Filópono: pionero del diálogo ciencia-fe (I)
Hace unas semanas recogí esta cita de San Agustín relativa a las afirmaciones de los filósofos griegos: “no hemos de temerlas, sino reclamarlas como injustos poseedores y adaptarlas a nuestro uso”.
Esta es una de las grandes virtudes del catolicismo. Al contrario de lo que se suele afirmar en bastantes entornos, se trata de una religión bastante abierta al diálogo, sin que, por supuesto, se lleguen a socavar sus fundamentos. De esta manera, absorbiendo aquello que es bello, bueno y verdadero, se ha ido enriqueciendo a lo largo de los siglos. Un buen ejemplo del interés por dialogar con la filosofía y la ciencia lo encontramos en Juan Filópono (c. 490 – c. 570), a quien se puede considerar como el primer científico cristiano, siempre teniendo en cuenta que la ciencia en ese entonces no era como hoy la conocemos y que estaba integrada dentro de la filosofía.
Filópono no resulta muy conocido porque, en el terreno teológico, se alineó con el monofisismo, doctrina que sostiene que Jesús solo tiene naturaleza divina, no humana. De ahí que la Iglesia condenara sus escritos y su figura cayera en desgracia. Sin embargo, a pesar de esta condena teológica, su influencia en el campo del conocimiento científico y filosófico es innegable, y sus aportes al diálogo ciencia-religión resultan asombrosos, teniendo en cuenta las fechas de las que estamos hablando, hace unos 1500 años.
Resulta llamativo saber que Juan Filópono, cristiano, fue discípulo de Amonio, filósofo neoplatónico de religión pagana que enseñó la mayor parte de su vida en Alejandría. Sin embargo, esta diferencia de religión no supuso un mayor impedimento para Filópono. Parece que para él lo primero era aprender, aunque no cabe duda de que existían tensiones entre los cristianos y los paganos. Hasta en la propia clase de Amonio se cuenta que había intensos y acalorados debates. No era para menos; el cristianismo y el paganismo, aunque compartían puntos en común como la búsqueda del bien y la existencia de Dios, también mostraban claras diferencias. De ahí que, con el tiempo, Juan Filópono escribiera algún libro en el que mostrara su oposición al paganismo, aunque siempre con respeto y desde la argumentación. En eso nuestro protagonista demostró ser un maestro. Así hizo honor a su apodo, pues "Philóponos" significa “amante del trabajo”.
Su primer gran escrito polémico se tituló 'Contra Proclo'. Se trata de una respuesta al gran filósofo neoplatónico griego Proclo, precisamente el maestro de Amonio, que había escrito una obra titulada Sobre la eternidad del mundo, donde apoyaba esta idea con 18 argumentos. Amonio no mencionaba explícitamente a los cristianos, pero afirmaba que quien niegue la eternidad del mundo está siendo 'extremadamente irreverente'. El tema de la eternidad del mundo era precisamente uno de los puntos de enfrentamiento más fuertes entre cristianos y paganos. Para los cristianos, si el mundo no era eterno, debería haber sido creado de la nada, como sostenía la doctrina de la creación divina. Esto parecía oponerse radicalmente al pensamiento de filósofos como Aristóteles y Platón, quienes abogaban por la eternidad del cosmos.
No obstante, algunos pensadores cristianos posteriores, al reflexionar sobre esta cuestión, consideraron que incluso un mundo eterno podría ser compatible con la existencia de Dios, siempre que este fuera entendido como su causa primera y fuente última de su ser. Pero en el contexto de la época, demostrar que el mundo era o no eterno suponía un punto crucial en el debate sobre cuál de las visiones religiosas – la cristiana o la pagana – estaba en lo correcto.
Parece sorprendente que, 15 siglos después, este debate siga vivo. Hoy en día, el tema de la eternidad del mundo sigue generando discusiones entre creyentes y ateos, como si probar su eternidad o su creación supusiera la afirmación definitiva de su postura.