El Santo Padre no da puntada sin hilo, como ya es sabido, sabe ir directamente al grano y lo hace con gran maestría. Hoy lo ha vuelto a demostrar en su recién iniciado viaje al Reino Unido. Sin esperar a algún encuentro posterior, quizás en ambientes menos oficiales, ya en su primer discurso oficial no se ha andado con rodeos y, aprovechando algo tan coyuntural como “Holyroodhouse”, el nombre del palacio donde la Reina Isabel II le ha recibido por hallarse de vacaciones -le podría haber recibido en otra parte, de haber venido en una fecha diferente- le ha recordado a la monarca, a la familia real y a todo el país, las raíces cristianas de aquellas tierras y la importancia del cristianismo en esa sociedad. Que a la cabeza visible de una Iglesia le tengan que recordar la importancia de la religión entre sus súbditos no deja de ser curioso, pero en este caso la cosa era necesaria y el Papa no se ha andado con rodeos, ha ido al grano. He aquí las palabras del Papa: “El nombre de Holyroodhouse, la residencia oficial de Vuestra Majestad en Escocia, recuerda la "Santa Cruz" y evoca las profundas raíces cristianas que aún están presentes en todos los ámbitos de la vida británica. Los reyes de Inglaterra y Escocia han sido cristianos desde tiempos muy antiguos y cuentan con destacados santos, como Eduardo el Confesor y Margarita de Escocia. Como Usted sabe, muchos de ellos ejercieron conscientemente sus tareas de gobierno a la luz del Evangelio, y de esta manera modelaron profundamente la nación en torno al bien. Resultó así que el mensaje cristiano ha sido una parte integral de la lengua, el pensamiento y la cultura de los pueblos de estas islas durante más de mil años. El respeto de sus antepasados por la verdad y la justicia, la misericordia y la caridad, os llegan desde una fe que sigue siendo una fuerza poderosa para el bien de vuestro reino y el mayor beneficio de cristianos y no cristianos por igual. Muchos ejemplos de esta fuerza del bien los encontramos en la larga historia de Gran Bretaña. Incluso en tiempos relativamente recientes, debido a figuras como William Wilberforce y David Livingstone, Gran Bretaña intervino directamente para detener la trata internacional de esclavos. Inspiradas por la fe, mujeres como Florence Nightingale sirvieron a los pobres y a los enfermos y establecieron nuevos métodos en la asistencia sanitaria que posteriormente se difundieron por doquier. John Henry Newman, cuya beatificación celebraré próximamente, fue uno de los muchos cristianos británicos de su tiempo, cuya bondad, elocuencia y quehacer honraron a sus compatriotas. Todos ellos, y como éstos muchos más, se inspiraron en una recia fe, que germinó y se alimentó en estas islas. También ahora, podemos recordar cómo Gran Bretaña y sus dirigentes se enfrentaron a la tiranía nazi que deseaba erradicar a Dios de la sociedad y negaba nuestra común humanidad a muchos, especialmente a los judíos, a quienes no consideraban dignos de vivir. Recuerdo también la actitud del régimen hacia los pastores cristianos o los religiosos que proclamaron la verdad en el amor, se opusieron a los nazis y pagaron con sus vidas esta oposición. Al reflexionar sobre las enseñanzas aleccionadoras del extremismo ateo del siglo XX, jamás olvidemos cómo la exclusión de Dios, la religión y la virtud de la vida pública conduce finalmente a una visión sesgada del hombre y de la sociedad y por lo tanto a una visión ‘restringida de la persona y su destino’ (Caritas in veritate, 29).” Al final del discurso, Benedicto ha vuelto a recordar la importancia de los valores cristianas en la sociedad multicultural que es hoy Inglaterra: “En la actualidad, el Reino Unido se esfuerza por ser una sociedad moderna y multicultural. Que en esta exigente empresa mantenga siempre su respeto por esos valores tradicionales y expresiones culturales que formas más agresivas de secularismo ya no aprecian o siquiera toleran. Que esto no debilite la raíz cristiana que sustenta sus libertades; y que este patrimonio, que siempre ha buscado el bien de la nación, sirva constantemente de ejemplo a vuestro Gobierno y a vuestro pueblo de cara a los dos mil millones de miembros de la Commonwealth y a la gran familia de naciones de habla inglesa de todo el mundo.” Decían los periodistas en los días anteriores de la visita que el Papa quería sobre todo tratar el tema de la separación Iglesia-Estado, de los casos de pederastia y de las relaciones con los anglicanos. Estas eran las prioridades de Benedicto XVI, según la imaginación de los periodistas o lo que a ellos honestamente les parecía, pero una vez más se han equivocado. De la separación entre el anglicanismo y el estado puede que hable, pero con prudencia para no ofender a la mayoría de aquel país. De los casos de pederastia sin duda hablará, pero sin hacerlo el centro de su visita como querrían algunos, no sin cierto morbo. Y sobre el diálogo ecuménico con los anglicanos también sin duda hablará, y no faltarán los abrazos y parabienes. Pero, como de la abundancia del corazón habla la boca, el Papa ha comenzado por lo que es más urgente en Inglaterra: Sus raíces cristianas. Cuando leemos las estadísticas que nos dicen cosas tan poco positivas como que Inglaterra es uno de los países del mundo en que más número de personas afirman no tener ninguna religión; cuando leemos que el porcentaje de los que afirman creer y practicar es bajísimo (en España nos podemos dar por satisfechos en comparación, aunque toda comparación es odiosa y realmente no podemos darnos por satisfechos); cuando leemos no si horror las estadísticas de abortos, sobre todos entre menores de edad, que se realizan cada año en aquel país y por otro lado la eutanasia agresiva que so capa de tratamientos paliativos se hacen en sus hospitales, como han denunciado los obispos de aquellas tierras… Entonces entiende uno que lo que realmente necesita aquel país es recordar sus raíces, lo que le hizo grande, y por tanto volver a la fe cristiana. Otros temas son importantes y no dejarán de ser tratados estos días, pero para qué andarse con rodeos, mejor ir a lo principal. El Papa lo sabe y no ha tardado en decírselo a los que le escuchaban, de la Reina para abajo.