Con inmenso respeto a José María Castillo, teólogo octogenario y por lo tanto venerable por sus canas y su erudición, jesuita hasta hace unos años y ahora dedicado -leo en la Wikipedia- a coordinar, organizar, e impartir cursos, conferencias, congresos, seminarios, etc. por toda España y Latinoamérica, pero algunas afirmaciones de un artículo suyo reciente en Religión Digital a todas luces parecen de poco recibo. Dios libre al abajo firmante de criticar la teología de quien ha sido ilustre teólogo y mucho menos decir algo negativo sobre una trayectoria personal que merece el mismo respeto que la de toda persona, en este caso un sacerdote. Pero, sin entrar en teología (de la cual si yo quisiera presumir haría el ridículo), constatar que dicho artículo, del cual no sé si el autor o el editor subraya la frase “No me avergüenzo de la Iglesia. Me avergüenzo de esta Iglesia” y el título es “Orgullo y vergüenza” (lo de orgullo por la Iglesia, la vergüenza por “esta” Iglesia) no propone algo nuevo sino que entra en la línea propia de algunos teólogos de la Asociación Juan XXIII y otros similares como Boff, Küng, etc. La tesis sería algo parecido a decir que la Iglesia, que tan valiente se mostró en el Vaticano II, abriendo las puertas para que entraran aires nuevos, en los últimos años ha ido cerrando dichas puertas, de modo que de aquel impulso, de aquella ilusión, quedaría bien poco, lo cual hace que la gente huya despavorida de una Iglesia cerril, más parecida al preconcilio que al postconcilio, por lo que crece el número de ateos y agnósticos. Y claro, de un tal adefesio que no pega para nada en los tiempos modernos no hay quien se enorgullezca, sino todo lo contrario, mientras que de “la” Iglesia, no la de ahora, sino la de otros tiempos, sí nos podemos enorgullecer. Por supuesto, José María Castillo no dice esto de modo tan ramplón como aquí se expone, pero es lo que se puede deducir de artículos de distintos teólogos, incluido su aludido, que en los últimos tiempos critican abiertamente a la Iglesia concret en la que vivimos hoy. No se puede olvidar, por ejemplo, el artículo de González Faus en que afirmaban que hoy se nombran a los obispos en contra del Evangelio, por no recordar todas las cosas que Küng va publicando con alemana regularidad. Por un lado, reconociendo las imperfecciones humanas que habrá siempre en la Iglesia, como consecuencia de estar compuesta -de tejas para abajo- de seres humanos, no veo yo de qué tenga uno que avergonzarse en “esta” iglesia en la que vivimos hoy en día. Miro a mi alrededor y veo un Obispo de Roma o Romano Pontífice, que ambas cosas es, digno de admiración, intelectualmente envidiable y personalmente intachable. ¿Qué predica la doctrina de la Iglesia? No faltaba más, para eso está, no va a ir por medio mundo predicando opiniones teológicas más o menos discutibles, sino lo que los creyentes quieren oír, el mensaje de la Iglesia. Miro a los obispos, a los cuales en su mayoría desconozco, pero los que conozco me parecen pastores buenos y entregados (en el caso de los de mi diócesis, ejemplares). No todos pueden ser intelectualmente de primera ni todos pueden tener el celo de San Francisco Javier ni las virtudes de San Carlos Borromeo, pero creo que en general son pastores dignísimos a los que yo no me atrevería a criticar, pues no se lo merecen. De mis hermanos sacerdotes, qué voy a decir, mirando a mi propia vida y aplicándolo a los demás, veo que hacemos lo que podemos por dar la vida por nuestra grey, en las circunstancias que podemos y con las luces que Dios nos da. Que entre las decenas de miles que somos haya algún garbanzo negro (no sólo sacerdotes, también seglares, religiosos o instituciones), menuda sorpresa. Precisamente estos venerables teólogos recordarán que de doce apóstoles que tuvo Jesús, uno le traicionó, otro le negó y casi todos los demás salieron corriendo y le dejaron solo en la pasión. Veo una Iglesia que en el mundo se caracteriza por intentar hacer el bien. Con mejores o peores resultados, pero con la intención recta, no me cabe la menor duda: A los jóvenes, a los niños, las familias, los novios, los ancianos, los enfermos, a todos se les intenta ayudar con la palabra de Dios y la sabiduría cristiana. Y si queremos hablar de opción por los pobres, defensa de la justicia, promoción de los trabajadores, mediación en los conflictos, y otras obras de justicia y misericordia, podríamos escribir una biblioteca entera. Por otro lado lo de distinguir entre “la” Iglesia y “esta” Iglesia suena a truculento. Si la Iglesia se refiere a la de los libros, especialmente los libros que les gustan a estos teólogos, pues es bastante irreal, los libros dicen muchas teorías que no coinciden con la realidad. Si se refiere a la del Concilio Vaticano II, no veo yo que diferencias hay entre lo que ponen los documentos conciliares y lo que tenemos hoy en día, a no ser que uno se refiera a aquel cajón de sastre que fue el “espíritu del concilio” que se resume en los deseos de muchos que en su mayoría no coincidían con lo que el concilio dijo. Y si se refiere a nostalgia de otros tiempos en los que la Iglesia era más evangélica que ahora, está claro que no se deben referir a los tiempos del preconcilio, ni creo que se refieran a los comienzos de siglo, cuando el Papa se consideraba “prisionero” en el Vaticano. No parece que tampoco a los tiempos de San Pío X y la condena del modernismo. Raro sería que se refiriesen a los tiempos en que el Papa era prisionero de Napoleón. Quizás se refieren a los tiempos de la contrarreforma, pero no me parece que los tiros vayan por ahí, Y si se enorgullecen de la Iglesia antes de la reforma protestante, serían los únicos. ¿Los tiempos del destierro de Avignon o los del gran cisma de occidente? ¿Quizás añorarán los tiempos de la Cruzadas, cuando abundaba el nepotismo y los beneficios eclesiásticos? Raro me parece. ¿El siglo de hierro del Papado, el cisma de oriente, los tiempos del papado en manos de los señores feudales? Cada época ha tenido sus luces y sus sombras. Quizás quieran remontarse a tiempos anteriores, de la controversia nestoriana, arriana o monofisita, o llegar al concilio de Jerusalén, cuando los cristianos eran unas pocas docenas. Cuanto más lejana en el tiempo, más se puede idealizar la imagen de la Iglesia si se quiere. La Iglesia es esta Iglesia, la que hay, a no ser que se refieran a la realidad escatológica que todavía no se ha manifestado. Pero, mientras tanto, vivimos en esta Iglesia que es nuestra madre y nuestra familia. Con defectos, pero nuestra familia, y en este caso, una familia de la que, sin cerrar los ojos a los defectos, podemos estar santamente orgullosos.