El Papa Francisco abraza a dos mártires
El viaje del Papa Francisco a Albania ha sido corto pero emocionante.
Ha tenido poco eco en los medios de comunicación. Vivimos en una sociedad del bienestar y hablar de martirio es un atrevimiento. Y si ese martirio lo realizó una dictadura comunista, entonces, el silencio más absoluto ha cubierto como un manto las palabras del Papa.
En el rezo de Vísperas en la Catedral de Tirana, el Papa escuchó primero el testimonio de dos supervivientes de la persecución comunista:
P. Ernesto Simoni. Es Párroco. Asiste a 118 aldeas. Vio morir a los sacerdotes gritando: <
María Caleta. Su Párroco fue encarcelado durante ocho años. Próxima ala muerte la dejaron libre. En libertad porque se moría. No encontró su Parroquia. Había sido destruida. Está en proceso de canonización.
Vivió durante ocho años en su Congregación.. Hasta que fue cerrado y dispersadas las Religiosas. Seguía difundiendo la fe aunque conocían que la podían espiar. Bautizó a un niño de familia comunista en la calle por que se pidió su madre. Temió que fuera una trampa. Tenía un deseo inmenso de participar en una Eucaristía y comulgar. Se asombraba de haber hecho eso poco que hizo.
El Papa entregó al Obispo el discurso preparado e hizo este comentario precioso: “En estos dos últimos dos meses, me he preparado para esta visita leyendo la historia de la persecución en Albania. Y para mí ha sido una sorpresa: no sabía que su pueblo había sufrido tanto.
Después, hoy, en camino del aeropuerto a la plaza, todas esas fotografías de los mártires: se nota que este pueblo guarda aún memoria de sus mártires, que tanto sufrieron. Un pueblo de mártires… Y hoy, al principio de esta celebración, he tocado a dos.
Lo que les puedo decir es lo que ellos han dicho con su vida, con sus palabras sencillas. Y nosotros nos podemos preguntar: << ¿Cómo han conseguido sobrevivir a tanta tribulación?>> Y nos dirán lo que hemos oído en este pasaje de la Segunda carta a los Corintios: <
Nos han dicho con esa sencillez. Han sufrido demasiado. Han sufrido físicamente, psíquicamente y también esa angustia de la incertidumbre: si los iban a fusilar o no, y así vivían con esa angustia. Y el Señor los consolaba… pienso en Pedro, en la cárcel, encadenado, con las cadenas; toda la Iglesia pedía por él.
Y el Señor consoló a Pedro. Y a los mártires, y a estos dos que hemos escuchado hoy; el Señor los consoló porque había en la Iglesia, el pueblo de Dios-viejecitas santas y buenas, tantas religiosas de clausura…- que rezan por ellos.
Y este es el misterio de la Iglesia: cuando la Iglesia pide al Señor que consuele a su pueblo; y el señor consuela humildemente, incluso a escondidas. Consuela en la intimidad del corazón y consuela con la fortaleza.
Ellos –estoy seguro- no se enorgullecen de lo que han vivido, porque saben que ha sido el Señor quien los ha sostenido. Pero nos dicen algo. Nos dicen que para nosotros, que hemos sido llamados por el Señor a seguirlo de cerca, la única consolación viene de Él.
Ay de nosotros si buscamos otro consuelo. Ay de los sacerdotes, de los religiosos, de las religiosas, de las novicias, de los consagrados cuando buscan consuelo lejos del Señor.
No quiero <
Es lo han hecho estos dos hoy. Humildemente, sin pretensiones, sin orgullo, haciéndonos un servicio: consolarnos. Nos dicen también: <
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