Tragedia en Santiago
¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!
Los lamentos de este aficionado grabando el descarrilamiento de un tren de hermosa factura que se acercaba a la estación de ferrocarril, llegan especialmente al alma. Seguro que del alma le salieron también.
La historia está llena de hechos gloriosos y sucesos lamentables. Dejados de lado los aspectos técnicos y judiciales, nos invita a una reflexión cristiana. Y lo primero nuestra plegaria por cada uno de ellos. Y nuestro aplauso para los voluntarios que realizaron una labor impresionante.
Atención a las personas. Los medios técnicos nos capacitan de una manera extraordinaria. El uso de los medios no puede confiarse a personas sin el equilibrio conveniente. Uno puede estar empapado de técnica pero poco alimentado. Así la técnica nos domina, no la dominamos nosotros.
La formación humana va más allá de la técnica, aunque esta es necesaria. Si tenemos una formación vulgar, tendremos personas vulgares conduciendo un tren, juzgando una causa en un tribunal, dando clases en
Es curioso la incoherencia que muchas personas sufren o sufrimos. Depende del asunto que tratemos. Queremos el mejor médico, el mejor abogado, el mejor fontanero, el mejor conductor de tren. Al mismo tiempo que los niños y jóvenes pasen con cuatro suspensos. ¡Pobrecitos! Mientra no cambiemos de mentalidad, la vulgaridad nos está presidiendo. Y como es una enfermedad contagiosa, las personas que nos rodean serán vulgares.
Responsabilidad personal. En la mayor parte de nuestras actividades son personas las que están presentes. Esta mañana: atiendo al teléfono de mi Comunidad, dentro de 20 minutos confesaré en
La muerte nos vista personalmente. No hagamos montones de personas. Nos impresiona más. El valor de cada una no es menor. Se ama y se llora a cada persona. Cada día a nuestro lado, en nuestra familia, entre nuestros conocidos sigue llamando la muerte. No ocultemos, no nos ocultemos algo tan importante. Nosotros tenemos que estar preparados. En la curva de una estación, en la cama de un hospital, en un accidente de tráfico nos espera la hermana muerte. Ay, si en pecado grave encuentra al pecador. Lo dice Francisco de Asís en su famoso himno.