvo el consuelo de recibir en la Iglesia católica a no pocos anglicanos, entre los cuales el más ilustre fue precisamente, como veremos, John Henry Newman. Murió en Reading el 27 de agosto de 1849. Su sepulcro se venera en Sutton, Saint Helens, como meta de peregrinaciones del pueblo inglés. El padre Domingo iba por las calles predicando el evangelio y recibí a cambio pedradas de parte de los anglicanos más radicales. Esto impresionó mucho a gente buena, como fue el caso de Newman.

La mayor dificultad que encontraba Newman en el catolicismo era el culto tributado a la Virgen María y a los santos. La lectura de los Sermones de San Alfonso de Ligorio, uno de los libros que le regaló el doctor Russell (un amigo católico), le ayudó a comenzar a superar esa dificultad. Poco después el estudio de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola le mostró que la Iglesia católica no permite que entre el alma y su Creador se interponga nada. En todas las cosas entre el hombre y Dios se trata de un cara a cara, del solus cum solo. A fines de 1842 Newman dedicó su atención al tema del desarrollo de la doctrina cristiana. Percibía que todas las ideas cristianas (la Sagrada Eucaristía, la Santísima Virgen, etc.) habían crecido con el transcurso del tiempo, manteniéndose sin embargo la individualidad de la doctrina católica. Las "añadiduras romanas" podían ser vistas como desarrollos originados por una realización intensa y penetrante del depósito divino de la fe.

En febrero de 1843 Newman se retractó formalmente de todas las cosas duras que había dicho contra la Iglesia de Roma. En septiembre de ese año predicó su último sermón como anglicano y presentó renuncia a su puesto eclesiástico. Sentía un intenso dolor por la angustia que su itinerario espiritual producía en sus muchos amigos anglicanos. La virtual condenación del tract 90 había iniciado lo que después se transformó en una gran oleada de conversiones a la Iglesia Católica. Convertirse al catolicismo en la Inglaterra de mediados del siglo XIX tenía consecuencias sociales muy graves. Los católicos sufrían fuertes discriminaciones y tenían sus derechos civiles recortados. La misma Iglesia Católica, tal como existía en concreto, le parecía a Newman poco atractiva. Sólo lo empujó a ella un estado de certeza inquebrantable.

A comienzos de 1845 Newman comenzó a escribir su "Ensayo sobre el Desarrollo de la Doctrina". Si al final de su labor sus convicciones favorables a la Iglesia de Roma permanecían, debería actuar conforme a ellas. Trabajó firmemente hasta octubre. Según fue avanzando, sus dificultades se aclaraban. Antes de terminar el libro quedó convencido de que la Iglesia romana era idéntica a la Iglesia de la antigüedad. Por consiguiente resolvió entrar en la Iglesia Católica y el libro quedó inconcluso. Abandonar el anglicanismo fue extremadamente doloroso para Newman. Implicaba dejar las cosas que amaba, romper con la mayoría de sus amigos e incluso con su propia familia. Pusey continuó escribiéndole, pero Keble, Church y muchos otros se mantuvieron alejados de Newman durante veinte años.

Newman fue recibido en la Iglesia católica por el Padre Domingo Barberi, en Littlemore, el 9 de octubre de 1845. Dos amigos de Newman entraron en la Iglesia Católica junto con él, un número considerable lo había precedido, y en los años siguientes varios centenares de hombres instruidos y relacionados con la Universidad siguieron su ejemplo. Al hacerse católico, Newman no sintió ningún cambio en su espíritu, salvo la paz y la felicidad que lo acompañaron desde entonces. No obstante, poco después experimentó un gran cambio en su manera de ver a la Iglesia anglicana: al mirarla desde fuera, la vio espontáneamente como una mera institución nacional, aunque nunca la despreció (cf. Apologia pro vita sua, 257-259).


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