El derecho a la libertad de expresión no es absoluto
El derecho a la libertad de expresión está ahí para difundir información verdadera y lograr que llegue a todos. Para expresar ideas, iniciativas constructivas, para desentrañar conflictos defendiendo a las partes afectadas y vulneradas. Para que nadie sea amordazado y pueda denunciar la violación de la ley y de los mismos derechos.
La libertad de expresión, cabalmente, garantiza el pluralismo, la concurrencia de distintas ideas en aras al bien común. De esta manera la sociedad avanza en política, cultura, ciencia, en el arte y en el conocimiento.
La libertad de expresión contribuye al debate sosegado de posiciones distintas y facilita oír la voz de los que padecen una discriminación. Es una herramienta muy seria que no puede ser devaluada en conflictos frívolos, banales que sólo buscan llamar la atención.
En una palabra, cada día hay que prestigiar la libertad de expresión para que no caiga en manos de cínicos que juegan con sus posibilidades para servir a los propios intereses de un modo irresponsable.
No sería oportuno escudarse en la libertad de expresión cuando el objetivo real sería aumentar la audiencia televisiva “escandalizando” a unos y “regocijando” a otros, quizá creando división y a la vez morbo entre los mismos espectadores.
Pero, como iremos viendo, el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que defiende la libertad de expresión, también reconoce que la libertad de expresión puede estar sujeta a restricciones legales que son necesarias para proteger la reputación o los derechos de los afectados. No todo vale.
En cualquier caso, la libertad de expresión es fundamental para el desarrollo de una sociedad justa y democrática, donde se respetan los derechos humanos y se fomenta la diversidad de pareceres y el intercambio de ideas.
Sin embargo este objetivo no justifica que la libertad de expresión se convierta en una arma arrojadiza para divertir, destacar u ofender.
Los límites de la libertad de expresión
La libertad de expresión puede dañar la fama, o el honor de personas, instituciones, creencias. Puede, lo sabemos, destrozar la vida personal y profesional de alguien al que interesadamente se quiere perjudicar.
La libertad de expresión tiene límites, no es un derecho absoluto, sino que se despliega en función de sus beneficios, de la verdad, de la justicia. Las constituciones modernas señalan que la libertad de expresión no puede utilizarse para transmitir la animadversión contra grupos y personas por motivos de raza, religión, género y, en estos días muy sensiblemente, de orientación sexual.
Si nos hemos propuesto, como sociedades cohesivas, descartar el odio, la burla, la discriminación, creemos que nadie debe valerse de la libertad de expresión para saltarse estas reglas. La convivencia, la paz social son bienes delicados y a veces penden de un hilo.
Nadie debe jugar a un juego de consecuencias difíciles de calcular en el que se daña a una religión, en sus creencias más profundas, aunque no se compartan sus ideas e incluso aunque se consideren equivocadas. La pluralidad, en la que todos creemos, exige esta prudencia.
Una consecuencia puede ser que algunos ciudadanos más radicales acaben interpretando la burla en su literalidad: es decir, los que son objeto de burla, en esta mala interpretación, podrían ser objeto de desprecio, y en la escalada, ser objeto de odio.
El respeto por las creencias de las personas
Podríamos desencadenar una retahíla de burlas que podrían acabar en agresiones verbales y, en el peor de los casos, agresiones físicas. ¿Por qué razón? Pues porque estaríamos devaluando la dignidad de los que profesan esta creencia.
Y si la creencia, la religión, es objeto de burla todo este proceso se puede acabar convirtiendo en la degradación de un grupo social numeroso que podría empezar a padecer, insistimos, discriminaciones: por ejemplo, en sus centros de culto con algún acto vandálico.
Y es que las creencias forman parte de los más íntimo de la vida de muchos creyentes. Son el eje sobre el que construyen su vida, el sentido de su existencia, el apoyo donde encuentran significado cada una de las acciones que despliegan no solo en el culto (del viernes, del sábado o del domingo) sino en la vida diaria, en las pequeñas cosas, en sus oraciones y ofrecimientos constantes.
Las burlas nunca son recomendables
De la misma forma que los creyentes deben respetar la increencia, el libre pensamiento, el nihilismo, el ateísmo en una sociedad plural; los que no se ligan a ninguna religión deben también respetar la creencia de los demás.
Estamos, en los últimos años, constatando el progresivo crecimiento del griterío en la política, la falta de respeto, las ofensas entre unos y otros, incluso a partir del uso de noticias falsas. Existe una gran unanimidad: esta polarización no le gusta a nadie. Y, además, creemos que unánimemente, muchos llamamos a la calma para que el odio no se instale en la política.
Sabiendo que este equilibrio delicado de la paz social es un bien muy preciado, ¿vamos a desenterrar un conflicto que parte de la burla a las creencias religiosas?
Estaríamos de nuevo en la polarización, en el alineamiento en dos bandos: los que creen la que las creencias han de ser objeto de respeto y, frente a ellos, los que creen que las creencias (porque uno no las profesa) pueden ser objeto de burla.
Sembrar la paz
¡Que contradicción! Cuando todos estamos de acuerdo en que la libertad de expresión debe contribuir a un bien relevante, a la resolución de un conflicto, a la mejora de la convivencia; otros creen que su libertad de expresión no tiene límites y no sucede nada si se hace daño, si se ofende indirectamente a parte importante de la ciudadanía.
Además, es una realidad fácilmente constatable que en España hay muchos católicos, lo hemos visto en las calles esta Semana Santa última, que quieren convivir con sus conciudadanos sin molestar a nadie. Y hemos visto su devoción, su respeto, su recogimiento.
¿Es necesario que, amparándose en la libertad de expresión, se dañen estas creencias?
Se nos responderá que no había mala intención y estaremos de acuerdo. Aquí no juzgamos intenciones, solo pedimos responsabilidad y tener presente que actuar irreflexivamente puede ser inoportuno, gratuito e incluso, conflictivo.
Una última reflexión: para los católicos la Virgen es su madre y la madre de Dios. A nadie le hace ninguna gracia que se rían de su madre espiritual.
Es decir, a nadie le hace gracia que se ofenda a los seres más queridos. Y que nadie lo dude, la Virgen María está en el centro de la religión católica.
Los derechos y las constituciones
Personalmente no creemos que estos comediantes, con su “arte”, hayan cometido un delito. Ni defendemos que se les persiga con la ley en la mano. Solo les pedimos responsabilidad y que reflexionen la próxima vez antes de levantar esta polvareda de mutuos reproches entre unos y otros. Ofrecemos algunas leyes fundamentales para pensar:
Artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Artículo 14 de la Constitución española:
Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
Se nos puede argumentar que burlarse, hacer chanza, reírse de una religión no es discriminarla. No estamos seguros: reírse de una religión es devaluarla y devaluar la dignidad de sus creyentes. Y ahí nos situamos en un plano inclinado que podría acabar en una discriminación real.