LO OLVIDA TODO
LO OLVIDA TODO
LO OLVIDA TODO
Un poco de misericordia hace al mundo
menos frío y más justo.
-Papa Francisco-
Érase una vez una mujer que hablaba con Dios, y Dios hablaba con la mujer. Cada día, la mujer hablaba con Dios, y Dios hablaba cada día con la mujer.
Se enteró el obispo, que llamó a la buena mujer y le dijo:
—¿Es verdad que usted habla con Dios?
—Sí, monseñor, hablo con Dios.
—¿Y Dios habla con usted?
—Pues sí, Dios habla conmigo.
Entonces el obispo le dijo:
—Pues bien, esta semana yo confesaré mis pecados a Dios, y le ruego que, cuando usted hable con él, le pida que le cuente mis pecados y venga después a explicármelo a mí. Así sabré si es verdad o no que usted habla con Dios.
Al cabo de una semana, la buena mujer volvió a ver al obispo, y este le preguntó:
—¿Ha hablado con Dios?
—Así es, contestó la mujer.
—¿Y le ha pedido que le dijera mis pecados?
—Sí, se lo he pedido.
—¿Y qué le ha dicho Dios?
—Que se le habían olvidado.
La misericordia es algo más que justicia; en ella se trata de prestar atención, y ser sensibles a la necesidad concreta que nos sale al paso. Se trata de la superación de la autorreferencialidad que nos encoge y miopiza para las necesidades corporales y espirituales de los que nos rodean.
Para ser prácticos y llevar al día a día nuestra misericordia, reflejo de la Misericordia, tenemos tres posibilidades:
* Ejercer con toda naturalidad, en nuestro entorno, la acción misericordiosa de todo tipo.
*Donde no llegue con la acción, usar la palabra: una conversación animosa, una llamada telefónica, unas palabras de aliento.
* Rezar. Cuando no podamos mostrar misericordia ni con hechos ni con palabras, siempre podremos recurrir a la oración, porque la oración llega incluso allí donde no logramos hacernos presentes corporalmente.
La primera tarea de un creyente consiste en anunciar —viviéndolo—el mensaje de la misericordia. Justamente en nuestra actual sociedad, en la que muchos viven como si Dios no existiera, este mensaje no podemos dejarlo arrinconado mientras crece entre nuestros contemporáneos la idea de un Dios mortecino, vago y justiciero.
Debemos ayudar a nuestros coetáneos, como un deber de misericordia; debemos vivenciar que Dios tiene una prodigiosa memoria para recordar todas nuestras buenas acciones, pero su misericordia, cuando de nuestros pecados y faltas se trata, entra en acción atacando esa buena memoria, y debilitándola tanto, tanto que lo olvida todo.