La contemplación de la belleza
¿Es posible la contemplación de la belleza hoy?
Según Byung-chul Han estamos atrapados en una sociedad del rendimiento y a la vez del cansancio. Andamos esclavizados por una vida acelerada que nos obliga a ser muy productivos tanto en el trabajo como en el ocio. Uno de los elementos de esta vida moderna es la hiperconexión digital que nos aliena y nos aparta de los ritmos más humanos. Una prisa estresante que nos debilita y nos aleja de una vida de sosiego y contemplación que nos capacitarían para acercarnos a la realidad en profundidad, que nos acercarían a la belleza. ¿Es posible la contemplación de la belleza hoy? Es difícil para nuestro autor.
¿Quién es Byung-chul Han? ¿Quién este filósofo, quizá sociólogo, de origen surcoreano (Seul, 1959) que escribe en alemán y que imparte su docencia en diversas universidades de este país? Han es un experto en el análisis de la sociedad y la cultura actuales que, tras una dilatada carrera académica en Alemania y, a partir de libros cortos pero muy densos y sugerentes, ha captado la atención de muchos lectores, de innumerables países, atentos a los elementos que definen nuestro frenético presente.
La tecnología digital nos aturde
Byung-chul Han destaca constantemente que la tecnología digital (desde ahora hablare de lo digital) nos ha arrastrado hasta un exceso de información que nos desborda y nos aturde. Lo digital nos aparta del silencio que nos descansa, que nos permite reflexionar y recuperar fuerzas, que nos lleva a nuestro interior y nos explica quiénes somos. Este silencio hoy es casi imposible argumenta.
Esta preponderancia de lo digital, a la vez, nos lleva a un deseo desaforado de las últimas novedades en un mercado hipersaturado que acaba con nosotros y nos deja exhaustos, cuando no ansiosos o deprimidos. Nos sumerge en un deseo insatisfecho que actúa en forma de bucle y deshumaniza todo lo que toca. Un ejemplo, entre otros, bastante significativo es la pornografía, en una sociedad hipersexualizada, que acaba con el respeto, los afectos, las relaciones tal como las conocíamos hace unas cuantas décadas. El resultado es una sociedad adicta y autorreferencial que roza la soledad aun en ambientes lleno de compañeros, amigos, familiares a veces tan alejados y, a la vez, físicamente tan cercanos.
La belleza más artificial: Jeff Koons
Una sociedad del parloteo, de la verborrea, del ruido y la distracción constantes que nos impide saborear la vida. Una sociedad que exalta lo joven, lo moderno, el glamour y que, simétricamente, desprecia lo viejo, lo enfermo, lo negativo y lo feo. Sí, una sociedad que persigue una belleza artificial, radiante, vendible, consumible que nada tiene que ver con la belleza que solo se desvela en la contemplación. Un arte, una belleza postiza, que se ejemplifica en un artista, siguiendo las reflexiones de Byung-chul Han, llamado Jeff Koons (York, USA, 1955) cuyas esculturas frecuentemente se asemejan a globos brillantes, límpidos, higiénicos y a la vez cursis e infantilizantes. Un arte hortera y kitsch. Esa no es la belleza que transforma y que nos permite vislumbrar algo más grande que nosotros.
Entonces lo digital logra que la belleza auténtica se convierta, hoy, en una experiencia vedada, inaprensible, inaudible. Lo digital ha desensibilizado nuestro paladar interior para la belleza. Andamos con un paladar estregado de novedades que inhibe el disfrute de la belleza de siempre, la que ha subyugado durante siglos a poetas, filósofos, pintores y a la gente de a pie, pero capaz de maravillarse ante lo bello.
Condiciones de posibilidad para contemplar lo bello
¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de la contemplación de esa belleza? La belleza se desvela y se muestra como fruto de un silencio atento (interior y exterior) en el que la distracción de lo digital ha desaparecido. Lo digital no permite al observador estar centrado y la belleza auténtica exige una atención exenta de prisas e interferencias y de un cierto recogimiento. Pero además la belleza no se deja poseer, ni manipular. Siempre se guarda dimensiones innombrables porque la atención focalizada tampoco agota la belleza. La belleza se muestra y se oculta pues no deja de ser un encuentro con lo sagrado y el misterio. En definitiva, la belleza, desde la atención más delicada, nos permite presentir la trascendencia que anda detrás de ella. Byung-chul Han no habla explícitamente de lo divino. Sin embargo, seguir los indicios de su pensamiento nos invita a poner en relación a la belleza y a lo divino, aunque él no lo confirme.
El esplendor de la belleza
Byung-chul Han está en la línea de pensadores de todas las épocas: el esplendor de la belleza es la antesala de la verdad, de aquello último que da significado a la vida. La belleza se aparta de lo cotidiano para adentrarnos en el reconocimiento de los símbolos y de las de metáforas de lo que está más allá de una mera constatación empírica. Una comprensión instrumental que busca la eficiencia y la productividad o el rendimiento económico se alejan de la belleza. La belleza no es un resultado, un producto, una experiencia placentera fruto de la mercadotecnia. La belleza gusta de otro modo: solo es posible en el marco de una fruición estética templada y serena. Gusta, pero no en las dinámicas cotidianas de placer y consumo. Gusta, pero en otros planos: sobrecoge, detiene el tiempo y suspende aquella mirada diaria que estaba encallada en la vida más prosaica. Entonces nos habla de lo que permanece y nos hace más humanos y nos transforma para admitir que hay realidades sin rendimiento inmediato que además nos explican que la propia belleza es un bien en sí mismo.
La verdad de la belleza
Si buscamos la belleza auténtica, tras superar cierto cinismo, cierto individualismo, tras alejarnos de la alienación que deshumaniza nuestra vida, nos sentiremos atraídos por la verdad de nuestras vidas. El amor, la amistad, la compasión, la solidaridad, la capacidad de abrirse al otro entonces -también en la literatura- serán fuentes de belleza. También la naturaleza y las artes plásticas, la arquitectura son fuentes de belleza. Entonces quizá ralentizaremos nuestras vidas con más frecuencia, nos desintoxicaremos digitalmente (digital detox es un concepto muy recurrente en nuestra sociedad adictiva) y recordaremos qué es lo que realmente importa. Y repetiremos rituales y recogimientos antiguos que acallan las pasiones y nos llevan a la verdad y a la bondad. Entonces nos acercaremos a aquella vida contemplativa de la que ya habla Aristóteles (Estagira, 384 a. C. - Calcis, 322 a. C) siglos antes del nacimiento de Cristo. Byung-chul Han llegará a decir que la contemplación nos permite estar verdaderamente presentes en el mundo y nos acerca de un modo pleno a las realidades más esenciales. ¿Podemos decir que estamos ante un pensador realista?: no lo podemos decir. Si podemos afirmar que nos invita a una vida buena y bella.